2.1. Al comienzo el altar fue una de las mesas del "triclinium", como lo fue para la para la primera Misa. Probablemente se reservaba alguna para uso sagrado.
El triclinio era una mesa en forma de herradura: la cabecera, ala derecha y ala izquierda, con un hueco o espacio libre en su centro para poder hacer el servicio. (En esa parte no se sentaba nadie). En todo el perímetro exterior había lechos o divanes, con una pequeña inclinación o declive, cuyo fin era hacer más cómoda la postura, haciendo cargar el peso del cuerpo sobre su parte central. Sobre los divanes se tendían los comensales recostándose sobre su brazo izquierdo (comían con el derecho), con la cabeza sobre la misma mesa y los pies en el lado opuesto. Para más comodidad, cada comensal apoyaba su lado izquierdo sobre un almohadón saliente y mullido.
El lugar más distinguido no era el centro del triclinia-cabecera, sino en el extremo izquierdo. En efecto, cada uno de esos lechos o divanes, tenía en su lado izquierdo un largo cajón fijo, inamovible, que se extendía de extremo a extremo y hacía este lugar más cómodo y el de mayor distinción entre griegos, romanos y judíos.
("Fuera cual fuere su duración, cuando la cena era ofrecida por romanos acomodados se celebraba en una habitación especialmente dispuesta para esta ocasión: el 'triclinium', cuyas medidas establecidas eran de una longitud doble a su anchura; el nombre venía dado por los lechos ('lectus') de tres plazas ('triclinia') sobre los que se recostaban los invitados. Esto que a nosotros nos puede parecer incómodo, sin embargo era algo fundamental en la cena romana, un detalle que por nada del mundo los romanos hubieran omitido y que nos recuerda a los banquetes orientales, en los que las sustituyen por divanes. Los 'triclinia' era una un elemento indispensable del bienestar, así como un signo de elegancia y una señal de superioridad social. Sentarse para comer antaño sólo había estado bien visto en las mujeres, quienes se colocaban a los pies de los maridos. Pero, en una época en que las matronas tenían su lugar junto al marido en los triclinia, comer sentado era algo sólo hacían los niños, a los que se sentaba en unos taburetes colocados ante el triclinium de sus padres; los esclavos que no estaban autorizados a tenderse como sus amos más que en los días de fiesta; los palurdos o provincianos de la Galia lejana o los clientes de paso en posadas y tabernas". (J.Carcopino, "La vida cotidiana en Roma", p.333)
1.5. No se utilizó, pues, al comienzo ningún altar. Eso dio pie a la acusación de parte de los paganos, de que los cristianos era ateos.
Pero cuando el ágape se fue separando de la Eucaristía, se comenzó a usar como altar una mesa especial, probablemente una de aquellas de tres patas ("tribadion") que se hallaban en todas las casas de los patricios.
Los diáconos estaban encargados de colocarlas en el lugar y momento oportunos; como también lo necesario para la celebración del Sacrificio. [5]
La representación más antigua de un altar trípode cristiano se halla en la "capilla de los sacramentos" en el Cementerio de San Calixto. Data del s.III.
1.6. Por mucho tiempo se creyó que desde el s.I se celebraba Misa sobre los cuerpos de los mártires. En realidad, se colocaba un altar delante de los sepulcros de los mártires para honrar sus reliquias, celebrando la Santa Misa en fechas especiales, sobre todo para conmemorar la muerte del mártir. Solo hacia el s.III o IV comenzó a celebrarse sobre la tumba del arca, pero ocasionalmente.
Los altares hoy existentes en los antiguos cementerios cristianos son todos posteriores al s.IV.
En las basílicas del s.IV debieron coexistir dos tipos de altares: el corriente, móvil y de madera; y algunos fijos de madera o de piedra.
No consta la sacralidad del altar hasta el s.V, reservada para los altares fijos de piedra. Los de madera recibían una unción simple, pero pronto sólo se tratará de una bendición.
