¿Cuál es el origen del Rito Hispano-Mozárabe?
Desde la época apostólica, las iglesias locales han querido llevar a cabo el mandato de Jesús en la Última Cena: “Haced esto en conmemoración mía” (Lc 22, 19b). Por esta razón, aún siendo todas las liturgias iguales en lo esencial, difieren en algunos elementos, no esenciales, que son fruto de la cultura, historia e idiosincrasia de cada iglesia particular.
La formación de nuestra Liturgia podemos decir que fue lenta, y también podemos señalar que en ella tuvieron mucho que ver tres sedes metropolitanas: Toledo, Tarragona y Sevilla. Si hubiera que marcar un momento histórico concreto, señalaríamos el año 589, en el que tuvo lugar el III Concilio de Toledo: conversión oficial del reino de los visigodos a la fe católica; a éste le siguió una época de esplendor cuyo culmen es el siglo VII, en el que esta Liturgia era celebrada también en la Galia narbonense y en los Pirineos orientales.
Los cristianos hispanos, al verse invadidos por los árabes, cosa que sucedió en el año 711, se vieron obligados a huir a otros lugares para preservar sus vidas, otros permanecieron y celebraron su fe ocultamente y otros recibieron la palma del martirio, de éstos deriva el término “mozárabe”, es decir, de los que vivían “entre los árabes”. La emigración conllevó el portar consigo los libros litúrgicos y las reliquias; sirva de ejemplo el que San Isidoro de Sevilla se encuentre en León o San Ildefonso de Toledo en Zamora. Pero años más tarde, en Asturias, baluarte de resistencia a esta ocupación, por mandato del rey Alfonso el Casto, se restauraría la liturgia palatina tal como se celebraba en Toledo.
En el siglo XI tiene lugar otro hecho que marcará la historia del Rito. El Papa San Gregorio VII obtiene que el rey Alfonso VI convoque un Concilio en Burgos (1080), en el que se decreta la abolición del Rito en los reinos de Castila y de León, siendo suplantado por el Rito Romano.
Los cristianos mozárabes que habían ayudado al rey Alfonso VI en la reconquista de la ciudad de Toledo (1085) recibieron, en reconocimiento a sus méritos, el poder seguir celebrando su propia Liturgia, y así lo hicieron en las seis parroquias mozárabes de la ciudad.
¿Cómo ha sobrevivido hasta nuestros días?
En la historia de la supervivencia del Rito debemos señalar el nombre de tres Arzobispos de Toledo, cardenales de la Santa Madre Iglesia: Cisneros, Lorenzana y González. El cardenal Cisneros fue el que instituyó la Capilla Mozárabe en la Catedral Primada, para asegurar así la celebración diaria de la Santa Misa y el Oficio según esta antiquísima Liturgia; también ordenaría la edición impresa del Misal (1500) y el Breviario (1502). El cardenal Lorenzana será el que se encargue de la reedición de estos dos libros litúrgicos, el Breviario en 1775 y el Misal en 1804. Y el cardenal Marcelo González Martín, será el encargado de llevar a cabo la reforma del Rito, según las directrices fijadas por la Constitución Sacrosanctum Concilium del Concilio Vaticano II.
Quien quisiera participar en una Celebración Eucarística en este venerable Rito, lo puede hacer en la capilla mozárabe del Corpus Christi de la catedral de Toledo. En el altar mayor de este templo el arzobispo celebra en tres ocasiones especiales según ese Rito: la “Misa de Santa María” el 18 de diciembre; en la fiesta de San Ildefonso, el 23 de enero y en la Solemnidad de Corpus Christi, y en ciertas ocasiones en otros lugares de España.
¿Podría destacar algunos rasgos más sobresalientes?
Los elementos que yo destacaría, para ser conciso, pertenecen al Rito de Comunión:
La proclamación del Credo y el Padrenuestro. El Rito de Comunión comienza con la recitación del Credo, cuya formulación pertenece al I Concilio de Constantinopla. El Rito Hispano será el primer rito occidental en introducir el Símbolo de la Fe en la Celebración Eucarística, esto se viene haciendo desde que así lo ordenara el canon 2 del III Concilio de Toledo (589), cuya finalidad es que reciba a Cristo sólo aquél que ha confesado la Fe Católica. El Padrenuestro tiene una estructura particular; comienza con una invocación y a la que le siguen siete peticiones a cada una de las cuales el pueblo responde: “Amén”.
La “Fracción del Pan”. Jesús en la Última Cena tomó el pan y lo partió, tal como nos atestiguan los Evangelios, siendo así uno de los elementos esenciales de la Eucaristía. En esta venerable Liturgia la Fracción se convierte en un momento epifánico en el que, al ir fraccionando el Cuerpo de Cristo y colocándolo en la patena en forma de cruz, vamos evocando los misterios de su obra salvífica tal como los encontramos en el Credo: Encarnación, Nacimiento, Circuncisión, Aparición, Pasión, Muerte, Resurrección, Gloria y Reino. Inicialmente eran siete, como los siete sellos de los que nos habla el Apocalipsis, pero más tarde se añadirían dos más al aumentar las Fiestas del Año Litúrgico: Circuncisión y Aparición.
La “Bendición” antes de comulgar. Podríamos decir que no hay mayor bendición que recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Por esta razón la bendición se imparte justo antes de la Comunión, tal como manda el IV Concilio de Toledo (633). No tiene, por tanto, el carácter de despedida que tiene en el rito romano.
FOTO: El P. Salvador Aguilera López preside la Misa celebrada según el Rito Hispano-Mozárabe.
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