SU PROPIO AFÁN
ENRIQUE / GARCÍA-MÁIQUEZ | ACTUALIZADO 29.11.2014 - 01:00
Un rito implícito
DON Rafael Zornoza, obispo de Cádiz, acudió el jueves al Foro de Cádiz, en la Fundación Cajasol, en la casa Pemán. En su intervención, titulada Una Iglesia misionera, el sueño del Papa Francisco, decidió cederle todo el protagonismo al nuevo pontífice. Sin posar de humilde ni advertir de su intención, fue desapareciendo en sus palabras, cada vez más traslúcidas, que citaban sin descanso al Papa. Que yo recuerde, no dio una sola opinión suya personal. Incluso las bromas y anécdotas eran de Bergoglio. Por ejemplo, contó que el Papa ha decretado el fin del habriaqueísmo: cuando "habría que hacer algo"…, se hace y ya.
No diría que el obispo de Cádiz optó por el perfil bajo, sino por un perfil ancho. Después de enumerar las muchas intenciones y aspiraciones del Santo Padre, pasó a exponer cómo la Iglesia de Cádiz y Ceuta está en marcha, deseando seguir el paso en todas y cada una de las iniciativas papales. Pasmaba tanta actividad diversa, tantas personas comprometidas, tanto campo abierto.
Paradójicamente, mientras el obispo iba disolviéndose ante nuestros ojos en solicitud hacia al Papa, su autoridad crecía. A los cristianos de la sala nos interpelaba a obedecerle su atención a las sugerencias y gestos del Santo Padre. Así es la jerarquía en la Iglesia: no se funda en el poder, sino en el servicio. Se sigue al obispo por su comunión con el Papa, y al Papa por su comunión con Dios, con la fe y con el magisterio. Hay un escolio inolvidable de Nicolás Gómez Dávila: "Los ritos preservan, los sermones minan la fe". En la conferencia de Zornoza no había ni una coma de sermón. Era, secretamente, un rito: un rito implícito.
El formato del Foro supone las preguntas del público. Y fuimos, con ellas, poco a poco, cercando la postura del obispo, forzándole a dar sus opiniones. Como es natural, expresó su dolor por los sucesos de Granada. Ante la última pregunta, sobre la crisis actual, mencionó pudorosamente la oscura e innegable existencia del pecado y sentimos cómo se asomaba, un segundo, a un abismo. Enseguida, habló, con creciente entusiasmo, de las necesarias virtudes, de la fe, de los ideales sublimes que escribieron las páginas más nobles de la historia de España. Durante una hora nos había expuesto un amplísimo panorama; ahora, al final, iba, en un instante, de lo ínfimo a lo más alto. De manera invisible, había trazado, sobre el aire del Foro, la señal de la cruz.
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