Se me han deshilachado los tendones de las corvas cuando he leído algunas de las revelaciones que Alfonso Guerra nos regala en sus «Memorias». No he podido incorporarme de mi sillón favorito durante un tiempo que se me ha antojado excesivamente prolongado. Al final, me he dado unos masajitos en las zonas paralizadas, y al fin, mis piernas han respondido al mandato de mi cerebro. Me siento, como dicen en las alturas casi deshabitadas de las montañas cántabras «muy disgustadísimo».
Como parte de la masa, no soy contrario a las pequeñas trampas para engañar a Hacienda. Y con Montoro de ministro, menos aún. Pero una cosa es una pequeña trampa, una triquiñuela de poca monta, y otra muy diferente una defraudación planteada desde las supuestas cimas que exigen la ejemplaridad. Los fraudes al Tesoro Público son juzgados por jueces y magistrados, y no se puede estar en los dos lados. En el lado del juez y en el del tramposo. Y menos aún, cuando el que salta de un lado al otro es la misma persona.
Como habrán deducido hasta sus mejores amigos, me estoy refiriendo al ex juez Baltasar Garzón. En la campaña electoral de 1993, Bono convenció a Felipe González para que incluyera en la relación electoral del PSOE por Madrid, con el número 2, a Baltasar Garzón, deseoso de entrar en la Política, su fundamental vocación. Hubo promesas de premios e intercambios, y Garzón, al vencer los socialistas las elecciones generales, se vio en un inmediato futuro de ministro del Interior. Pero una mañana, cuando acudía canturreando hacia la fuente, tropezó, cayó el cántaro y se hizo añicos. De ministro del Interior, nada de nada. Lo colocaron en un puesto de tarjeta de visita con muchos caracteres pero de escasa influencia. Y Garzón se despidió del PSOE y volvió a su Juzgado en la Audiencia Nacional. Desde el Juzgado, se afanó en vengarse de Felipe González, porque así y no de otra manera es la condición humana. Y bajó un peldaño en la escala de su pozo ideológico. De socialista de toda la vida pasó a ser comunista desde su nacimiento.
Pero Alfonso Guerra nos ofrece una versión tremenda del gran ideólogo de Llamazares y juez condenado por prevaricador. Garzón, con anterioridad a las elecciones, planteó a la dirección del PSOE un «problema operativo». Y Guerra lo narra así: «Como juez debía abandonar unos meses antes de las elecciones el cargo, por lo que dejaría de recibir su estipendio. Me lo consultaron y contesté que sin duda el partido sería solidario, abonándole las cantidades hasta ser proclamado diputado, pero que lo haríamos en A, es decir, de manera legal y con firma del recibo por la cantida real. No aceptó. ''Pues entonces no hay pago'', fue mi respuesta. Parece que acudió a otra institución, esta vez con éxito». ¡Qué cosas!
No me parece bonito que un juez solicite ser remunerado con dinero negro. Para Guerra, alguien de otra institución se hizo cargo de la trampa. Lástima no saber de qué institución se trata, pero no creo que fuera de la iniciativa privada, y menos aún, relacionada con el Partido Popular. No puedo afirmarlo, pero podría sonarme la UGT o una asociación de monteros de la provincia de Jaén. También algún constructor beneficiado por los socialistas o algo por el estilo. Lo que deja muy claro Alfonso Guerra es que Garzón, desde que abandonó el Juzgado de la Audiencia Nacional hasta que fue proclamado diputado del Congreso por Madrid, estuvo cobrando y viviendo de una encantadora caja B. Y mis corvas no lo han aguantado. ¡Qué cosas!
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