1. 1. En el II Concilio de Nicea (747) se estableció definitivamente la doctrina de la Iglesia sobre el culto de las imágenes. (Dz. 302-304)
“Definimos, con toda certeza y precisión, que, lo mismo que la figura de la preciosa y vivificante cruz, las santas y venerables imágenes, ya sea fabricadas en pintura o en mosaico, ya sea en cualquier otra materia adecuada, deben ser propuestas en las santas iglesias de Dios, en los vasos y vestidos sagrados, en los muros y en los cuadros, en las casas y en los caminos; tanto la imagen de Dios Salvador y Señor Nuestro Jesucristo, como la de la purísima Señora Nuestra y Santa Madre de Dios, como la de todos los nobles y santos varones. Porque cuanto más frecuentemente se les contempla en forma de imágenes, tanto más vivamente los que las contemplan se mueven al recuerdo y anhelo de los prototipos representados en ellas, y a otorgarles ósculos y muestras de veneración. No ciertamente una verdadera latría, que, conforme a nuestra fe, corresponde solamente a la esencia divina; sino que debe otorgárseles las mismas muestras de honor, de inciensos y luminarias que al precioso y vivificante signo de la cruz, a los santos Evangelios, y a las demás cosas sagradas, como fue nuestra antigua costumbre.
Porque la honra dada a la imagen pasa al prototipo en ella representado ...”
2. La misma doctrina retomó el Concilio de Trento en la Sesión XXV, cuando se renovó el espíritu iconoclasta por parte de los protestantes.
En el Código de Derecho Canónico de 1917: Canon 1276: “Es saludable y útil invocar humildemente a los siervos de Dios (...) y venerar sus reliquias e imágenes...”
Canon 1255 & 2 : “También a las sagradas reliquias e imágenes se les debe veneración y culto relativo propio de la persona a quien las reliquias e imágenes se refieren”.
3. Dice San Buenaventura ( III, dist. 9, a.1, q.2) que las imágenes fueron incorporadas al culto por tres razones:
a)- Para ayudar a la gente sencilla (‘propter simplicium ruditatem’): la que no sabe leer, pueda así conocer los misterios de nuestra fe a través de las imágenes y pinturas. (Ello se cumplió ciertamente en las catedrales góticas, a través de las esculturas y vitrales. Por eso se dice que son ‘enciclopedias en piedra’)
Esta idea ya la había enunciado San Gregorio Magno: “Lo que la Santa Escritura es para los letrados, la imagen lo es para los iletrados”.
b)- Para fomentar la devoción ( ‘p. affectus tarditatem’): si alguien no se conmueve al escuchar lo que hizo N.S. por nosotros, lo haga a la vista de sus misterios representados (“Plus enim excitatur affectus noster per ea quae videt, quam per ea quae audit”).
c)- Para fijar en la memoria los beneficios divinos y las grandezas de los santos (‘p. memoriae labilitatem’): muchas veces es más fácil recordar algo si se lo ha visto representado. (“Frequenter enim verificatur in multis illud quod consuevit dici: verbum intrat per unam aurem et exit per aliam”)
4. Azcárate dice que las imágenes son “objetos sagrados que mueven a devoción, que instruyen, y que adornan; absolutamente como los santos a quienes representan , que nos edifican y nos mueven con sus virtudes, nos instruyen con sus ejemplos y constituyen el mejor ornamento de la Iglesia Católica y del Cielo” ( La flor de la liturgia, p.65)
2. La multiplicación irracional de imágenes y el mal gusto.
No parece conveniente atiborrar el altar mayor de imágenes.
Sagrario, altar, cruz: estos tres elementos nos hablan acabadamente de N.S.; ¿hay necesidad de añadir una imagen del Sagrado Corazón?
