Enrique García-Maiquez, poeta y columnista de Misión: “Pequeñas cosas hechas con constancia suman muchísimo”
En este 2018 Misión cumple 10 años, y el mejor modo de celebrarlo es acercándonos de forma personal a las voces más visibles de nuestras páginas: nuestros columnistas. Si en el número pasado entrevistábamos a María Vallejo-Nágera, hoy charlamos con Enrique García-Máiquez. Nacido en Murcia en 1969, pero gaditano de tempranísima adopción, es poeta, articulista, crítico literario y, sobre todo, un gran conversador –y amigo–, que hilvana sus enjundiosas respuestas con innumerables anécdotas, citas y su característico buen humor.
Por José Antonio Méndez
Durante diez años, los lectores en Misión han podido conocerlo, artículo tras artículo, y al juntar todas las piezas del mosaico se ve como columna vertebral su pasión por la literatura…
¡Qué bien que hayan visto eso, porque es el hilo conductor de mi vida! Siempre me he sentido especialmente feliz leyendo. de jovencito pensaba que cuando estaba leyendo no hacía tonterías. de una tarde leyendo nunca me he arrepentido. Yo disfruto mucho de vivir, y la literatura me parece el condimento perfecto de la vida.
¿En qué momento se planteó ganarse la vida escribiendo?
Ocurrió dejándome llevar, porque el sentido de la filiación divina lo vivo casi con frivolidad: me considero un hijo de Papá, con mayúscula, y voy por donde su Mano me lleva. Sin hacer un plan preconcebido, fue surgiendo: me fichó El Diario de Cádiz con un artículo semanal y fui aumentando hasta uno diario; en Misión tuvisteis la generosidad de invitarme… Y así con otros medios. En la Universidad, mi idea de escritor era la de Garcilaso: el poeta amateur que está en sus batallas y cuando vuelve a la tienda a descansar escribe un poema. La profesionalización ha sido un regalo.
Habla mucho de la importancia de la familia. ¿Qué papel jugó la suya en su vocación profesional?
En mi casa siempre se ha valorado mucho la cultura. Mi padre era de la misma Academia de Bellas Artes que Alberti, y trató con él. Que me comprase libros o leyese mucho nunca fue un problema. Era buen estudiante, pero un año me dio una fiebre lectora tremenda y suspendí muchas asignaturas, y mis padres, que me riñeron por las malas notas, hicieron la vista gorda y nunca me dijeron que dejase de leer sino que estudiase más.
¿En qué cree García-Máiquez?
Por supuesto, creo en el Catecismo de la Iglesia católica, de cabo a rabo. Y creo con seguridad y con alegría. Al final, pase lo que pase, y pasarán muchas cosas, nunca va a pasar nada malo.
Pero eso no ahorra los sinsabores. Por ejemplo, en Misión explicó que a su mujer y a usted les hubiese gustado ser familia numerosa, pero sus hijos tardaron en llegar y han tenido dos…
Es una prueba del humor de Dios. No solo hemos tenido dos, sino la parejita, para que todos los progres nos puedan felicitar por lo bien que lo hemos hecho: “¡Diez años sin hijos disfrutando de la vida y luego, la parejita!”. ¡Y a mí me llevan los demonios! [ríe] Yo me casé con 31, y Leonor más joven aún, con 24. Estuvimos diez años sin tener hijos queriéndolos tener desde el primer momento.
¿Y cómo vivieron esa etapa?
Es una gran tristeza que se vive muy a solas, porque nadie considera que estés sufriendo: te ven cómodo, durmiendo mucho, viajando, saliendo a cenar, al cine… Los ritmos son terribles porque todos los meses te haces ilusiones y todos los meses llega la desilusión. Fuimos a los médicos, y algunos nos propusieron técnicas (la fecundación in vitro) que no pueden ser, ni queríamos. Fue una experiencia dura. Hubo médicos que le decían a Leonor, a solas, “este hombre te va a dejar sin hijos”. Lo pasamos mal y vimos que hay por ahí mucho negocio turbio.
¿Descubrieron otra forma de vivir la fecundidad matrimonial?
Nos hicimos el propósito de no permitirnos la más mínima fisura, porque el hecho de no tener hijos nos llevaba a volcarnos más el uno en el otro.
El nacimiento de sus dos hijos es uno de los episodios más poéticos de su vida. ¿Cómo fue?
