"Dios ama al que da con alegría".
Esta frase resume los sentimientos que tengo hacia el gran ser humano al cual quiero dedicarle este artículo y también este blog.
Nos conocemos hace algunos años. Es un señor, un caballero de los de antes. De esos que llevan la elegancia y la majestuosidad de la grandeza humana en cada poro de su piel, de esos que van quedando ya pocos, que, por desgracia, se están convirtiendo en una especie en vía de extinción.
Si hablas con él ves que derrocha ternura, cariño, simpatía, generosidad, amor y alegría. Sí, alegría. Ha pasado por muchas amarguras en su vida, pero la más demoledora ha sido la grave y penosa enfermedad de su mujer, su querida María, a la que cuidó y mimó hasta la muerte. Mimos, cariños y amor a espuertas que salen de su corazón cuando habla de su "particular" ángel a la que sigue queriendo con desmesura, sin medidas. Decía San Agustín que la medida del amor es un amor sin medidas y esto lo lleva al día a día. Cada segundo que pasa lo pasa para hacer el bien. Ahora anda entregado en cuerpo y alma a un proyecto del que está "enanorado": El Museo del Padre Ayala. Se ha rodeado de un grupo de mujeres, siempre está rodeado de ellas a las que profesa un respeto y un cariño inmenso, que lo están ayudando en dicha tarea: "Las Niñas del Padre Ayala". Además de ese proyecto sus grandes pasiones terrenales son las conferencias que imparte sobre la enfermedad del alzheimer y parkinson así como escribir libros que traten dichas enfermedades degenerativas de las que es un experto pues estuvo cuidando a sus seres más queridos que fallecieron víctimas de ellas. Está dando una gira por toda España impartiendo y compartiendo experiencias de vida ante la enfermedad y la muerte y lo hace con la alegría de saberse elegido por Dios para hacer un bien muy importante, por saberse instrumento del Señor para aliviar tantas penalidades, tantos sufrimientos y tantas incomprensiones.
En su vida profesional y académica llegó a lo más alto. Está dentro de, lo que podíamos llamar, las personalidades del Estado, su nivel de influencia es mucho y de relaciones más. A pesar de codearse a esos niveles cuando hablas con él lo hace desde la sencillez y candidez que da ser seguidor de Jesús Resucitado, de ser un buen cristiano, de ser un católico coherente.
"Dios ama al que da con alegría". Así empecé y así quiero terminar este artículo. Porque al darnos Dios a Francisco Rico Pérez nos demuestra que nos ama con desmesura porque disfrutar de él y con él es una de la experiencias más gratificante de la vida. Doy gracias al Padre y a la Virgen de los Buenos Libros por permitirme tener como amigo y hermano dentro del carisma de los propagandistas a Francisco Rico Pérez: Un buen cristiano y un gran señor.
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