domingo, 6 de noviembre de 2011

ÁNGEL DE MI GUARDA.


Ángel de mi Guarda

Angel de mi Guarda, 
dulce compañía, 
no me desampares 
ni de noche ni de día. 

Las horas que pasan, 
las horas del día, 
si tú estás conmigo 
serán de alegría. 

No me dejes solo, 
sé en todo mi guía; 
sin ti soy chiquito 
y me perdería. 

Ven siempre a mi lado, 
tu mano en la mía. 
¡Ángel de mi Guarda, 
dulce compañía!
Las cosas que escribo me las tomo muy en serio. Hace unas semanas comentábamos que Julio Camba rezó como penitencia de su última confesión, según historia que narra Iñaki Uriarte, el “Cuatro esquinitas”, que era la oración que mejor recordaba. Le preguntó al sacerdote si valía. Y claro que sí. Yo de ahí saqué el firme propósito de enseñarles muy bien a mis hijos sus primeras oraciones y, gracias a eso, me he encontrado con la oración al Ángel de la Guarda completa. Sólo me sabía la primera estrofa, que ahora, leyéndolas todas, me parece la menos lograda: me encantan la alegría de las horas que pasan —el paso del tiempo no puede faltar en ningún poema que se precie— y esa mano en su mano, de un niño y de un ángel, nada menos. Si estos deliciosos hexasílabos le parecen a usted poca cosa, no tiene por qué quedarse sin rezar a su Ángel: recuerde aquel solemnísimo soneto del noble marqués de Santillana a su Ángel que publicamos hace unos meses aquí. Era magistral. Pero lo cortés no quita lo valiente, y esta oración, aparentemente ingenua, también tiene, al menos para mí, la belleza y, sobre todo, la gracia que se le debe pedir a la poesía auténtica. 

Por Enrique García-Maiquez.
rayosytruenos.blogspot.com

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