Gracias a Dios nos habían
advertido la semana pasada que la carretera entre Ubrique y Benaocaz la
cortarían sobre las doce y media del mediodía debido a la celebración de un
rally durante el fin de semana. El sábado la cortaron hasta las diez de la
noche y el domingo lo estuvo toda la mañana hasta cerca de las tres de la
tarde.
Partímos temprano, sobre las
diez y media, todo fue tranquilo hasta que llegamos al punto álgido que estaba
muy concurrido de público, algunos poniendo en peligro su propia integridad, y
en poco tiempo nos quitamos ese tramo kilométrico. Cuando llegamos al pueblo de
Benaocaz la paz volvió a la carretera y así hasta llegar a Villaluenga del
Rosario que estaba más bonita, más guapa. Se vé que a mi querido pueblo le
sienta bien la primavera. Sería por el rally, la carretera cortada o lo que
fuera, el pueblo estaba tranquilio y solo nos encontrábamos los “del lugar”.
Cuando llegamos a casa, lo de
siempre, desembarco de cosas y aparcare el coche. Mientras Hetepheres hacía
esto último yo me ocupaba de organizar las cosas que nos habíamos traído de
Jerez, abrir las ventanas, airear la casa. Pusimos nuestra televisión porque la
de la casa no se ve bien y nos dispusimos a descansar y “reponer” fuerzas con
un refresco de cola helado y una generosa copa de oloroso seco. Leímos un poco
y vimos la televisión para después acercarnos a “La Covacha” pues queríamos
comprar algunas cositas. Entre estas una botella de manzanilla de Sanlucar de la Bodega “Delgado Zuleta” pues ese fue el
sitio donde celebró una amiga nuestra su boda hace quince días.
Vuelta a casa y entre charla,
risas, lectura agradable pasaron las horas. En el patio hacía algo de calor
para sentarnos allí con lo que decidimos quedarnos dentro de la casa. Sobre las
tres de la tarde cerramos nuestra puerta y nos encaminamos al Casino para
almorzar. Decidimos el hacerlo en la terraza que tienen en la Alameda. Cobijado
bajo los árboles estábamos varias mesas. En una de las misma Charo Oliva y su
familia, en la puerta misma de Casino dos parejas. Nuestros vecinos pasaban y
nos saludaban con cariño.
Fue un agradable almuerzo en el
fresco de los árboles de la céntrica plaza de nuestro pueblo. Antes saludamos a
Ana Belén, mujer de Fernando, de cuyas manos salen la mejor ensaladilla que he
probado en muchos años y, precisamente, una buena tapa de ensaladilla junto a
un suculento plato combinado fue nuestro almuerzo. De postre; un helado para
Hetepheres y una copa de licor de hierbas, para bajar la opípara comida, para
mí.
Mientras almorzábamos vino Alex
y estuvo charlando con nosotros y cuando nos íbamos lo estuvimos haciendo con
Juande y Rubi. Ellos, también, se marchaban en breve pues a las seis de la
tarde empezaba el partido del Real Madrid y a las ocho continuaba con el
Barcelona. Quedé con Juande en ir un rato por la noche si no me encontraba muy
cansado pues la semana había sido muy intensa y me encontraba extenuado así
como bastante fastidiado de una contratuctura que me coje toda la espalda, el
trapecio, el cuello y las cervicales. Fue llegar a casa, sentarme y dormir una
plácida siesta mientras Hetepheres se salía al patio para leer un rato. Soy de
los que tienen el sueño bastante profundo y por no darme cuenta ni me enteré
que habían estado charlando Elena y mi mujer afuera.
Sobre las seis me desperté, me
costó el hacerlo pues la siesta es de esas que te deja un buen regusto en la
boca, una sensación similar al paladar de una buena copa de vino. Me levanté y
me dispuse a ponerme las botas de senderismo así como la sinuosa operación de ponerme
las lentillas. Gracias a Dios esta última se hizo bastante rápida y sin
molestias alguna.
Cogimos el coche para llegar,
sin demasiados esfuerzos, hasta el Puerto de las Viñas y, una vez superada la
empinada cuesta que lleva hasta allí, nos dispusimos a darnos una buena
caminata por un sendero muy poco conocido, que solo está transitado por las
gentes del lugar. Fueron más de dos horas y media de caminata, de charla, de
observaciones. En este tipo de paseo en medio de la naturaleza te da tiempo de todo
de analizar muchas cosas y compartir muchas otras. No nos encontramos con
nadie, como suele ser normal, tan solo alguna vaca, cabras payoyas y una piara
de marranos. Sonido de agua de muchos riachuelos con agua cristalina
proveniente de la montaña cuyo tintineo se escuchaba desde lejos hasta producir
un estado de inmensa tranquilidad y paz interior.
