miércoles, 2 de noviembre de 2011

LA BELLEZA DE LA IGLESIA


Llegamos ya a la última
parte de esta bellísima
súplica, de este gemido
que el Espíritu clama en
nosotros. Y lo hacemos
en la víspera de Todos los
Santos y de los difuntos
en el mes de noviembre,
que la Iglesia dedica a
rezar por ellos y a contemplar
las realidades
escatológicas, lo que se
ha llamado los novísimos:
muerte, juicio, infierno y
gloria. Qué diferencia con
esa caricatura de Halloween
que nos invade...
Hoy día no se habla mucho, ni se predica
siquiera, sobre estas verdades de fe, que
forman parte fundamental de nuestro credo.
Se prefiere hablar sobre realidades
más humanas o sociales. Y se
olvida lo esencial: aquí estamos
de paso. En cualquier momento
se descubre el velo, se abre el
telón y…¡empieza la verdadera
vida! “Esta es la única vida verdadera,
la única vida feliz: contemplar
eternamente la belleza
del Señor, en la inmortalidad e
incorruptibilidad del cuerpo y del
espíritu (San Agustín)”. ¡La belleza
del Señor! No habrá palabras...
A la hora de mi muerte, llámame. Toda la
oración veo que está dirigida hacia este verso,
porque sin la gracia santificante, sin la
amistad de Jesús que le hemos pedido anteriormente
en ella, no sabremos reconocer la
voz de Aquél que nos llamará a la hora de
nuestra muerte, pronunciando nuestro nombre
escrito en el Libro de
la Vida desde el bautismo,
como la amada conoce
la voz del amado, en
un susurro inconfundible:
¡Te amo!
Y mándame ir a Ti. Será
una orden imperiosa y a la
vez llena de misericordia
¡ven conmigo! Y solo esa
voz tendrá verdadero poder
para levantarnos e introducirnos
en Su Reino.
Para que con tus santos te
alabe por los siglos de los
siglos. Alabarle sin fin,
continuamente. La felicidad de aquí solo es
una sombra de lo que nos espera en una realidad
de Amor sin límites…¡qué pobres son mis
palabras!
Mientras tanto, los cristianos
rezamos por nuestros difuntos,
honramos su cuerpo, templo del
Espíritu Santo; no acostumbramos
a incinerarlos, aunque la
Iglesia lo tolere en determinadas
circunstancias (nunca lo recomienda);
los velamos toda la
noche rezando y cantando himnos,
como hemos hecho ya en la
parroquia este año en la muerte de algunos
hermanos; los adornamos con flores, cantamos
en el entierro, la Iglesia siempre ha cantado;
los acompañamos al cementerio...en fin, la
Fiesta de la Vida, no de la muerte, que celebramos
gracias a Quien nos ha abierto el cielo
para siempre. Amén.
Petrus quînta
LA BELLEZA DE LA IGLESIA (XXIII)
“Iba ella resplandeciente, en el apogeo de su belleza, con rostro alegre como de una enamorada” Est,5,1
LA ORACIÓN “ANIMA CHRISTI” (3ª parte: los Novísimos)
Alma de Cristo, santifícame.
Cuerpo de Cristo, sálvame.
Sangre de Cristo, embriágame.
Agua del costado de Cristo, lávame.
Pasión de Cristo, confórtame.
¡Oh, buen Jesús!, óyeme.
Dentro de tus llagas, escóndeme.
No permitas que me aparte de Ti.
Del maligno enemigo, defiéndeme.
En la hora de mi muerte, llámame.
Y mándame ir a Ti.
Para que con tus santos te alabe.
Por los siglos de los siglos. Amén

Pedro A. Mejías Rodríguez

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