Dice Pío XII: “... Y si bien ya hemos reprobado el criterio erróneo de quienes, bajo la apariencia de volver a la antigüedad, se oponen al uso de las sagradas imágenes en los templos, creemos que es Nuestro deber reprobar también aquella piedad mal formada de los que sin razón suficiente, llenan templos y altares con multitud de imágenes y efigies expuestas a la veneración de los fieles” (Mediator Dei, IV, 2)
En la misma Encíclica: “Obligados por Nuestra conciencia y oficio, Nos sentimos precisados a tener que reprobar y condenar ciertas imágenes y formas introducidas últimamente por algunos artistas, que, a su extravagancia y degeneración estética, unen el ofender más de una vez al decoro, a la piedad y a la modestia cristiana, y ofenden el mismo sentimiento religioso”. ( IV, 2)
San Juan de la Cruz, en la “Subida al Monte Carmelo” nos enseña de qué manera se ha de usar de las imágenes para nuestro provecho espiritual.
1- Por un lado, advierte que puesto que el uso de éstas es práctica de la Iglesia, nada se puede objetar. Por el contrario, es de alabar.
2- Pero se debe tener presente que la imagen es sólo un medio, no un fin. De allí que:
a- Tendrán más necesidad de ellas las personas más sencillas, y menos avanzadas en la vida espiritual. Por el contrario, el que ha llegado a cierta perfección, poco necesita de ellas.
b- No debe haber un apego desordenado a tal o cual imagen, de forma tal que si se me quita esa imagen, se me haga casi imposible rezar.
c- No hay que recargar los oratorios de imágenes. Y han de estar bien hechas.
“Pero se ha de advertir aquí, que no por eso convenimos, ni queremos convenir, en esta nuestra doctrina con la de aquellos pestíferos hombres, que persuadidos de la soberbia y envidia de Satanás quisieron quitar de delante de los ojos de los fieles el santo y necesario uso e ínclita adoración de las imágenes de los santos de Dios. Antes de esta nuestra doctrina es muy diferente de aquella, porque aquí no tratamos que no hay imágenes y que no sean adoradas, como ellos; sino damos a entender la diferencia que hay de ellas a Dios, y que de tal manera pasen por lo pintado, que no impidan de ir a lo vivo, haciendo en ello más presa de la que basta para ir a lo espiritual. Porque así como es bueno y necesario el medio para el fin, como lo son las imágenes para acordarnos de Dios y de los santos; así cuando y se repara en el medio más que por solo medio, estorba e impide tanto, en su tanto, como otra cualquier cosa diferente ... Porque acerca de la memoria y adoración y estimación de las imágenes, que naturalmente la Iglesia Católica nos propone, ningún engaño ni peligro puede haber, pues en ella, no se estima otra cosa sino lo que representan; ni la memoria de ellas dejará de hacer provecho al alma, pues aquella no es sino con amor de al que representan, que, como no repare en ellas más que para esto, siempre le ayudarán a la unión de Dios, como deje volar el alma (cuando Dios le hiciere merced) de lo pintado a Dios vivo, en olvido de toda criatura y cosa de criatura” ( Subida, l.III, cap. 15)
“La persona devota de veras en lo invisible principalmente pone su devoción, y pocas imágenes ha menester y de pocas usa, y de aquellas que más se conforman con lo divino que con lo humano ... Ni en esas de que usa tiene asido el corazón, porque, si se las quitan, se apena muy poco; porque la viva imagen busca dentro de sí, que es Cristo crucificado ... Que aunque es bueno gustar de tener aquellas imágenes que ayuden al alma a más devoción .. pero no es perfección estar tan asido a ellas que con propiedad las posea, de manera que, si se las quitaren, se entristezca” (cap. 35)