El camino de ida todo es bajada
con lo cual a la vuelta, cuando ya el cansancio va atenazando todos los
músculos, te encuentras con una subida constante que muchas veces se te hacen
eternos los pasos. Cometimos un error de principiantes: No llevamos una botella
de agua y la sed había hecho presencia en nuestros cuerpos cada vez más
desgastados por el esfuerzo físico y por el calor que teníamos aunque la temperatura
era más que agradable. En uno de esos riachuelos donde un hilo de agua pura
caía entre piedras formando una preciosa y romántica cascada nos dispusimos a
beber el precioso líquido que tanto necesitaban nuestros cuerpos. Un agua
fresca, limpia, llena de pureza calmó la sequedad de nuestras bocas e hizo que
pudiésemos seguir nuestro camino.
En medio de ese frondoso paraje
natural nos encontramos con nuestros vecinos: Juanjo y su hijo estaban también
dando una vuelta. Nos paramos, charlamos un pocos y seguimos hacia nuestros
destinos: Ellos íban de ida y nosotros de vuelta.
Cuando llegamos al coche el
sudor nos impregnaba todos los poros del cuerpo y la camiseta estaba medio
empapada. Volvimos a coger rumbo al pueblo para dejar el coche en el sitio de
costumbre. El trecho hasta llegar a casa se nos hizo eterno pues habíamos
caminado muchos kilómetros. Ver la cancela abierta, como es normal en el
pueblo, divisar nuestro apetecible patio y abrir la puerta de casa apareció en
nuestros ojos como un paisaje idílico. En un santiamén nos habíamos duchado, cambiado de ropa, de
calzado y nos encontrábamos sentados en el patio terminando de leer el
periódico para empezar con mi tema de investigación. Hasta tres vasos de fresca
agua de Villaluenga nos bebimos Hetepheres y yo para después continuar, por mi
parte, con una buena copa de brandy.
En ese justo momento nos visitó
Juanjo, nuestro vecino, por si podíamos darle un poco de vino blanco para la
cena. Le ofrecimos media botella de mosto que teníamos, se la regalamos, pues a
él le gusta más que a nosotros. Nos quedamos charlando y riéndonos largo rato
en el patio hasta que a eso de poco más de las nueve y media nos dejó.
Hetepheres también lo hizo porque quería ver la serie del “Comisario
Montalbano” así que me quedé yo solo sentado en el patio junto a la mesa que
contenía el buen brandy y el libro que me tiene absorto del tema de
investigación que desarrollo desde hace más de una década. Más de dos horas
estuve leyendo, rezando, disfrutando de la hermosa noche primaveral, la Sierra
del “Caillo” perdía su silueta ante la oscuridad que me cobijaba y en el cielo
un solitario lucero alumbraba mis sueños e imaginación. Al fondo leves ruídos
de una guitarra, alguien cantando flamenco del bueno, el sonido de la televisión
que se callaban al unísono para dar paso al silencio más acogedor, el silencio
que transporta el alma a otras dimensiones donde la paz, la tranquilidad y la
armonía interior se puede llegar a tocar. En medio de la noche, en el pueblo
más bonito del mundo, en medio de la oscuridad solo rota por la fugaz luz de
ese solitario lucero, Dios se hace presente en mi vida porque de Él sale todo
lo que estoy viendo, disfrutando y percibiendo.
Lentamente pasan las hojas. Los
datos y enseñanzas se multiplican a cada sorbo del buen brandy que se acaba muy
poco a poco. Ese tipo de tranquilidad, de silencio interior, de profunda
serenidad existe y no es tan difícil de conseguir, creo que tan solo es
necesario que nosotros queramos hacerlo.
En este estado de meditación y
de profunda reflexión espiritual donde la paz inundaba cada poro de mi piel
puedo decir, aunque resulte extraño, que no echaba de menos el magno e
histórico acontecimiento del Vía Lucis que durante toda la tarde se estaba
celebrando de forma brillante en las calles de Jerez. Soy cofrade, lo seré
siempre, aunque ahora estoy en una etapa de mi vida que busco la paz y la
tranquilidad que me da Dios alejado del mundo donde encontrarme con Él es más
fácil pues estoy rodeado de Su Obra Creadora. Poner kilómetros de por medio
para alejarme del bullicio para encontrarme con el Señor en medio de la soledad
es una auténtica experiencia de vida que a todos les recomiendo y que yo,
gracias a Dios, he podido conseguir en Villaluenga del Rosario.
Sobre las doce menos veinte de
la madrugada, cuando escuché la música de final de la serie, entré en casa, me
puse el pijama y nos dispusimos a cenar algo muy ligerito pues la comida había
sido tan contundente que no se nos apetecía nada.
Mientras vimos un interesante
reportaje sobre el problema de la obesidad en Estados Unidos para después
acostarnos donde intentamos seguir leyendo, empresa harto difícil porque el
sueño nos venció a eso de la una menos cuarto de la madrugada.
