La Iglesia posee un tesoro
enorme de textos,
plegarias antiguas, himnos,
cartas, etc, de los
Padres, que componen lo
que llamamos La Tradición
de la Iglesia, como
muy bien conocerán los
tres o cuatro feligreses
que aún me leen. Una de
estas oraciones, preciosa,
es el Anima Christi.
Muchos creen que la
escribió San Ignacio de
Loyola, puesto que la
incluye en su libro de los
Ejercicios Espirituales,
pero lo cierto es que data
de mucho antes, quizás de la primera mitad
del siglo XIV.
Es una oración de tipo devocional, de intimidad
con el Señor, muy propia para saborearla
en ese silencio después de la comunión, como
tengo yo la costumbre de hacerlo desde hace
tiempo, en una visita al Santísimo, por la noche
antes de dormir, etc.
Toda ella es un diálogo íntimo con Jesús Crucificado,
del que brota toda Gracia.
En la primera parte que hoy meditamos,
hay una serie de
peticiones breves, decididas,
al Señor, invocando en Él la
materia que lo hace presente
a nosotros: su alma, cuerpo,
sangre, el agua y la pasión.
Alma de Cristo, santifícame.
Es como si dijésemos: hazme
santo, semejante a Ti. Dame de tu
Espíritu, tu “ruah”, tu alma,
tu mismo ser, para yo asemejarme
siempre a Ti.
Cuerpo de Cristo, sálvame.
Le decimos al Señor: dame
tu Redención. Por tu Cuerpo
triturado me salvas. Por el
pan blanco y purísimo me
llevas a Ti, me sumerjo en
Ti.
Sangre de Cristo, embriágame.
Lléname por entero. Que el
vino, tu Sangre, me haga
sentir lleno de Ti. Rebosante.
Como los Apóstoles en
Pentecostés, que parecían
borrachos. Gozados en Ti. Llenos de Ti.
Agua del Costado de Cristo, purifícame.
Lávame de todo pecado, como niño recién
bautizado. Que yo viva de ese bautismo, que
lo descubra día a día. En esta petición le decimos
al Señor que nos lleve, por la cruz, a ir
purificando toda inmundicia del corazón. Que
pueda morir de verdad al pecado.
Pasión de Cristo, confórtame.
En fin decimos, Señor, que yo pueda descansar
de tantos agobios de la vida cotidiana,
en tu yugo que es suave.
Que pueda recostarme en tu
Corazón llagado y saciarme de
tu amor. Confortarme en tantas
adversidades del mundo.
Que yo pueda encontrar en mi
cruz, que es tu Pasión, la verdadera
Paz.
Petrus quînta
Alma de Cristo, santifícame.
Cuerpo de Cristo, sálvame.
Sangre de Cristo, embriágame.
Agua del costado de Cristo, lávame.
Pasión de Cristo, confórtame.
¡Oh, buen Jesús!, óyeme.
Dentro de tus llagas, escóndeme.
No permitas que me aparte de Ti.
Del maligno enemigo, defiéndeme.
En la hora de mi muerte, llámame.
Y mándame ir a Ti.
Para que con tus santos te alabe.
Por los siglos de los siglos. Amén
LA BELLEZA DE LA IGLESIA (XXI)
“Iba ella resplandeciente, en el apogeo de su belleza, con rostro alegre como de una enamorada” Est,5,1
LA ORACIÓN “ ANIMA CHRISTI ” (1ª parte)
Continuamos contemplando la
belleza de la oración cristiana en
esta antigua súplica de la Iglesia
que es el Anima Christi. En esta
segunda parte en que me ha parecido
que se podía dividir, los
tres o cuatro feligreses que aún
me leen me perdonarán por este
pequeño arbitrio, vemos como se
acentúa la súplica a Jesús en la
Cruz. Se grita al Señor, como
tantos hombres a lo largo de la
historia, como el ciego de Jericó,
como tantos que están bajo el peso de los
pecados, de los sufrimientos, como tú y yo le
podemos gritar hoy a Jesús Crucificado:
¡Oh, Buen Jesús, óyeme! Escucha mi súplica,
atiende mis gemidos, no hagas oídos sordos
a mi desesperación. Estoy postrado ante
Ti. No desoigas mis lamentos. “Yahveh, Dios
de mi salvación, ante ti estoy clamando
día y noche; llegue hasta ti
mi súplica, presta oído a
mi clamor. Porque mi
alma de males está ahíta,
y mi vida está al borde del
seol.”(Sal.88,2-4)
Dentro de tus llagas,
escóndeme. ¡Qué atrevimiento,
Señor! Pedirte que
me escondas en tus Cinco
Llagas, abiertas por amor
a mi. No solo contemplarlas,
sino ¡pedirte que me
alojes dentro de ellas!
¡Vivir dentro de tu Pasión!
¿Para qué? Para que mis
sufrimientos se confundan
con los tuyos, que tu Sacrificio
sea el mío, y seamos Uno
en el amor. ¡Qué atrevimiento!
No permitas que me aparte de Ti.
