¿Qué sabor deja Masterchef?
Tener una experiencia de este tipo es interesante. Cuando lo veía, pensaba: «Ay, me encantaría». Dicho esto no soy una gran cocinera. Me he quedado asombrada con la exigencia tan grande. Solo puedo decir que es igual de duro que de satisfactorio.
En el primer capítulo sufre usted una pequeña reprimenda…
En todos. Conmigo se han cebado. No sé si me querían sacar de quicio.
¿Le da miedo que la televisión muestre una imagen demasiado frívola de usted?
Es algo que no sé cómo quitarme de encima, porque soy una persona muy diferente. Aunque cierta frivolidad puede demostrar inteligencia, humor, capacidad de reírse de uno mismo…
De la edad no se habla, pero ha celebrado 70 años por todo lo alto…
¡He querido hacerlo! No tengo tiempo para pensar los años que tengo o dejo de tener. Mi mente, mi forma de vivir, es muy joven. El 1 de agosto cumplí 70 años encantada, y espero ser un ejemplo para muchas mujeres que tienen miedo a envejecer.
De esos 70, casi 25 los pasó junto a su marido…
Tuve un matrimonio maravilloso, nos queríamos una barbaridad, nos comprendíamos y nos cuidábamos. Fueron 24 años de felicidad, se me hicieron cortos. Guillermo falleció en un accidente de coche y no me he vuelto a casar. Mi casa está llena de fotos suyas. Cuando paso a su lado, le pongo una velita y le digo: «Jo, tío, qué maravilla, tú no envejeces nunca… Te veo fantástico y yo veo cómo va pasando la vida». Voy a verlo de vez en cuando al panteón de la familia de mi madre en León y limpio su tumba, incluso hablo con él. Lo siento cerca de mí y me reconforta.
He leído que es menos practicante de lo que le gustaría…
Soy muy espiritual, soy católica practicante pero debería serlo más. Quizá no soy de las que no me pierdo una Misa, pero puedo entrar en cualquier momento en una Iglesia a rezar. Me gusta estar ahí en soledad, me gusta entrar a recapacitar. Cuando murió Guillermo me refugié en la Iglesia, aunque estaba enfadada con Dios. No había derecho a que me hubiera quitado tantas cosas: los hijos, mi marido… Y decía: «Dios mío, ¿qué quieres de mí?». Incluso me fui a hablar con unas monjas de clausura pensando en que igual quería que me retirara del mundo y profesara en un convento… Eran las monjas que me habían bordado el ajuar, unas clarisas de Entrena cuyo convento ya no existe. Después de hablar dos horas con la madre superiora me dijo: «Mira, hija mía, lo que estás es rota de dolor. Si quieres quédate con nosotras una temporada para que recuperes la paz, pero no tienes vocación porque prácticamente no me has hablado de Dios».
Todos podemos ayudar en otros lados con nuestro ejemplo. Tengo una casa de acogida con 15 niños en Tánger. Eran niños de la calle, abandonados, que estaban comiendo basura. Una amiga y yo decidimos que esto no podía seguir así. Al prójimo tienes que mirarlo con los ojos de que es un hermano tuyo.
¿Por qué pide Carmen Lomana?
Pido que me dé paz, que me reconforte en los momentos de tristeza y de angustia… Y le doy las gracias cada día, porque a Dios no solo hay que pedirle, sino que, si estamos vivos y tenemos una vida estupenda, tenemos que darle gracias.
Le iba a preguntar precisamente por qué da gracias…
Tenemos que dar gracias todos a Dios porque nos ha rodeado de belleza, de algo que no nos cuesta: la naturaleza. A mí no hay nada que me haga estar más cerca de Dios ni tan feliz como la naturaleza. Me encanta oír a los pájaros en primavera o verano cuando están desatados. En Supervivientes fui feliz porque me despojé de todo… Durmiendo con un techo de estrellas, nadando en un mar maravilloso y con mucho tiempo para pensar. En el mundo en el que vivimos no tenemos ese tiempo para reencontrarnos con nosotros mismos.
Hemos llegado al final sin hablar de política. No le voy a preguntar por su amistad con Monedero, pero ¿nos iría mejor si tomáramos más café con gente que no piensa igual?
Totalmente. Lo peor es la endogamia, hacer grupos, ser sectario. Los seres humanos somos variados, cada uno con sus circunstancias. Lo que no puedes pensar es que la gente de un color político está en posesión de la verdad, o que los de otro son unos no sé qué. La discusión enriquece como persona. Vas a poder contrastar lo que piensas, a veces incluso en un momento de cerrazón en el que no ves más allá.
El Papa lo llama la cultura del encuentro.
Rodrigo Pinedo
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