1.La veneración que sintieron los cristianos a lo largo de los siglos estaba basada en todo lo que el altar simboliza, especialmente al mismo Jesucristo.
¿Cómo se manifestó esa veneración? A través de la práctica litúrgica, como extralitúrgica.
a- Por la postración y los besos. El O.R. I nos cuenta cómo el obispo se postraba al llegar al altar.
Los múltiples besos: en el rito tradicional de la Misa, el celebrante besa 9 veces el altar.
b- Desde el s.IX se colocaba en el sepulcro de la mesa de altar no sólo las reliquias de los santos, sino también tres hostias consagradas. De costumbre pasó a ser rúbrica hasta los siglos XIV-XV.
c- Por la construcción de altares de oro. P.ej: el Liber Pontificalis habla del hecho para San Pedro de Roma; también en Santa Cruz de Jerusalén; el que mandó construir Constantino para Santa Sofía de Constantinopla, etc.
El oro simboliza por un lado la humanidad gloriosa de Cristo; por otro, la caridad infinita de la cual estaba revestido.
d- Ciertas prácticas nos hablan elocuentemente del respeto inmenso que tenían los cristianos para con el ara sacra:
- Los fieles tocaban el altar para hacer sus juramentos.
- El altar gozaba del derecho de asilo: quien se aferraba a él no podía ser atacado. Luego se hizo extensivo a toda la iglesia.
- Cuando se donaba algo a la iglesia se lo colocaba sobre el altar (si era un bien inmueble, con un objeto que lo representara, p.ej., una llave).
Y no sólo las cosas, sino también las personas manifestaban su entrega a través del altar: el caballero, colocando sobre el altar su espada; el monje benedictino, depositando sobre él su carta de profesión. En el rito de consagración de un rey, se colocaba su espada, antes de ser bendecida.
2. Y de esa veneración, nace la preocupación por su buena conservación, por su embellecimiento. Las directivas impartidas por la Iglesia para el templo en general, se aplican de una manera especial al altar, que es la parte más noble de aquel.
En la Encíclica Mediator Dei (IV, 2) dice Pío XII: "Siéntase cada uno animado por aquello del salmo: 'El celo por tu Casa me consume', y esfuércese, por consiguiente, para que, aunque no llame la atención por la riqueza, ni por su esplendor, sin embargo todo cuanto pertenezca a los edificios sagrados, a los ornamentos y a las cosas del servicio de la liturgia, aparezca limpio y en consonancia con su fin, que es el culto de la Divina Majestad".
Una carta de San Jerónimo a Heliodoro va a servirnos de ejemplo: "Nepociano, que tenía grandes cualidades, no desdeñaba a la vez las pequeñas virtudes. Mejor dicho, su alma, enteramente consagrada a Cristo, se entregaba por igual a las cosas grandes y a los pequeños detalles. El santo sacerdote cuidaba, con escrupuloso esmero, de la preparación del altar, del aseo del santuario, de la pulcritud de los vasos sagrados. Su piedad se interesaba por la más mínima de las ceremonias. Antiguamente, Beseleél recibió de Dios sus aptitudes de artista para fabricar el material del culto judío. Así Nepociano también. Las virtudes que llenaban su alma desplegábanse en elegantes manifestaciones artísticas. Gustaba de adornar las basílicas y las tumbas de los mártires con flores, follajes y pámpanos. En una palabra, todo lo que había en su iglesia de encantador a los ojos, testimoniaba la piadosa industria de este sacerdote".
3. odo cristiano, y especialmente los clérigos, deben hacer suyos los devotos acentos del salmista:
"Amo, Yahvé, la casa de tu morada, el lugar del tabernáculo de tu gloria"
"Una sola cosa he pedido a Yahvé, y esto sí lo reclamo: habitar en al casa de Yavhé todos los días de mi vida; contemplar la suavidad de Yavhé y meditar en su santuario. Porque en el día malo Él me esconderá en su tienda; me tendrá seguro en el secreto de su tabernáculo, y me pondrá sobre una alta roca" (=altar)
"Envíame tu luz y tu verdad; que ellas me guíen y me conduzcan a tu santo monte, a tus tabernáculos. Así llegaré al altar de Dios, al Dios que es la alegría de mi juventud; y te alabaré al son de la cítara"
"¡Oh cuán amable es tu morada, Yahvé de los ejércitos! Suspirando, desfalleciendo, anhela mi alma los atrios de Yahvé. Mi corazón y mi carne claman ansiosos hacia el Dios vivo. Hasta el gorrión halla una casa, y la golondrina un nido para poner sus polluelos, junto a tus altares, Yahvé de los ejércitos, Rey mío y Dios mío. Dichosos los que moran en tu casa y te alaban sin cesar".
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