Regen, regen...
Sólo lo escuchaste dos veces.
En Santa María la Blanca
por vez primera; años después,
en un teatro madrileño,
la mujer del poeta amigo
(los mismos que en Toledo),
le pidió que te lo cantase
a la dama judía misteriosa,
que nunca más volviste a ver.
En vano te afanaste
por encontrar la pieza.
Pero a lo largo de los años,
aquella solitaria lluvia
ha seguido calándote el alma.
Te espera tal vez al otro lado.
Este poema aparece recogido en la antología tal vez final del poeta Ricardo Defarges (Barcelona, 1933), titulada Este don a la muerte(Renacimiento, 2011). Lo mejor del poema es cómo salva una anécdota gracias a la trascendencia que se adivina en el último verso, que —sin énfasis— se anhela. Pero es emocionante ver que bastaron dos ocasiones para que esa soñada y añorada música siguiese calándole el alma. Quizá la facilidad de reproducción de ahora mismo trivialice la música y el resto de las artes, que nacieron para el recuerdo en el alma, y no para dos o tres clics y ya.
[Actualización: ¡CLIC!
y tampoco se pierdan abajo el comentario de Borges-Balaverde]
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