Es tan literario que hasta me da pudor contarlo. Te pongo en situación: un matrimonio de amigos nuestros, que también llevaban mucho tiempo sin tener hijos, al morir la madre del marido, tuvieron por fin un hijo. Después de eso, mi madre, que era una mujer muy graciosa, dijo: “Oye, no me fastidiéis, a ver si me voy a tener que morir como Teresa para que tengáis un hijo”. Varios años después, mi madre murió de cáncer y, ese mismo mes nos quedamos embarazados de nuestra hija.
Al comunicar el embarazo, algunas personas cercanas se emocionaron y nos dijeron que mi madre, antes de morir, les había dicho que lo primero que pensaba hacer cuando viera a la Virgen era pedirle un hijo para nosotros. La cosa tiene otra anécdota, porque mi mujer es la cuarta Leonor de su familia, y rompió una tradición de dos siglos cuando llamamos a la niña Carmen, como mi madre, porque como dijo a su familia, era un regalo de su suegra.
En sus artículos habla con frecuencia de Leonor. Defínamela.
Con Leonor he tenido muchísima suerte. A ella le digo que con que fuese un 50 por ciento de lo buena que me ha salido, ya me bastaba para estar contento. Soy muy providencialista y ahora miro para atrás y digo: ¡Dios mío, qué suerte! Porque por muy bien que uno viva el noviazgo siempre hay un factor sorpresa. A veces me da pudor hacer una defensa del matrimonio a partir del mío, porque yo he tenido una suerte especial. Me consuela lo que decía Chesterton: “Usted dice que se ha casado con la mejor mujer del mundo que es lo que han hecho todos los maridos felices”.
En sus artículos se enfrenta a la actualidad, no con la resignación de un arcabucero de los tercios españoles en Rocroi, sino como un David contra Goliat, que cree posible ganar la batalla. ¿Cómo mantiene la esperanza?
Me encanta esa imagen, porque me gusta recordar, con un juego de palabras, que David venció a Goliat con un canto. Para ganar la batalla y vencer a los Goliat de la ideología de género, la falta de fe o el relativismo, tenemos que cantar la coherencia, la belleza y la verdad de nuestra visión de la vida, y de nuestra propuesta de familia, de sociedad y de persona.
Ahora estoy leyendo con entusiasmo a Jordan B. Peterson, que protesta mucho, pero siempre se va a lo pequeño: ¿Que no te gusta cómo está el mundo? Ordena tu cuarto. ¿Que no te gusta la política y la corrupción? No digas nunca mentiras. Ser ejemplo de la belleza de nuestra doctrina, ordenar nuestro cuarto y no mentir jamás ayuda en la medida de nuestras posibilidades. Además, la victoria final es del Señor. Si nos ponemos pesimistas, es que falta fe.
Sus hijos están en edad escolar. Hoy las escuelas son escenario de la batalla ideológica. ¿Siente miedo por el futuro de sus hijos?
Reconozco que este tema me agria el humor y me hiela la sangre. El asalto sobre nosotros mismos, la necesidad de ser valientes y optimistas, es nuestro problema, pero los niños son otra cosa. Me preocupa no solo la escuela, sino toda la cosmovisión actual: la televisión, las letras de las canciones, la forma de divertirse…
Para consolarme, recuerdo que cuando Jesús envía a los apóstoles les promete que el veneno de las serpientes no les afectará. Hoy se nos está inoculando veneno, y hay que ir al Evangelio para tener esperanza.
Pero eso, ¿cómo se concreta?
Los educadores tenemos una responsabilidad enorme. También los padres. Dar ejemplo de ser un padre católico es muy difícil, pero los niños lo ven todo, así que tenemos que redoblar nuestros esfuerzos para que ellos puedan contrarrestar ese veneno con su modelo familiar. Tenemos que formarnos para que los padres seamos muy padres y las madres muy madres.
Tiene familia y le dedica tiempo, escribe poesía y artículos, mantiene un blog, es profesor y ha sido jefe de estudios en un instituto. Pero sus días, que yo sepa, también tienen 24 horas. ¿Cómo logra hacer tantas cosas?
¡Haciéndolas mal! [ríe] Luego, confío muchísimo en los que tengo cerca: Leonor me cubre siempre las espaldas, mis adjuntos en la jefatura de estudios igual… Es una mezcla de hacer mal las cosas, solaparlas y confiar mucho en el trabajo en equipo. Como el taller de Rubens: todo el mundo trabajando en mis cosas, y yo tengo la vanidad de firmarlas.
