¡Cómo una solitaria amapola en
medio de la montaña nos encontramos en muchas ocasiones!
La agreste, y bella a la vez,
montaña con su mezcla de verdores y rocas, de paisajes inmensos y de costoso y
arriesgado transitar nos puede ocasionar alguna sorpresa que se percibe muy
claro el dualismo entre lo fuerte y duradero con lo débil y efímero.
Iba caminando en días pasados
por el sendero del “Ojo del moro” en Benaocaz,Cádiz, lugar especialmente bello
por su paisaje inmenso cuando entre piedra y piedra apareció, ante mis ojos,
una débil y solitaria amapola.
En lo abrupto del camino, ante
un horizonte donde la belleza natural más extrema e importante asoma ante
nuestra sorprendida mirada, ante una leve cascada que suena a lo lejos y el
silbar del viento penetra en nuestros oídos, ante todo esto que acompaña al
silencio que existe en lugares como este, apareció en mi camino, rodeada entre
piedras una dulce, bella, sencilla y solitaria amapola que aportaba un rasgo de
belleza inusitada. Podría decir que completaba la inmensidad de la que
estábamos nutríendonos.
En lo grande y en lo pequeño, en
lo enterno y en lo efímero siempre está Dios.
Ver a Dios en todos los sitios y
lugares, en todas las situaciones y momentos es la fuerza incuestionable de lo
que es tener y poseer la Gracia de la Fe.
En la vida, en nuestras vidas,
muchas veces nos sentimos rocosa montaña fuerte, inmensa, con autoridad y en
otras ocasiones nos sentimos débiles, efímeras y solitarias amapolas que se
encuentran al mitad de un pedregoso camino y que podemos ser aplastadas en
cualquier momento por un pisotón distraído o pretendido. Y los dos momentos son
necesarios para nosotros.
Hay circunstancias en la que
debes ser fuerte y dura, ante las flaquezas humanas y del pecado, como las
rocas y las montañas así como cuando estemos “sobrados” y nos hayamos creído lo
que no somos ni seremos nunca, cuando aparezcan atisbos de soberbia, orgullo,
enaltecimiento, injusticias, entoces y solo entoces, el Padre, que nos ama con
locura, hace que nos sintamos débiles, mansos y sencillos de corazón como
aquella solitaria amapola.
Viviremos momentos de esplendor
donde nos sentiremos arropados y acogidos por muchos así, como también,
experimentaremos situaciones de dolor, abandono, humillación, persecución... ¡Y
soledad! Extrema soledad y abandono de muchos de los que no podías ni imaginar.
Y todo ello es bueno para nosotros, para nuestro enriquecimiento personal y
espiritual, para nuestro crecimiento emocional y de fe. Todos los momentos que
podamos vivir, que nos ofrece el Señor, aunque no los comprendamos porque las
situaciones difíciles no son fáciles de hacerlo, son buenas para nosotros pues
forman parte de lo que nuestro camino de santificación.
¿Cuál es nuestra meta o nuestro
fin?: La Gloria.
Y si para conseguir llegar a la
Gloria, como ciudadanos celestes que somos, tenemos que ser algunas veces
pétreos y otras muchas infinitamente débiles: ¡Bienvenido sea!
Nuestra Salvación, para eso
estamos destinados y eso es lo que quiere Jesús que vino al mundo para ello, es
primordial y si para ello nuestro camino se parece a un rosal, mejor que mejor,
porque muchas veces seremos desgarrados por dolorosas espinas que nos harán
alcanzar el aroma penetrante de una rosa en pleno esplendor.
La amapola es una flor sencilla,
poco apreciada aunque muy vistosa. Al final lo que yo ansío es presentarme ante
el Padre con su sencillez y debilidad porque ante Dios todos somos frágiles y
humildes hijos suyos a los que nunca ha abandonado.
Recibe, mi querido hermano, un
fuerte abrazo y que Dios te bendiga,
Jesús Rodríguez Arias
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