Un plácido sueño inundó todo y
no escuchamos ni las primeras campanas de la Iglesia. Cuando me desperté miré
el móvil, pues nunca llevo reloj, y le pregunté a mi mujer si sabía la hora que
era. Cuando le dije que las nueve y media de un salto se levantó pues teníamos
que desayunar para ir a Misa. Duchita rápida, vestirnos y pusimos camino del
Casino que no se encontraba abierto y como no podíamos esperar nos fuimos a “La
Posada”. Allí estaba nuestro amigo Berna, al cual nos dio mucha alegría el
verlo. Dos buenas rebanadas de pan, un té con hielo y un café en vaso de tubo
fue nuestro reconstituyente matutino. Mientras desayunábamos conversamos con
Berna con el que siempre es una alegría charlar.
Esta vez no vimos a Mª Jesús
Alberto, su directora, la cual sé que es una incondicional de estos post y a la
que debemos, con su generosidad y el cariño que pone en todo lo que hace, que
nos enamoráramos de Villaluenga allá por septiembre del pasado año. Un beso Mª
Jesús, esperamos verte muy pronto.
Faltaban escasos cinco minutos
para que comenzara la Eucaristía cuando salimos del hotel. Al llegar nos
encontramos con Andrés Sepúlveda y su esposa así como a Charo Román y otros
feligreses. Cuando entramos en el interior del Templo estaba bastante lleno
porque había un grupo de Scauts de la Parroquia de la Virgen de los Dolores de
Jerez de la Frontera. Un grupo muy numeroso que habían ocupado casi todos los bancos. Delante nuestra estaba
uno de los encargados y le pedimos que dejaran las tres primeras filas libres
para los feligreses del pueblo porque cuando llegaban se encontraban con todo
cogido. Dicho y hecho. Así todos los asiduos a la Santa Misa pudieron ocupar
sus sitios de siempre y disfrutar de la Eucaristía como ellos están
acostumbrados.
Una vez concluída la Misa, tras
saludar a nuestros amigos y fieles feligreses, nos marchamos de nuevo para
casa. En la puerta de la suya estaba Juanjo pintando la fachada y mientras yo
me cambiaba de zapatos, Hetepheres se quedó charlando con él. Cuando salí nos
enseñó su casa. ¡Qué preciosidad de casa rústica de pueblo! Al entrar allí el
tiempo se detiene. El cuidado para sacar a la luz la verdadera historia de esa
casa es cosa de un alma libre y también de un bohemio con un gusto exquisito.
Al finalizar la visita nos
dispusimos a dar una breve caminata hasta el Calvario. Siempre me ha gustado
esta Ermita, pero le guardo especial cariño desde el pasado Viernes Santo
cuando, en procesión, acompañábamos a Jesús Yacente en Su Santo Entierro en
medio de una niebla inmensa y penetrante lluvia. Allí los que estábamos junto
al Señor éramos los del pueblo, los incondicionales, los que nos gusta todo lo
que tenga que ver con las cosas de esta bendita tierra.
Las circunstancias fueron muy
diferentes a la del Viernes Santo pues el calor, los luminosos rayos de sol y
unas vistas esplendorosas se habían hecho hueco. Divisar el pueblo, la sierra
del Caíllo, las montañas y los verdes prados desde allí es un ejercicio muy
reconmendable para corazones que se embelesan con lo auténticamente bello y
hermoso.
De vuelta atravesamos el pueblo
y nos dispusimos para casa. Nuestra intención era pasar las primeras horas de
la tarde, eran poco menos de la una, en el patio junto a un refresco, una copa
de manzanilla bien fría y un platito con algunas patatas fritas a modo de
aperitivo. Poco antes le dijimos a Juanjo que si quería compartir con nosotros
un ratito y así lo hizo. Le puse un plato de rico queso del pueblo y una copa
de oloroso seco de Jerez y empezamos una muy buena conversación-tertulia que
duró más de dos horas. ¡Qué pronto se nos hizo tarde! Cuando quisimos darnos
cuenta era la hora de comer. Él se fue a su casa pues su hijo lo esperaba y
nosotros entramos para hacer lo mismo. Comida rápida porque entre la tapita de
queso, las patatas y la manzanilla y el refresco se nos habían pasado las ganas
de comer.
Cómo Hetepheres y Conchi tenía
que estar en El Puerto de Santa María a las ocho de la tarde, poco después de
almorzar, no había dado las cinco, nos dispusimos para volver a Jerez.
Siempre que nos vamos de
Villaluenga del Rosario para volver a la cotidianidad que no quiere decir que
sea lo mejor para nosotros y nuestras vidas, se quedan parte de nuestros
corazones, de nuestro ser entre las calles, los caminos, los montes y en la
impresionante Sierra del “Caíllo” porque se niegan a retornar a un mundo que no
les comprenden ni queremos comprender. Somos de pueblo, queremos a nuestro
pueblo, amamos a Villaluenga del Rosario.
Decía un anuncio: “¡Déjate
enamorar por un pueblo”! Yo modificaría y digo: “¡Déjate enamorar por
Villaluenga del Rosario!”. ¡No te desfraudará!
Recibid mis queridos amigos un
fuerte abrazo,
Jesús Rodríguez Arias
Nota: En los próximos días
publicaré la galería fotográfica relacionada con este post.
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