Dicen los más cosmopolitas que el fenómeno de las tertulias políticas es puramente español. Yo, tan poco viajado, ignoro si es así, aunque me haría gracia, y no me extraña. Tenemos una tradición de casino provinciano y charla de café de barrio que da para criar una buena cantera. Nuestros políticos, además, son especialistas en darles pasto y ponerlas efervescentes. A muchos, sin embargo, les resultan terribles. Quizá por carácter nacional o por patriotismo, no comparto el eco de plañideras que acompaña al fenómeno.
Con lo fácil que es apagar la radio.
A los tertulianos se les afea que hablan de todo con muchísima más desenvoltura que conocimiento, pero la verdad es que, cuando llevan a la radio a un experto, en la mayoría de los casos, aburre a las piedras. Cuando sale entretenido, se le dice: "Qué buen tertuliano haría usted", y se trata de un ascenso, siquiera subconsciente. Lo del aplomo también cae por su propio peso. A un tertuliano dubitativo, como lo sería yo, nadie le dejaría decir esta boca es mía. El tartamudo pierde la vez. Si nos ponemos campanudos como tertulianos, la tertulia es un trasunto de la democracia, donde el que tiene que opinar no es el experto, sino el ciudadano de a pie, y sin poder meter sus papeletas matizadas y a tantos por ciento, sino convencidísimo.
También se critica a las tertulias su obsesión por la actualidad, y por la actualidad política, y si acaso un poco la económica. Igualmente es verdad e igualmente no resiste la prueba del cambio. Cuando los tertulianos intentan cambiar el paso y ponerse a hablar de temas eternos o de más calado, el público de la tertulia resopla o cambia de dial. Supongo que la tertulia está limitada por su propia esencia, que diría un aristotélico. La actualidad es tan limitada como tocar la pelota sólo con los pies, pero si los futbolistas se ayudan con la mano, entonces estamos en otro deporte, y los que han ido al fútbol silban, si no lo hace antes el árbitro.
Quiero pensar que, en las columnas de opinión, aunque la actualidad es bienvenida, no es un requisito tan inflexible. Tampoco se nota mucho si uno tartamudea o no, porque al final las frases se imprimen seguidas. Encima, tampoco hace falta llegar con una opinión hecha o sabiéndolo todo. Se puede escribir de nada o de las tertulias políticas, y no ponerlas mal, pero concluir con un suspiro. De alivio, por ser columnista; por oírlas, nada más.
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