Recomienda autores a los lectores de Misión. ¿Quién se los recomienda a usted?
Sigo el método de las cerezas, que Lope de Vega aplica a las penas: tiras de una, vienen dos y al final te llevas el plato entero. Si me gusta un autor, y ese autor habla bien de otro, tiro de ese hilo. Y si me meto en un callejón sin salida, doy marcha atrás rápidamente. Soy bastante rápido dejando libros. Para ser un buen lector hay que saber dejar libros pronto.
¿Y qué le hace dejar un libro?
Sobre todo, que esté mal escrito. También la falta de inteligencia, los tópicos, decir cosas que son mentira, o que denigren lo humano… Soy un lector exigente, pero desde la alegría de pensar que hay tantos libros buenísimos que no merece la pena perder el tiempo con uno malo.
¿Cuándo uno está cerca de Dios tiene más sensibilidad para detectar lo bello y alejarse de las cosas que hieren?
Por supuesto. Estar cerca de Dios te produce una cantidad enorme de estímulos creativos. Estás que no se te ocurre nada y con un día plano y gris, te pones a rezar, y te surgen listas de amigos a los que llamar urgentemente, artículos sobre temas de los que tienes que hablar ya… Para mí, un problema de la oración es, precisamente, ese efecto expansivo.
¿Cómo es su vida de oración?
Soy supernumerario del Opus Dei y tenemos un plan de vida muy estructurado, pero muy sencillo para un católico que quiera vivir su fe con devoción: voy a misa a diario, tengo un ratito de oración por la mañana y otro por la tarde, rezo el rosario, el ángelus, el ofrecimiento de obras, voy a algunas reuniones de formación y tengo dirección espiritual. Son muchas cosas, pero breves y pensadas para compaginarse con una vida profesional activa.
También hago diez minutos diarios de lectura espiritual. Todo esto me ha enseñado que cosas pequeñas hechas con constancia, terminan sumando muchísimo. Ya he perdido la cuenta de las vueltas que le he dado a la Biblia leyéndola solo cinco minutos diarios.
Ser católico y miembro del Opus Dei, ¿le ha costado ataques?
Me ha dado mucho más de lo que me ha quitado. Jamás me quejo por esta cuestión. Mi fe me ha abierto puertas estupendas, como la de Misión, y me ha dado lectores fantásticos. También en esto Dios me ha dado el ciento por uno. Incluso a nivel intelectual. No sé si celebramos lo suficiente pertenecer a una familia de personas que han vivido y escrito con tantísima profundidad, honradez, coherencia y talento como santo Tomás de Aquino, san Agustín, Chesterton o Dante.
Celebramos 10 años de Misión y usted nos acompaña desde el número 1. ¿Qué aporta Misión al panorama mediático y qué proyección tenemos por delante?
En Misión me he sentido desde el principio, y cada vez más, muy en casa. Comparto esa forma alegre y no escondida de ser católicos, la capacidad de tocar con naturalidad y profundidad temas complejos, esa certeza de la fe, esa seguridad en que lo que proponemos es lo mejor del mundo… Creo que no hay otro medio que sostenga todo eso como Misión. Por eso es muy importante que Misión esté y que ese tono tenga un escaparate.
Para el futuro, solo espero que mantenga la línea ascendente: cada número es mejor que el anterior, aunque en el anterior pensabas que ya no podía ser mejor. El rumbo, la voz propia y el tono están marcados. Y los poetas sabemos que lo más difícil de encontrar es la voz propia y el tono, así que Misión solo tiene que mantenerlos.
¿Cómo desea terminar esta entrevista?
Hay un pareado de Dunbar, un poeta escocés del siglo xv, que uso como lema vital: “Agrada a tu Creador y está contento/ que lo demás no importa ni un pimiento”. No sé si sirve para concluir, pero me encanta poder colarlo en Misión.
“A veces me da pudor hacer una defensa del matrimonio a partir del mío, porque yo he tenido una suerte especial”
“No sé si celebramos lo suficiente pertenecer a una familia de personas que han vivido y escrito con tantísima profundidad, honradez, coherencia y talento como santo Tomás de Aquino, Chesterton o Dante”
“Hoy se nos está inoculando veneno, y hay que ir al Evangelio para tener esperanza”
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