Existen momentos en la vida de cada uno que los
proyectos donde estás desarrollando tu misión se va acabando. Dichos proyectos
pueden ser vitales, sentimentales, laborales, vocacionales y, si hablamos
exclusivamente de la fe, apostólicos o evangelizadores.
Todo lo que comienza termina, empezando por
nosotros mismos, salvo el gran proyecto del amor que no tiene principio ni final. Cuando se ama se
hace sin pensar en intereses, en prebendas ni en castigos. Se ama y punto. Los
proyectos sentimentales pueden acabarse, pero no cuando acaba el amor sino
porque nunca existió en su verdadera medida porque el que conoce, de verdad, el
amor está plenamente enamorado de la otra persona y cuando se ama no se tienen
en cuenta envidias, el mal, recelos porque amar es entrega total y ante la
inmensidad del amor no hay nada que lo perturbe.
En los demás proyectos a los cuales somos llamadas
para trabajar, colaborar, participar, todos tienen un punto de partida y un
punto de llegada que puede ser más o menos amplio en el tiempo. Eso solo Dios
lo sabe. Cuando lo que finaliza se hace por edad, porque las fuerzas flaqueen o
de forma satisfactoria este fin de encomienda se acoge y lleva desde el júbilo.
Lo que peor se lleva, porque en muchas ocasiones
es verdaderamente injusto, es cuando prescinden de ti o tu tienes que
prescindir harto de estar harto de todo. Esos son momentos verdaderamente
ingratos que te agrían la boca y, en cierta medida, se puede resquebrajar la
confianza en personas o entidades que hasta ese momento no existían.
Conozco casos cercanos de que han pasado por esta
aciaga situación y que porque no han recibido la confianza que preveían podían
tener o porque su proyecto se ha acabado ante sus propios ojos aunque algunos
piensen que no es así han tenido que culminar su actuación, el desarrollo de
sus funciones de una forma amarga y llena de angustiosos recuerdos.
Puede ser que suceda que el proyecto primegenio,
que dio origen a la institución, se desvirtúe con el paso del tiempo hasta
llegar a perder toda semejanza con las
raíces fundacionales. Es entonces cuando hay que armarse de valor y poner “pie
en pared” para intentar, por todos los medios, luchar para que no desaparezca
todo cuanto la fundamentó y se quede como un bello y precioso souflé, bello por
fuera y vacío por dentro.
Muchos trepas, los hay en todos los sitios,
aprovechan esta oportunidad para hacerse con el “poder” de la forma que sea sin importarle las
normas, la regulación ni siquiera la ley y ocupan los puestos de forma
permanente cuando debería ser interina. No quieren oír la palabras elecciones
pues pueden perderlas y cuando se alcanza la cima es muy difícil bajarse de
ella aunque con esa actitud estés traicionando a una mayoría que quiere volver
a lo que siempre fueron. Mayoría esta que le toca transitar por el desierto
hasta que se cumpla el tiempo, que no olvidemos pasa inexorablemente, y todo
pueda volver a la normalidad y el sentido común.
En estos y mucho más casos la negritud lo invade
todo, no existe ni una rendija donde poder agarrarse porque el olvido llega
pronto aunque antes hayas tenido que vivir la ignominia, humillaciones,
persecuciones e intentos varios de descarrilamientos en lo personal.
Pero Dios no se queda con nada de nadie y el que
ha ido con la verdad no debe temer a los esclavos de poder y de la sinrazón
pues, como antes he dicho, todo tiene un principio y un final.
El tiempo pasa y se va normalizando todo y cuando nos hemos empezado
a acostumbrar a vivir sin luz, cuando ya divisamos los obstáculos porque
sensitivamente nos hemos ido desarrollando a fuerza de “golpes”, cuando todo
eso pasa, que suele pasar, Dios abre una ventana limpia y clara que deja entrar
fulgurantes rayos de sol, aunque sea de noche, para alumbrar y hacer justicia
con nuestras vidas donde los padeceres experimentados se convierten, por Su
Obra y Gracia, en gozo pleno.
Y todo esto pasa porque es bueno para nosotros,
porque Dios tiene que probarnos. Él sabe mejor que nadie hasta donde pueden
llegar nuestras fuerzas y lo que quiere demostrarnos es la cantidad y calidad
de nuestra fe.
A pesar de todo, ¡Dios nos quiere en camino! Para
servirlo, estemos donde estemos, eficientemente no podemos ni debemos dejar
llevar por el hastío, el desafecto, la desilusión, la desesperanza porque si
así lo hacemos habrán ganado los que hicieron todo lo posible por hacernos
desaparecer de la faz de la tierra, esos perdedores que consiguieron sus
“victorias” de la manera y forma que lo hicieron y que tan alejados están de lo
que es y significa el Amor.
Cristo vino al mundo para ofrecerse a nosotros y
darnos Vida Eterna. Nos marcó las pautas para conseguirlo, sufrió lo indecible
hasta morir desde y en la ignominia. Nos puso en camino para alcanzar el
Camino. Tan simple y complicado como eso.
Cuando esa abierta en la oscuridad se hace
presente en nuestras vidas no podemos asomarnos desde la soberbia, el orgullo,
el resentimiento que produce el dolor infringido sino desde la humildad, el
amor, la mansedumbre que caracteriza la vida de un aspirante a discípulo de
Jesús, el Nazareno.
Todos los creyentes estamos llamados a ser una
“bendición” para los demás y a bendecir como nos manda el mismo Jesús:
“Bendecid a los que os maldicen, rezad por los que os injurien... Como queréis
que os traten los hombres tratadlos vosotros a ellos... y seréis hijos del
Altísimo, que es generoso con ingratos y malvados”. (Lucas 6, 28,31,35).
No olvidemos que Dios cuando cierra puertas abre
ventanas y lo hace para nuestro bien.
Recibid, mis queridos hermanos, un fuerte abrazo y
que Dios te bendiga.
Jesús Rodríguez Arias
No hay comentarios:
Publicar un comentario