Amanecía nuestro tercer día en nuestro querido pueblo. Anoche me acosté, agotado, poco después de las once de la noche y pude conciliar un profundo y plácido sueño hasta las siete y media de la mañana. ¡Ocho horas y media durmiendo del tirón! Esto para mí supone una auténtica heroicidad pues en días normales de trabajo lo más que duermo son cinco horas y media, a lo sumo seis, y nunca con la tranquilidad con que aquí, en Villaluenga del Rosario, lo hago.
Una vez levantados, duchados, me puse a actualizar el blog en su edición mañanera en el patio. Un ligero fresco hacía prever que el día iba a ser caluroso y extraordinario. Una vez terminado los quehaceres que estaba acometiendo Hetepheres y yo había acabado con el blog nos dispusimos a irnos a desayunar a eso de las diez de la mañana.
A esa temprana hora no estaba todavía abierto el Casino por lo que nos fuimos al lugar donde hemos desayunado los últimos tres días y que tan bien nos han servido. Un café muy cargado, un té con hielo, dos rebanadas con zurrapa de lomo casero y las famosas tortas de "Ana Mari" hicieron que recargáramos fuerzas, las fuerzas necesarias para acometer el sendero que teníamos previsto realizar.
Volvimos a casa, recogimos las mochilas y nos dispusimos a irnos para el coche pues nuestra intención era dejarlo en la zona recreativa que hay poco antes de llegar al pueblo de Benaocaz y que es donde comienza la Calzada Romana. ¡Así lo hicimos!
Empezamos la caminata a las once de la mañana. El calor apretaba poco a poco aunque todavía nos podíamos mantener frescos. Pasamos por las ruinas del hotel, que también tiene pintado en un lienzo Antonio Benítez, y llegamos a la bifurcación donde se puede coger para Benaocaz o seguir por la Calzada. Hicimos los segundo.
El siguiente tramo la dificultad se hacía manifiesta pues el firme era muy irregular. Caminábamos a nuestro ritmo dejando al pueblo a nuestra derecha. Llegamos a otra bifurcación de senderos: Uno que va hacia Benaocaz para el "Salto del Cabrero" y otro de continuación de la ruta que llevábamos cuyo destino final era Ubrique.
Nos sorprendió como un chico venía corriendo por esos parajes. Se le veía muy en forma y musculado así como conocedor del terreno que pisaba.
Empezamos a caminar el tercer tramo, largo y muy duro, dificultoso donde el firme de la Calzada se convertía en una verdadera utopía. Había zonas que era impracticable el caminar con normalidad, donde había que extremar los cuidados porque una caída allí se convertía en algo bastante peligroso además de plausible. Al ver el sendero apreciamos muy de veras la gesta del chico que hizo todo aquel camino corriendo.
Las piernas empezaban a flaquear de tantos esfuerzos como es caminar entre piedras. Kilómetros de calzada con piedras sueltas, boquetes, algunas hondonadas y agujeros que hacía que pusieras todos los sentidos en ver donde pisabas. Un mal paso podría ser terrorífico.
Llegamos a Ubrique a eso de la una menos cuarto de la tarde. Fue hacerlo y empezar el retorno que se preveía duro, muy duro, porque ahora todo el camino era una continua cuesta, empinada y difícil, donde la dificultad se veía incrementada por el pertinaz cansancio, por un irregular firme y por un calor sofocante que hacía que estuviéramos empapados en sudor.
A la vuelta cada uno fue a su ritmo: Hetepheres mucho más ligera pues a mi el calor me afecta, tanto en cuanto, que se me baja la tensión además se me secaba la nariz y podía respirar con dificultad por culpa de mi rinitis. El calor, el cansancio hacían flaquear las cada vez más deterioradas fuerzas. Hice un parón en el camino para tomar a la sombra de un árbol y sentado en una roca que me pareció el más cómodo y reconfortante de los bancos, bebida isotónica y un trozo de bizcocho de un convento de monjas de Ronda que compramos ayer. El beber un largo, larguísimo, sorbo y el ingerir azúcar hizo que mi cuerpo se entonara y cogiera fuerzas necesarias para hacer frente a lo más duro y complicado del camino.
Tenía que seguir subiendo y lo hice rezando porque cuando las fuerzas te fallan y dudas de que tú, por tí solo, puedas hacer determinada cosa tienes que encomendarte a Dios y a la Santísima Virgen del Rosario y así con las fuerzas y la confianza que Ellos me dieron pude culminar el trozo de sendero más dificultoso a la vez que peligroso.
El calor, el inmenso calor, hacía que me parara con más asiduidad buscando el frescor de los árboles, tomando sorbos de isotónica, descansando de la mochila y del sombrero que estaba empapado en sudor. ¡Menos mal que me compré un buen sombrero de paja en Ronda! Pues me ha servido de mucho en esta dura travesía.
Divisé una cancela, después la segunda que llegaba al lugar donde o se podía dirigir a Benaocaz o seguir por la Calzada Romana camino del final o principio de ésta según de donde se venga.
La bajada de la gran cuesta que pasa por el hotel abandonado fue un regalo para el cuerpo y mis sufridos pies, Hetepheres ya me esperaba en la zona recreativa descansando bajo un frondoso árbol, cuando pasé esta vieja edificación me desvié hacia un pilón de agua fresca de manantial para refrescarme. Cuando puse mis manos y el agua fría se topó con ellas aprecié lo que verdaderamente es necesario, esas pequeñas cosas que no son tan pequeñas sino totalmente necesarias. Puse mis muñecas en la boca de la fuente así como cogí agua y me mojé el cuello y la coronilla haciendo que mi cuerpo volviera a la vida pues el contraste del frescor del agua disipó todo vestigio del calor sofocante que había padecido.
Enseguida divisé a Hetepheres y nos fundimos en un largo y sentido abrazo pues los dos habíamos superado esta dura prueba.
Llegamos al coche y nos volvimos para nuestro pueblo, para nuestra casa.
¡Qué alegría sentir el frescor de la casa cuando entramos en ella!
Una ducha larga y prolongada, mientras Hetepheres hacía la comida, después actualizar un poco el blog mientras mi mujer se duchaba. Almorzar en el patio para después tomar el postre sentados en nuestros butacones en el que caí en un profundo sueño que me hizo dormir una buena siesta.
Al despertarme, Hetepheres estaba haciendo su puzzle y yo me puse a actualizar el blog para después, los dos, merendar en el patio donde hemos estado leyendo hasta las ocho y media. El frescor de la tarde ha hecho que hayamos entrado, el frescor se ha tornado en frío dentro de la casa y ahora estamos sentados frente a la chimenea que calienta el hogar.
Son las cosas de mi pueblo, de Villaluenga, donde por el día hace un calor que impregna todo y que por la tarde-noche el frescor que se torna en frío aparece y nos hace dormir con mantas en estas fechas del año.
Mañana sábado será otro día para disfrutar por entero de Villaluenga del Rosario, de sus cosas, de sus gentes, de mi buena gente, de los paseos y mil distracciones que tenemos en este paradisíaco lugar donde lo importante es importante y lo demás adquiere el término de prescindible.
Recibid un fuerte abrazo,
Jesús Rodríguez Arias
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