La tesis de Pedro Sánchez daría para una tesis. Y para varias. Ese mérito académico no se le puede discutir. Yo enfocaría la mía sobre un tema lateral, pero del que creo que se pueden extraer conclusiones inquietantes. Me fijaría en cómo ha cambiado el panorama desde el momento en que el diario ElPaís ha denunciado un plagio, aunque no en la tesis, sino en el libro paralelo y firmado con Carlos Ocaña. La credibilidad que la sociedad no otorgaba a las contrastadas informaciones del ABC ni de OKdiario ni de ElMundo se la ha dado a ElPaís.
Mi hipótesis es que no se trata de que un diario sea más prestigioso que los otros, sino que, en nuestra sociedad sentimental, partidista y confrontada, los hechos cada vez tienen menos peso, los argumentos menos vuelo y las pruebas menos poder de convicción. Todo depende del color del cristal del bando desde el que se escriba. La noticia de ElPaís goza de tanta trascendencia porque viene de un medio amigo, que, desde que Sánchez ganó la presidencia, ha destacado como su valedor principal.
A todos parece natural que se cargue de autoridad quien culpa a los suyos. Que tire la primera piedra quien no haya dicho: "Si hasta ElPaís habla de plagio…" Pero si lo pensamos un poco, estamos convirtiendo una relativa deslealtad en la prueba del nueve de la sinceridad. Resulta moralmente inquietante, y poco científico.
Deberíamos hacer un esfuerzo como sociedad para volver a sopesar los datos y los razonamientos sin que baste la sospecha de los intereses partidistas para invalidarlos. Nos jugamos la racionalidad de nuestros debates públicos, por supuesto, pero también no caer en la indignidad tácita de considerar que sólo puede ser sincero el que critica a los suyos. Se puede ser muy honesto defendiendo las propias ideas, entre otras cosas, porque, si uno no pensara que son verdad, no las defendería, y se puede ser muy honesto criticando las contrarias, porque, si no se considerasen criticables, no serían contrarias, sino propias.
El plus de legitimidad que se otorga a quien critica a los suyos tiene una razón de ser, como es obvio: la admirable capacidad de abstraerse del propio prejuicio para defender la verdad. Pero la raíz que hace que nada más que valoremos ese gesto está viciada de irracionalidad, sentimentalismo e ideologías cruzadas. Ni matemos ni ensalcemos al mensajero, que distrae muchísimo del mensaje, que es lo que importa.
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