La Iglesia entera celebra el Corpus Christi
La adoración al Cuerpo de Cristo que, durante estos días, se celebra y se vive en toda la Iglesia, debe tener su repercusión también en nuestra vida diaria, en nuestro trabajo por la paz, en nuestros hogares y lugares de trabajo, en nuestra ayuda a los más necesitados... Escribe monseñor Borobia, obispo auxiliar emérito de Toledo
Procesión del Corpus Christi, en Toledo
(Foto: María Pazos Carretero)
El horizonte de toda celebración litúrgica se proyecta en la contextualización de lo que se celebra. Dentro del círculo del año recorremos, meditando y viviendo, el Misterio Pascual de Cristo: muerte y resurrección del Señor, intensamente vividas mediante la fe proclamada y experimentada en la vida. Muerte de Jesucristo por la salvación del mundo; resurrección de Jesucristo por la salvación y resurrección de toda la Humanidad.
Todos estos acontecimientos salvíficos los vive el cristiano en la liturgia de la Iglesia, y concretamente en sus celebraciones. La proyección de estos hechos religiosos en la vida personal y colectiva finaliza en la experiencia de la Eucaristía, verdadera celebración de los misterios del Señor resucitado en la Iglesia. Volvemos constantemente a esta celebración de la Misa, que pide en el pueblo una prolongación de la presencia mediante la adoración del Cuerpo de Cristo. Llegamos así a la Adoración de todo el pueblo a la Eucaristía, una vez al año, en la fiesta del Corpus Christi.
Procesiones solemnes en las ciudades y en los pueblos: continúan otras celebraciones y vivencias menores más íntimas, pero de hondo calado espiritual y transformador de personas y colectivos. La religiosidad postula estas manifestaciones públicas de adoración al Señor, tan humanas como aquellos modos o maneras de postrarse ante Jesucristo muerto y resucitado que subsisten en la Eucaristía celebrada y realmente viva en personas y en comunidades del pueblo.
Pan para todos los hombres
Que cada uno examine su corazón
para que, de la fe, nazca la solidaridad
y la ayuda a los hombres
La necesidad de exteriorizar lo que es, sin duda, una vivencia individual de la creencia y de la fe es lo que vivimos en las procesiones de la Eucaristía por las calles de Daroca o de Toledo, de nuestros pueblos y ciudades de España y de todo el mundo creyente. La fe nos lleva a estas manifestaciones que explican y desenvuelven unas vivencias colectivas y experimentadas también en el interior de nuestras personas.
Naturalmente que, en este contexto, brotan, junto a la adoración a Jesucristo y a su Cuerpo, otras acciones íntimamente ligadas a la fe y a la Adoración: mandatos de Cristo hacia el amor y la paz. No en vano, estas manifestaciones populares de la fe del pueblo se agregan también al amor que debe de brotar de la Eucaristía: el trocito de pan convertido en Cuerpo de Cristo es el mismo pan que deberemos distribuir entre los hombres del mundo. Y donde se dice pan, queremos decir también amor y solidaridad con el prójimo y con todas las necesidades humanas. La adoración a Jesucristo no está reñida con la conversión del corazón humano hacia todos los hombres, nuestros hermanos, y a la sociedad en general. Que cada uno se examine y abra su corazón a los demás para que, de la fe de cada uno, nazca el compromiso de la solidaridad y de la ayuda a los otros hombres.
Junto a la solidaridad con los hermanos (todos somos hermanos) está el afianzamiento de la paz entre todos los habitantes del mundo, empezando por la verdadera paz y entendimiento en nuestros pueblos y ciudades. El Cuerpo de Cristo nos exige a los hombres mutuo entendimiento y paz. El Pan de Cristo convertido y adorado nos exige entendimiento y paz por encima de nuestras rivalidades económicas y políticas. La unión en el trabajo y las igualdades económicas, fruto del amor entre todos, nos conducirá, sin duda, hacia la paz. Para la paz no existe el egoísmo personal, siempre enemigo de una fe creyente sustentada en el seguimiento de Jesucristo, muerto y resucitado por los hombres.
La adoración pública del Cuerpo de Cristo nos compromete a todos, especialmente a los creyentes cristianos, a vivir el amor de Cristo y a los hermanos mediante una vida coherente que se sustenta no solamente en la adoración al Señor, sino también en el seguimiento a este Cristo que nos redimió con su muerte y resurrección.
+ Carmelo Borobia Isasa
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