“Mucho había que decir de la rudeza que muchas personas tienen acerca de las imágenes; porque llega la bobería a tanto, que algunas ponen más confianza en unas imágenes que en otras, entendiendo que les oirá Dios más por éstas que por aquellas, representando ambas una misma cosa, como dos de Cristo, o dos de Nuestra Señora” (cap. 36)
“ De aquí es (...) que algunas personas no se hartan de añadir unas y otras imágenes a su oratorio, gustando del orden y atavío con que las ponen, a fin de que su oratorio esté bien adornado y parezca bien; y a Dios no le quieren más así que así, mas antes que menos, pues el gusto que ponen en aquellos ornatos pintados, quitan a lo vivo, como hemos dicho. Que aunque es verdad que todo ornato y atavío y reverencia que se puede hacer a las imágenes, es muy poco ( por lo cual los que las tienen en poca decencia y reverencia son dignos de mucha reprensión, junto con los que hacen algunas tan mal talladas que antes quitan la devoción que la añaden, por lo cual habían de impedir a algunos oficiales que en esta arte son cortos y toscos); pero ¿qué tiene esto que ver con la propiedad y asimiento y apetito que tú tienes en estos ornatos y atavíos exteriores, cuando de tal manera te engolfan el sentido, que te impiden mucho el corazón de ir a Dios, y amarle y olvidarte de todas las cosas por su amor ? ( cap. 38)
“Para encaminar a Dios el espíritu en este género, conviene advertir que a los principiantes bien se les permite, y aun les conviene, tener algún gusto y jugo sensible acerca de las imágenes, oratorios y otras cosas devotas visibles, por cuanto aun no tienen destetado ni desarrimado el paladar de las cosas del siglo, porque con este gusto dejen el otro. Como al niño que, por desembarazarle la mano de una cosa, se la ocupan con otra, porque no llore, dejándole las manos vacías. Pero para ir adelante, también se ha de desnudar el espiritual de todos esos gustos ... ; porque el puro espíritu muy poco se ata a nada de esos objetos, sino sólo en recogimiento interior y trato mental con Dios. Que aunque se aprovecha de las imágenes y oratorios, es muy de paso, y luego para su espíritu en Dios, olvidado de todo lo sensible. “ (cap. 39)
Qué más podemos añadir a una doctrina tan clara, sino pedir a ciertos fieles - siempre prontos a dar lecciones de piedad al sacerdote- que formen su gusto y no nos cansen con su ignorante superchería...
( Para más precisiones dirigirse al irresponsable autor de estas líneas)
TEXTOS
1. San Gregorio Magno: Las imágenes son la Biblia de los iletrados
“Ha llegado a noticia nuestra que, encendido por un inconsiderado celo, has destrozado algunas imágenes con la excusa de que no deben ser adoradas. Es cierto que te alabamos por haber prohibido que fueran adoradas; pero te reprendemos por haberlas destrozado. Dinos, hermano, ¿cuándo has oído que un sacerdote hiciera lo que tú has hecho ? ¿Cómo no pudo retenerte el pensamiento de que, despreciando a tus hermanos, eras tú el verdadero santo y prudente ? Una cosa es adorar una pintura, y otra cosa es servirse de una pintura para conocer a quién hay que adorar. Porque lo que un libro proporciona al que lo lee, eso es lo que una pintura ofrece a los analfabetos que la contemplan, pues en ella aun los ignorantes ven cómo tienen que comportarse, en ella leen los que no tienen letras. De ahí que, sobre todo para los paganos, la pintura equivale a la lectura. Y eso es lo que debieras haber tenido en cuenta tú que habitas entre los gentiles, para que no ocurriera que, arrebatado por un celo imprudente, causaras escándalo en almas todavía incultas.[3] Por tanto, no se debiera haber destrozado lo que en las iglesias se coloca no para ser adorado sino sólo para instrucción de los ignorantes ...
