Para el hombre actual lo trascendente no tiene importancia frente a las «cosas relevantes» de la vida: trabajo, economía, salud. A fuerza de separar lo eterno y lo temporal, lo primero ha sido relegado a la superstición o la absoluta subjetividad. Los que rezan, por ejemplo, son pocos y no son admirados, sino más bien tachados de buscarse «apoyo emocional». El Positivismo ha establecido como dogma que la razón no puede conocer más allá de la apariencia. Nos obliga a dejar de buscar el significado de las cosas no materiales (amor, moral, escatología...). Pero esto es tan antinatural que la persona acaba percibiendo el mundo como un gran absurdo e, incluso, enfermando. No me extrañaría que semejante represión esté en el origen de la frecuente «depresión» moderna. El siglo XXI es la culminación de un proceso en el que se niega la posibilidad de conocer la verdad y en consecuencia se desdibuja la distinción moral. Y, sin embargo, las evidencias de que esta verdad moral existe siguen presentes. Si un hombre inocente recibe una paliza, por ejemplo, no puede negar que ha sido víctima de una injusticia. Lo mismo ocurre si alguien ayuda a otro con sacrificio de sí mismo. Es inevitable calificar de «bueno» semejante acto. ¡Imaginemos por un instante la confusión del pensador moderno que niega la verdad de las categorías morales y a la vez las practica en su vida! La única forma de salir de semejante atolladero es superar la reducción de lo «razonable» a lo «científico». Nadie puede «demostrar» en un laboratorio que algo sea justo o injusto. Nadie puede «probar» que las acciones de Maximiliano Kolbe sean mejores que las de Adolfo Hitler, pero las certezas al respecto existen. Hay una moral natural que la inteligencia reconoce. Llegados a este punto nos encontramos frente al dilema actual: o admitimos que la razón no se reduce a lo mensurable empíricamente o renunciamos a la razón. En palabras del Papa: «Una razón que se limita a sí misma de esta manera es una razón mutilada. Si el hombre ya no puede argumentar racionalmente acerca de las cosas esenciales en su vida, acerca de su de dónde y adónde, acerca de lo que debe y puede hacer, acerca de la vida y la muerte, y tiene que dejar esos problemas decisivos a merced de un sentimiento separado de la razón, entonces no está exaltando la razón sino deshonrándola». Pues eso, Feliz Navidad y a disfrutar de lo eterno.
No hay comentarios:
Publicar un comentario