Se entiende que un Presidente del Gobierno cuente con un número estimable de asesores. Pero si son 245, no se entiende. Se admite que el defensor del Pueblo Vasco necesite ser asesorado por colaboradores que cubran sus desconocimientos. Pero si son 32, no se puede admitir. Se trata de poner dos ejemplos. En España, los políticos se dejan asesorar por más de veinte mil asesores, y el dato me preocupa. Cada día que pasa me apercibo con mayor claridad de mi nadería. Jamás he tenido un asesor. Bueno, tengo un asesor fiscal, pero a mi cargo, no al de los contribuyentes.
En las listas electorales, y para no seguir engañando y sangrando económicamente a los contribuyentes, los candidatos harían bien en especificar entre paréntesis el número de asesores que precisarían en el caso de ser elegidos. De tal guisa, que el votante pudiera calcular lo que le va a costar en impuestos elegir a uno u otro. Es demagógico escribir que los asesores tienen que desaparecer. Son necesarios. Y muy útiles. Pero más necesarios y útiles si son muchísimos menos.
Hay asesores fundamentales y hay asesores que sólo sirven para ayudar a quitar los abrigos a los que visitan a los asesorados. Asesores de despacho y asesores de escaparate. Y existen políticos tan excesivamente asesorados, que se convierten irremediablemente en asesores. Por ejemplo, Mas, que cuenta con más asesores que el propio Presidente del Gobierno, es a su vez el asesor de la familia Pujol, y así les va a los Pujol, que no salen de una y ya están metidos en otra. Mas tiene aspecto de asesor y el remedio no pasa por acudir a una peluquería en pos de un cambio de imagen. El que nace asesor muere siéndolo. Y es muy bonito, pero ruinoso para los demás. Así que, a trabajar más y asesorarse sólo en lo imprescindible.
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