Tienes que procurar convocar a los que has dispersado por tu imprudencia, y decirles: Si queréis tener en la iglesias imágenes, conforme a la antigua tradición, para vuestra instrucción, permitiré que se hagan y se conserven. Y diles que lo que te desagradó no fue la visión de la historia que estaba representada en la pintura, sino la adoración que indebidamente se les dispensaba. Y, tranquilizándoles con estas palabras, procura recobrar su concordia. Y si alguien quiere fabricar imágenes, no se lo prohibas, sino impide que de cualquier manera las adoren. Y amonéstalos de manera que al contemplar las proezas (de los santos) se sientan enardecidos por la compunción, y se prosternen humildemente sólo ante la santa Trinidad”
(Carta a Sereno, PL 77, 1128-1129)
2. San Juan Damasceno : Sermón 1 de las Imágenes
“ Lo que el sermón propone a los oídos, eso mismo la pintura silenciosa lo logra por la mímesis” (San Basilio). No puede demostrarse con palabras más claras que entre los analfabetos las imágenes cumplen la función de los libros y son mudas pregoneras de la gloria de los santos, puesto que con una palabra tácita enseñan a aquellos que las contemplan, y hacen atractiva a la vista la santidad.
Cuando no tengo ganas de estudiar y dispongo de tiempo libre, me voy de buena gana a la iglesia y contemplo las pinturas ... Acarician mis ojos como las flores del campo; y la gloria de Dios desciende a mi alma. Considero la constancia de los mártires y el premio de su corona, y postrándome en tierra, por mediación del mártir consigo mi salvación ...
Advierte que la esencia divina no brilla en figura visible o en una hermosura formal y elegante por los colores, sino que se la contempla por la fuerza de una inefable bienaventuranza, y por esa causa su imagen es irreprensible. En cambio la forma humana puede pintarse con colores sobre una tabla. Por tanto, si el Hijo de Dios, ‘tomando forma de siervo, se revistió de la figura humana, y hecho semejante a los hombres, apareció en su porte como hombre’, ¿qué nos impide que representemos su imagen? Y si se estableció la costumbre de que a la imagen del Emperador la llamemos ‘el Emperador’, y que, según la frase del divino Basilio, ‘la honra dada a la imagen pasa al prototipo’ al que representa, ¿por qué no se va a dar honra y veneración a la imagen de Cristo ? No ciertamente como si fuera Dios, sino solamente como imagen del Dios que se encarnó.” (PG 94, 1268)
3. Erasmo de Rotterdam: Del uso y abuso de las imágenes
“... Aunque ese culto en nuestros días se ha multiplicado al infinito. Sin embargo, no se trata de desterrar todas esas imágenes de nuestras iglesias, sino habría que enseñar al pueblo la manera como conviene servirse de las imágenes. Lo que haya de malo debe rectificarse, si se puede hacerlo sin grave turbulencia; y lo que hay de bueno debe fomentarse. Sería de desear que no se viera en los templos cristianos nada indigno de Cristo...
... Cuando un pintor quiere representar a la figura de la Virgen María o de santa Agueda, elige a veces como modelo a una ramera lasciva, o para tallar la imagen de Cristo o de San Pablo, se contenta con el primer juerguista que se le presenta o cualquier pícaro. Porque hay imágenes que provocan más a la lascivia que a la piedad; pero las toleramos porque somos conscientes de que su supresión causaría mayores males que su conservación...” (“Modo de orar a Dios, Opera, V, p.1120-1121)
4. Sobre la fealdad de las imágenes y la decadencia del arte cristiano
K.H. Huysmans:“Evidentemente, en ningún lugar, en ningún país, en ninguna época, ha habido tal audacia en la exhibición de tan sacrílegos horrores; y si se piensa que han sido elaborados expresamente para Lourdes, fabricados exprofeso para Nuestra Señora, se puede deducir de este espectáculo alguna enseñanza. A no dudarlo, tales atentados no pueden atribuirse más que a bufonadas vindicativas del demonio. Es su venganza contra Aquella que tanto aborrece, y puede pensarse que le dice:
