viernes, 28 de noviembre de 2014

YA ES TIEMPO DE CAMINAR.




Por el P. Luis Javier Fernández Frontela.
El 4 de octubre de 1582, al atardecer, cuando en Alba de Tormes acaba la vida de la Madre Teresa, para quien la vida fue “una noche en una mala posada”. Desde Alba entró en la vida de Dios, en ese “para siempre, para siempre, con el que había soñado desde su infancia, cuando trataba de ganar el cielo con el martirio.
Al atardecer del 20 de septiembre de 1582, vísperas de la fiesta de San Mateo, cuando llega a Alba de Tormes, terminan los muchos y largos viajes de la Madre Teresa, la monja andariega, por las tierras de Castilla y Andalucía.
A pesar de que los médicos la recomendaron guardar cama, ella se levantó para comulgar cada día y para andar por la casa. Para contentar a su sobrina Teresita y a Ana de San Bartolomé, sigue soñando en volver a su primera fundación, San José de Ávila, de donde era priora: “Al punto que me viese algo aliviada me busque alguna carroza y me levante y vamos a Ávila”.
A pesar de las intenciones del P. Antonio, que pedía al Señor “no la llevase ahora que era su presencia necesaria”, Teresa de Jesús, que es consciente que “ya no era menester en este mundo”, se prepara para el encuentro definitivo con Dios, el amado.
El 29 de septiembre, día de san Miguel, oyó misa y comulgo, pero debido a una hemorragia “cayó en la cama y nunca más se levantó”. El domingo 30 de septiembre la dice a su querida Ana de San Bartolomé: “Hija, ya es llegada la hora de mi muerte”. El 1 de octubre pidió que la lleven a la enfermería, pues desde allí, a través de la reja, puede seguir la misa.
El 3 de octubre, nos cuenta María de San Francisco que la Madre Teresa “pidió el Santísimo Sacramento, y estaba ya tan mala, que no se podía revolver en la cama. Dos religiosas la volvieron, y mientras no veía el Viático comenzó a decir a todas las religiosas: “Hijas mías, por amor de Dios las pido tengan gran cuenta con la guarda de la Regla y Constituciones…”, en este punto acertó a llegar el Santísimo Sacramento, y con estar tan rendida se levantó encima de la cama, de rodillas…, y poniéndosele el rostro con gran hermosura y resplandor…, dijo al Señor cosas tan altas y divinas, que a todas ponía gran devoción. Entre otras dijo: “¡Señor mío y esposo mío!, ya es llegada la hora deseada, tiempos es ya que nos veamos, amado mío y Señor mío; ya es tiempo de caminar, vamos muy en hora buena; cúmplase vuestra voluntad, Ya es llegada la hora en que yo salga de este destierro, y mi alma goce de vos que tanto ha deseado”.
Cuando el P. Antonio, siempre tan inoportuno, la pregunta: “Madre, si Nuestro Señor la lleva a sí, ¿qué quiere que hagamos, si quiere ir a Ávila o es su voluntad quedarse aquí?”, Teresa le responde: “Jesús, eso ¿ha de preguntar, padre mío, ¿yo tengo de tener casa propia?”.
Solía decir: “Señor, soy hija de la Iglesia”, pedía perdón por sus muchos pecados y exclamaba “por la sangre de Jesucristo he de ser salvada”.
El 4 de octubre, a las nueve de la noche, mientras en el palacio ducal se celebra alegremente el bautizo del nieto del duque de Alba, moría, en el convento de la Encarnación de Nuestra Señora del Carmen, a los 67 años de edad la Madre Teresa de Jesús.
A la mañana siguiente, mientras las campanas del convento anunciaban la muerte de la Madre Teresa, su cuerpo fue colocado en la iglesia conventual donde el pueblo acudió a venerar el cuerpo de la Madre y darla el último adiós.
En Alba de Tormes, y a pesar de los desaguisados que se hizo con su cuerpo, reposa para siempre esta mujer, que en vida fue amiga fuerte de Dios, y que hoy, a través de su doctrina, es alimento de la fe de tantos cristianos que como ella buscan a Dios. Por eso tempranamente su sepulcro se convirtió en lugar de peregrinación. En 1614 el P. Antonio de la Encarnación en su obra Vida y milagros de la esclarecida y seráfica virgen Santa Teresa, reconoce que hasta el sepulcro de la Madre Teresa “concurre innumerable gente de todas las partes. Hácenle novenas, encomendándose a la Santa, reciben de Dios muchas misericordias con grande operación de milagros”.
Hoy peregrinar hasta su sepulcro es caminar hacia un lugar santo, pues allí una mujer, que en vida anduvo con los pies en la tierra, y que hasta en los pucheros, en lo cotidiano de la vida, supo encontrara a Dios. Una mujer, como diría el Hermano Roger, fundador de la comunidad de Taize, que “compraba, discutía de negocios, escribía, y vivía al mismo tiempo, en su vida profunda, en la intimidad con Dios”.
En Alba reposa no una santa, sino la Santa, que no es otra qe Teresa de Jesús, que en vida fue amiga de Dios y que, más allá de la muerte, goza de su presencia. Podemos decir que a través de ella, como ocurre con todo los santos, Dios es conocido, amado y alabad
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