Escucho de una nueva campaña de limpieza que invita a los jerezanos a cuidar la ciudad como su casa y, de golpe, me traslado en el tiempo y en el espacio. Hace casi cuarenta años acabo de aterrizar en Inglaterra y me recoge en el aeropuerto la señora en cuya casa voy a pasar mi mes de estudio. Ha tenido el detalle de traerme una manzana de su jardín. La manzana está verde como mi inglés. Intento dominar las morisquetas eléctricas a cada mordisco ácido. Cuando termino la manzana-limón, abro, muy aliviado, la ventana, dispuesto a lanzarla lejos a la orilla de la carretera, también del mismo tono verde, donde podría reciclarse si encuentra un gusano inglés con suficiente estómago. La señora profiere un grito salvaje. ¿Cómo iba a hacer eso? Pongo cara, ahora sí, de "vale y qué hago entonces con esta monda goteante". Me señala casi con un "elemental, querido Watson" hacia atrás del coche, donde ella, con una parábola muy despreocupada por encima del hombro, lanza la suya. Miro por primera vez hacia atrás y, en efecto, allí se podía tirar cualquier cosa. Tal vez, entre la basura habitase algún tipo de caimán radioactivo aficionado a las manzanas verdes. Me echo la mano instintivamente al cinturón de seguridad: comprendo que el choque circulatorio, no, pero que el de culturas va a ser inevitable.
No es que todos estos años haya tenido verde ese recuerdo. Me lo avivó hace unos días una idea de Roger Scruton. Propone el filósofo que, para cuidar el medio ambiente, es fundamental un sentido previo de pertenencia, de comunidad, de "nosotros". Sin él, poco puede hacerse más allá de ecologismos artificiales y de ONGs alejadas del sentir de la gente. Pone el ejemplo de Inglaterra.
A patriota no me gana nadie, pero a nacionalista cualquiera. Por eso, en vez de preguntarme al rebufo del orgullo hispánico qué hace que los ingleses descuiden sus casas y sus coches y, a veces, sus personas, con perdón, me pregunto mejor cómo podríamos aprender nosotros ese cuidado suyo del entorno. Reconozco la inteligencia de la campaña de Jerez, que busca trasladar nuestro punto fuerte (la limpieza escamondada de nuestras casas) al ámbito urbano, construyendo desde abajo y desde dentro. Pero también hemos de investigar por qué no termina de funcionar nuestro sentimiento de comunidad. Eso tiene, además de implicaciones higiénicas, otras políticas y culturales. (Tendremos que responder mañana.)
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