‘Yo te sigo la pista - dice el diablo a María- y dondequiera que tú te detengas, allí me instalaré yo también ... Y el arte, que es la única cosa limpia sobre la tierra después de la santidad, no solamente tú no lo tendrás, sino que yo me arreglaré para seas insultada sin descanso con la blasfemia continua de la fealdad ... Todo cuanto te represente a ti y a tu Hijo será ridículo; todo cuanto figure a vuestros ángeles y vuestros santos será innoble ... Hasta he pensado en los objetos de culto, sobre todo en los que tocan a la carne misma de Cristo; he dedicado especial cuidado a los ostensorios y copones; he querido que fueran de un gusto suntuoso y horrendo” ... (Les foules de Lourdes, cap. VI)
N. Fumet: “ Los atroces iconos que Cristo se ha visto obligado a soportar en un tiempo en que su Corazón tenía mayor necesidad de irradiar, responderán acaso mejor - al aumentar la escala de la humildad divina- a nuestras exigencias religiosas que las obras maestras del mejor Renacimiento, las cuales, más que llevarnos a la oración, nos suelen distraer. Porque esos modelos insignificantes, pintarrajeados en serie luego de haber sido concebidos por cerebros indigentes; esas figuras de fealdad repulsiva, unidas a toda la literatura boba que las acompaña, constituyen otras tantas hermosas genuflexiones divinas en el seno del abismo y la oscuridad. La luz que se abate en la miseria de los sentidos es Jesús, abrumado por el peso de la cruz.” (El proceso del arte, p.68-69)
P. Saenz: “Si se creyese a las imágenes de devoción, hacerse santo sería una empresa dulce, agradable, aunque un tanto fastidiosa.
De ahí la necesidad que reitera Oupensky de no confundir imagen sagrada con imagen de tema religioso, dos cosas absolutamente distintas. En consecuencia de tal confusión, el arte sacro ha sido ampliamente desterrado de nuestras iglesias y reemplazado por el arte religioso. Este arte, de índole prevalentemente emotiva, expresa más bien el estado de alma del autor de la obra que el contenido salvífico del misterio representado. No es ya un órgano de la Iglesia docente, sino la expresión de la personalidad del artista, que comunica su sentimiento a los fieles. ‘El fin del arte religioso es provocar cierta emoción. Ahora bien, el arte litúrgico no se propone emocionar, sino transfigurar todo sentimiento humano’.[4] Como muestra decadente de esta inclinación sentimental se destaca el llamado arte sulpiciano, cuyas estatuas y cuadros llenan nuestras iglesias. Es un ersatz de arte, con productos hechos en serie, sometidos a los cánones del comercio y del negocio...
De los portales de Chartres a las estatuas de las santerías, de los iconos de Rubliov a las estampitas de primera comunión, el abismo resulta infranqueable. Es toda la distancia que va de un cristianismo militante y mistérico a un pseudocristianismo condescendiente y acaramelado. El arte tiene siempre valor de diagnóstico y de testimonio. El arte de San Sulpicio es un signo impresionante de la anemia del catolicismo pre-conciliar, de su fe languideciente y de su falta de virilidad. Mas al tiempo signo de un cristianismo en decadencia, ha sido también causa de envenenamiento para la piedad de muchos fieles. Decía Bernanos que Cristo no nos pidió que fuéramos la miel de la tierra, sino la sal de la tierra. La sal pica ... y aquello empalaga.
Refiriéndose a esas imágenes indeterminadas y neutras, escribía el terrible Thibon: ‘Me cuesta creer que el relamido arte de San Sulpicio una cierta música y literatura llamadas religiosas,, constituyan menor ultraje a la pureza divina que una blasfemia, un robo o un adulterio’.
Sin embargo, a muchos dicho arte ‘les ayuda a rezar’ (!). No hay que extrañarse de ello, ya que, como decía Maritain, parafraseando la Escritura, ‘el número de los cristianos de mal gusto es inifinito’”. ( El icono, esplendor de lo sagrado, p.376-377)
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