La Iglesia ortodoxa ha confirmado recientemente la oposición también a la hospitalidad eucarística para cristianos individuales de otras confesiones, comprendidos los católicos. El mismo Patriarcado ortodoxo de Moscú que había concedido la «reciprocidad» de la comunión eucarística hacia la Iglesia católica en el caso en que los fieles católicos en caso de necesidad quisieran acercarse a la comunión, ha vuelto a sus rígidas posiciones de absoluta negación.
La Iglesia católica prohíbe a sus miembros la participación eucarística mediante la comunión en las otras Iglesias. Solamente en caso de necesidad autoriza a los propios fieles a acceder a la Eucaristía en las Iglesias en que ésta es considerada válida, es decir, prácticamente en las Iglesias ortodoxas. A su vez en caso de necesidad admite a la comunión eucarística a los fieles de las Iglesias orientales que no tienen comunión con la Iglesia católica, en caso de que «lo pidan espontáneamente y estén bien dispuestos»; «esto vale para los miembros de las otras Iglesias las cuales, a juicio de la Sede Apostólica, en relación con los sacramentos en cuestión (en este caso la Eucaristía) se encuentren en la misma condición que las Iglesias orientales». Los otros cristianos, sin embargo, a juicio del obispo o de la Conferencia Episcopal, pueden recibir en determinados casos de necesidad la Eucaristía, a condición de que manifiesten la fe católica sobre este misterio y estén bien dispuestos 150.
El Catecismo de la Iglesia Católica recuerda, en síntesis, la posición de la Iglesia respecto a la intercomunión (nn. 1399-141).
La Eucaristía queda así en el centro mismo de la unidad de la Iglesia como condena de las divisiones en el Cuerpo de Cristo y como estímulo de la búsqueda de aquella unidad «católica», plena y perfecta, en la fe y en la vida, vivida por la Iglesia en los diez primeros siglos de su existencia, pero con las fisuras e imperfecciones de aquel tiempo. Renunciar a esta tensión hacia la plena unidad, sobrepasando las etapas de una paciente búsqueda de la verdad y del amor, sería renunciar al sentido pleno de la Eucaristía como causa y signo de la plenitud de la unidad eclesial según el querer de Cristo.
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