Clavado contigo en la Cruz, no
podré escaparme. Tú sabes lo dispuesto
que estoy siempre a salir
corriendo, a refugiarme en fantasías,
a escaparme de mi historia,
llevando yo solo las riendas de mi
vida. No lo permitas, Señor, Tú
sabes que el demonio me trata de
engañar siempre, ofreciéndome
paraísos de papel cuché. Por eso…
Del maligno Enemigo, defiéndeme. Así
continúa la plegaria. Siendo conscientes de
la realidad de Satanás, hoy silenciada o ignorada
deliberadamente. Pero, ¡bien sabemos
que existe! (“las profundidades de Satanás”
Ap.2,24). Y su misión es tentarnos y
destruir la obra de Dios en el hombre. Defiéndeme
de él, Tú, Señor,
que lo has vencido y lo has
atado. Se mi escudo ante el
adversario en este combate,
en esta pelea que dura
toda la vida y que tú te
encargarás de coronar con
la victoria, en la hora de mi
muerte.
Pero de esto hablaremos la
semana próxima, si Dios
quiere, y si los tres o cuatro
feligreses que aún me leen
lo continúan haciendo.
Petrus quînta
LA ORACIÓN “ANIMA CHRISTI” (2ª parte)
LA BELLEZA DE LA IGLESIA (XXII)
“Iba ella resplandeciente, en el apogeo de su belleza, con rostro alegre como de una enamorada” Est,5,1
Alma de Cristo, santifícame.
Cuerpo de Cristo, sálvame.
Sangre de Cristo, embriágame.
Agua del costado de Cristo, lávame.
Pasión de Cristo, confórtame.
¡Oh, buen Jesús!, óyeme.
Dentro de tus llagas, escóndeme.
No permitas que me aparte de Ti.
Del maligno enemigo, defiéndeme.
En la hora de mi muerte, llámame.
Y mándame ir a Ti.
Para que con tus santos te alabe.
Por los siglos de los siglos. Amén
Llegamos ya a la última
parte de esta bellísima
súplica, de este gemido
que el Espíritu clama en
nosotros. Y lo hacemos
en la víspera de Todos los
Santos y de los difuntos
en el mes de noviembre,
que la Iglesia dedica a
rezar por ellos y a contemplar
las realidades
escatológicas, lo que se
ha llamado los novísimos:
muerte, juicio, infierno y
gloria. Qué diferencia con
esa caricatura de Halloween
que nos invade...
Hoy día no se habla mucho, ni se predica
siquiera, sobre estas verdades de fe, que
forman parte fundamental de nuestro credo.
Se prefiere hablar sobre realidades
más humanas o sociales. Y se
olvida lo esencial: aquí estamos
de paso. En cualquier momento
se descubre el velo, se abre el
telón y…¡empieza la verdadera
vida! “Esta es la única vida verdadera,
la única vida feliz: contemplar
eternamente la belleza
del Señor, en la inmortalidad e
incorruptibilidad del cuerpo y del
espíritu (San Agustín)”. ¡La belleza
del Señor! No habrá palabras...
A la hora de mi muerte, llámame. Toda la
oración veo que está dirigida hacia este verso,
porque sin la gracia santificante, sin la
amistad de Jesús que le hemos pedido anteriormente
en ella, no sabremos reconocer la
voz de Aquél que nos llamará a la hora de
nuestra muerte, pronunciando nuestro nombre
escrito en el Libro de
la Vida desde el bautismo,
como la amada conoce
la voz del amado, en
un susurro inconfundible:
¡Te amo!
Y mándame ir a Ti. Será
una orden imperiosa y a la
vez llena de misericordia
¡ven conmigo! Y solo esa
voz tendrá verdadero poder
para levantarnos e introducirnos
en Su Reino.
Para que con tus santos te
alabe por los siglos de los
siglos. Alabarle sin fin,
continuamente. La felicidad de aquí solo es
una sombra de lo que nos espera en una realidad
de Amor sin límites…¡qué pobres son mis
palabras!
Mientras tanto, los cristianos
rezamos por nuestros difuntos,
honramos su cuerpo, templo del
Espíritu Santo; no acostumbramos
a incinerarlos, aunque la
Iglesia lo tolere en determinadas
circunstancias (nunca lo recomienda);
los velamos toda la
noche rezando y cantando himnos,
como hemos hecho ya en la
parroquia este año en la muerte de algunos
hermanos; los adornamos con flores, cantamos
en el entierro, la Iglesia siempre ha cantado;
los acompañamos al cementerio...en fin, la
Fiesta de la Vida, no de la muerte, que celebramos
gracias a Quien nos ha abierto el cielo
para siempre. Amén.
Petrus quînta
LA BELLEZA DE LA IGLESIA (XXIII)
“Iba ella resplandeciente, en el apogeo de su belleza, con rostro alegre como de una enamorada” Est,5,1
LA ORACIÓN “ANIMA CHRISTI” (3ª parte: los Novísimos)
Alma de Cristo, santifícame.
Cuerpo de Cristo, sálvame.
Sangre de Cristo, embriágame.
Agua del costado de Cristo, lávame.
Pasión de Cristo, confórtame.
¡Oh, buen Jesús!, óyeme.
Dentro de tus llagas, escóndeme.
No permitas que me aparte de Ti.
Del maligno enemigo, defiéndeme.
En la hora de mi muerte, llámame.
Y mándame ir a Ti.
Para que con tus santos te alabe.
Por los siglos de los siglos. Amén
Pedro A. Mejíasa Rodríguez
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