1.7. En el s.VI ya no se usa más la madera como materia prima para los altares, sino que se impone definitivamente la piedra. Fue impuesta en el sínodo de Epaon, en Borgoña, año 517 (canon 26) e incorporado al Decreto de Graciano, c.31 (D.1, De consecr.)[6] Ello obligó a la modificación de varios presbiterios de las basílicas, al substituirse el antiguo altar de madera por uno de piedra. Eso, a la vez, trae como consecuencia el que haya que buscar la manera de llegar a las reliquias. Probablemente el primer acceso construido a estos efectos fue el hecho por Pelagio II (578-590) en San Pedro del Vaticano. Se trataba de un corredor bajo el presbiterio, alrededor del ábside, o sea, la llamada "Confessio", que fue copiada por muchas iglesias.
La "confessio" era una cripta bajo el pavimento del altar, en el que se hallaba la tumba del mártir o confesor de la fe ("confessor", de allí "confessio")[7] Una rejilla de mármol separaba la tumba de una antecámara. En la rejilla había una abertura ("fenestella") que permitía a los fieles pasar su mano para tocar la tumba con lienzos ("brandea") u otros objetos.
En la faz anterior de la base del altar se hallaba escrito el nombre del mártir: el "titulus". Por extensión se adjudicó luego el "titulus" al altar mismo, y finalmente a la iglesia toda.
En el s.V comenzó la costumbre de incluir alguna reliquia en algún lugar del altar: en la tabla de la mesa, en la base, etc.
Desde el s.VI, y sobre todo en la época carolingia, el sepulcro del mártir se coloca en la base misma del altar: sea en el lado frontal, dorsal o bajo la tabla de la mesa.
Desde el s.XI se universaliza la modalidad de colocar las reliquias en la tabla misma de la mesa del altar.
Pero Righetti dice que la disciplina respecto a las reliquias fue distinta en Occidente que en Oriente:
"Roma hasta el s.VII, a pesar de las insistentes y autorizadas peticiones, no consistió jamás en trasladar los cuerpos de los mártires de sus sepulcros, ni tampoco en separar de ellos una parte; la tumba de los mártires era inviolable. Sin embargo, en lugar de enviar verdaderas reliquias, lo que hacía era mandar como regalo reliquias equivalentes, esto es, pañuelitos ('brandea', 'palliola') que habían tocado el sepulcro del mártir o trocitos de tela empapados en su sangre, o lamparillas de aceite encendidas ante su tumba. Por el contrario, en Oriente y en Italia septentronial, que seguía la disciplina oriental, el traslado de los cuerpos de los mártires y su fraccionamiento se hicieron comunes..." (p.460-61)
Originariamente la lista de reliquias que se colocaban en el altar venía escrita sobre el altar mismo; más tarde, esa misma lista, se escribía en un pergamino ('pittacium') y se encerraba en una cápsula ('capsella'). Esta se insertaba en un hueco hecho en la base del altar o excavado en el espesor de la mesa (esta es la forma que se impuso).
Las reliquias eran de mártires, pero también de confesores, de vírgenes, o relacionadas con Nuestro Señor o María Santísima.
Los Padres de la Iglesia testimonian acerca de la práctica de celebrar Misa sobre las reliquias de los mártires.
San Jerónimo: "Así pues, ¿obra mal el obispo romano que ofrece a Dios los sacrificios sobre los restos mortales de Pedro y Pablo - según nosotros, huesos venerados; según tú, polvillo vil-, y sus tumbas las tiene como altares de Cristo?
San Agustín: "...Pero el pueblo cristiano celebra con religiosa solemnidad el recuerdo de los mártires, tanto para excitar a su imitación como para asociarse a sus méritos y ayudarse de sus oraciones, más de tal modo que los altares no los erigimos a algún mártir, sino al mismo Dios de los mártires aunque en memoria de los mártires..."
San Máximo de Turín: "Por lo tanto, hay que tener a los mártires en el más alto y principal lugar por causa de la fe. Pero ved qué lugar deben merecer ante los hombres quienes ante Dios merecieron un lugar en el altar... ¿Qué más reverente, qué más honorable puede decirse que el que descansan bajo el ara en el que se celebra el sacrificio a Dios? Con razón, pues, los mártires se colocan bajo el ara, porque sobre el ara se pone Cristo",
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