DE POCO UN TODO
ENRIQUE / GARCÍA / MÁIQUEZ / | ACTUALIZADO 26.05.2013 - 01:00
Las segundas intenciones
AHORA que la espesa polvareda de las declaraciones de Aznar va poco a poco reposándose, oteemos el paisaje. Si repasamos las interpretaciones oídas, abruman las volcadas en elucubrar sobre sus motivos ocultos. O sea, las que dan por seguro que el ex presidente actuó con aviesas intenciones, movido por oscuros intereses, y que luego los explican con variados agravios personales, miedos mediáticos, venganzas políticas, llamadas de atención, egos desmedidos, estrategias defensivas, etc.
Más allá del caso de Aznar, se ha instaurado el tic en nuestra sociedad de irse rápidamente a juzgar lo que hay por detrás, fruto de un resabio marxistoide que ve siempre, y lo primero, una red tupida de intereses materiales. Eugenio Trías en La dispersión se apuntaba a la moda: "Se pregunta habitualmente por la postura que uno tiene ante un problema... Yo preguntaría directamente, sin rodeos, sin eufemismos, por la impostura..."
Yo, al contrario que Trías, me concentraría en las posturas. Las imposturas, de haberlas, son un problema del impostor e ignorarlas es su mejor pago. Siempre llevo a mano, en la memoria, este cuento de Mario Quintana: "Un día el Diablo vio a un niño haciendo con el dedo un boquete en la arena y le pregunto qué diablos estaba haciendo. -¿No lo ves? Estoy haciendo con un dedo un boquete en la arena -se asombró el niño. ¡Pobre Diablo! Su problema es que el jamás comprenderá que una cosa puede ser hecha sin segundas intenciones". Pero Aznar no es un niño, replicarán ustedes. Sucede, sin embargo, que a pesar de mi gran admiración por Varo Zafra, que sostiene: "Sencillo, a veces; simple, jamás", yo prefiero, al menos en el ámbito de mis aspiraciones, este otro lema: "Sencillo siempre, aun al precio de pasar a menudo por simple".
Aznar se quejó de los incumplimientos del programa del PP por parte del Gobierno del PP, tanto con los masivos impuestos, que ahogan a la clase media, como en la floja defensa de un proyecto nacional. Se dolió de "la lánguida resignación" que exhala Moncloa. Urgió a una reforma institucional del Estado y a pactos urgentes en política social. Lo que puso encima de la mesa es suficientemente serio como para no perder el tiempo buscando, como tahúres taimados, a ver qué lleva en la manga. Porque suele ocurrir: las primeras intenciones tienen más enjundia y mucho más interés que todo el rollo interpretativo tan presupositorio de los listos.
Más allá del caso de Aznar, se ha instaurado el tic en nuestra sociedad de irse rápidamente a juzgar lo que hay por detrás, fruto de un resabio marxistoide que ve siempre, y lo primero, una red tupida de intereses materiales. Eugenio Trías en La dispersión se apuntaba a la moda: "Se pregunta habitualmente por la postura que uno tiene ante un problema... Yo preguntaría directamente, sin rodeos, sin eufemismos, por la impostura..."
Yo, al contrario que Trías, me concentraría en las posturas. Las imposturas, de haberlas, son un problema del impostor e ignorarlas es su mejor pago. Siempre llevo a mano, en la memoria, este cuento de Mario Quintana: "Un día el Diablo vio a un niño haciendo con el dedo un boquete en la arena y le pregunto qué diablos estaba haciendo. -¿No lo ves? Estoy haciendo con un dedo un boquete en la arena -se asombró el niño. ¡Pobre Diablo! Su problema es que el jamás comprenderá que una cosa puede ser hecha sin segundas intenciones". Pero Aznar no es un niño, replicarán ustedes. Sucede, sin embargo, que a pesar de mi gran admiración por Varo Zafra, que sostiene: "Sencillo, a veces; simple, jamás", yo prefiero, al menos en el ámbito de mis aspiraciones, este otro lema: "Sencillo siempre, aun al precio de pasar a menudo por simple".
Aznar se quejó de los incumplimientos del programa del PP por parte del Gobierno del PP, tanto con los masivos impuestos, que ahogan a la clase media, como en la floja defensa de un proyecto nacional. Se dolió de "la lánguida resignación" que exhala Moncloa. Urgió a una reforma institucional del Estado y a pactos urgentes en política social. Lo que puso encima de la mesa es suficientemente serio como para no perder el tiempo buscando, como tahúres taimados, a ver qué lleva en la manga. Porque suele ocurrir: las primeras intenciones tienen más enjundia y mucho más interés que todo el rollo interpretativo tan presupositorio de los listos.
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