No entiendo el motivo del barullo que se ha montado en el Partido Popular por las declaraciones de Aznar. Un partido compuesto por centenares de miles de personas no puede aspirar al asqueroso pensamiento único. Y menos aún comprendo el terror que produjeron las palabras de José María Aznar a los partidos de la oposición. Todos, unos más y otros menos, pero todos, acudieron raudos a consolar a Rajoy. En ese aspecto, José María Aznar resultó vencedor. Aznar atinó en muchas ocasiones y resbaló en otras. El resbalón más contundente, cuando confirmó la ausencia de espíritu democrático en la toma de decisiones de su partido. «Creo que no me equivoqué designando a Rajoy como mi sucesor». Y yo me pregunto: ¿Quién es Aznar para nombrar sucesor con el dedo? ¿En qué Congreso del Partido Popular se ha aprobado que los presidentes nombren a sus sucesores a su antojo y capricho? Aznar no habla bien, pero expulsa convicción y autoridad. Rajoy es un gran parlamentario, pero le falta el convencimiento de la decisión. Me temo que se dejó pasar una sombra de injusticia. Indirectamente, Aznar responsabilizó a Rajoy de la debilidad del Gobierno de España ante las provocaciones inaceptables de los independentistas. Y tenía toda la razón. Pero a don José María se le olvidó recordar que el proyecto de expansión del Partido Popular en Cataluña se lo cargó él cuando entregó a Pujol, a cambio del apoyo parlamentario en la primera legislatura, en bandeja de plata la cabeza de Alejo Vidal-Quadras. Aznar dijo lo que muchos queríamos oír, pero también hizo en su pasado lo que muchos no queríamos que hiciera. Y como todos los dominadores de la situación, juega caprichosamente con las evidencias y con los olvidos.
No creo que Aznar estuviera desleal con Rajoy. Cada uno tiene su punto de vista y bueno es que se abra un debate en el seno del partido que gobierna. En el fondo, lo positivo de las palabras de José María Aznar, ha sido la importancia que le han concedido los medios de comunicación y sus efectos en las redes sociales. Yo las interpreto como una incitación a la reacción de un Gobierno que no se sabe vender ni tiene la menor idea de comunicarse con la ciudadanía. De un Gobierno que se equivoca manteniendo los grasientos michelines del Estado a costa de la humillación de los que trabajan. Aznar estuvo bien, concreto y directo. Pero subjetivo –lógico–, y olvidadizo. Al fin y al cabo, si no le gusta Rajoy, tiene la obligación moral de amputarse metafóricamente su dedo índice de la mano derecha.
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