lunes, 21 de diciembre de 2020

* REFLEJOS DE NAVIDAD

  



Estamos a días de vivir una nueva Navidad, distinta pero sin perder la raíz de lo que es la celebración. Será una Navidad, como todo el resto de este maldito año 2020, que recordaremos siempre el que se lo pueda permitir.

Y como ya va siendo tradicional hace muchos años mi tribuna de opinión en Andalucía Información de estas fechas es un Cuento de Navidad. 

Esperando os guste y sobre todo os haga pensar.

Jesús Rodríguez Arias




REFLEJOS DE NAVIDAD

Algún día tendré que hacer examen de conciencia, se decía Pelayo a veces, pero nunca llegaba el día. Será porque no le apetecía enfrentarse cara a cara con su pasado, será porque sabía muchas cosas les iban a dar ese resquemor que tienen las heridas que no llegaron nunca a cicatrizar, será porque a lo mejor y en el peor de los casos no ha hecho las cosas tan bien como debiera. Lo cierto es que si había una fecha en el año que más temía era precisamente la Navidad porque es cuando te encuentras con los recuerdos en cualquier recoveco y eso es lo que él no quería.

Próximo a cumplir los setenta puede decir que ha tenido una buena vida, que ha hecho siempre lo que ha querido y también lo que le han dejado. Sus padres Ignacio y Pastora le inculcaron esos valores que son propios en un hogar donde el cabeza de familia es militar, concretamente marino. Virtudes que les enseñaron casi desde la cuna a él y sus cinco hermanos, ya solo le viven dos, y con las cuales creció. Tuvo un hogar ciertamente itinerante pues D. Ignacio, que es como le llamaba todo el mundo, cada cierto tiempo tenía que hacer el petate y montar su hogar en distintas ciudades de la geografía española incluso llegando a destinos internacionales como Bruselas o Estados Unidos. Si una cosa tenía Pastora es que donde estaba el marido estaba su familia. Gracias a esa itinerancia de vida Pelayo nunca llegó a echar raíces en ningún lado, nunca llego a tener amigos de verdad, aunque aprendió mucho, conoció a mucha gente, le hizo tener una mente más abierta, amén de hablar varios idiomas que para los años que le tocó vivir no era para nada moco de pavo.

Estudió arquitectura profesión a la que ha dedicado su vida, su estudio y un prestigio internacional. Ganó mucho y también gastó mucho, vivió demasiado y ahora se da cuenta que no ha valido para nada correr tanto.

Se casó con Charo, una preciosa sevillana que destacaba en la abogacía y como buena pareja de la época se dedicaron a atesorar mucho para después darse cuenta de que nunca tuvieron nada. No eran mucho de Iglesia y por supuesto en Navidad, mientras sus respectivas familias se reunían, viajaban a otros lares para conocer otras culturas despreciando con su actitud la propia suya. Anselmo y Paca, los padres de Charo, eran personas muy humildes que trabajaban en el campo y que con demasiados esfuerzos pudieron pagar la carrera a la “niña”. Pelayo piensa que nunca llegó a gustar del todo a sus suegros porque lo veían un yupi de esos muy trajeados y que hablaba muy “fino”.

Ricardo es el único hijo de Pelayo y Charo que fue quién pagó el pato del prestigio internacional y del inmenso trabajo de sus padres pues se pasó la vida internado en colegios carísimos que impartían la excelencia académica pero no el cariño ni el amor de unos padres, de una familia. Ricardo creció, se hizo hombre, e ingresó en la Escuela Naval de Marín, para orgullo de su abuelo Ignacio, y ahora es capitán de corbeta con destino en San Fernando donde ha hecho una preciosa familia junto a Lola y sus tres hijos.

Pelayo sufrió en sus propias carnes la crisis económica, perdió ingente cantidad de dinero, tanto que incluso fue eliminado de las listas de los que son influyentes. Fueron años demasiados duros que hizo viera cuantos errores había cometido. Había sacrificado a su propia familia por el maldito interés.

Hace unos años decidió dar carpetazo para comenzar nueva y definitiva etapa con Charo, el gran amor de su vida, en La Isla que lo vio nacer. Viven un poco alejado de todo y todos, en un bonito chalé que casi siempre está demasiado vacío. Este año, como cada Nochebuena y Navidad, la pasarán en soledad.

Saben que este año serán unas navidades virtuales, saben que ellos tampoco pueden pedir peras al olmo. Lo que no saben es que tras el timbre que suena rompiendo el silencio de la Nochebuena están Ricardo, Lola y sus nietos, lo que no saben es que también para ellos hay Navidad.

Con mi tradicional cuento os deseo a todos una Feliz y Santa Navidad.

Jesús Rodríguez Arias




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