Algunas veces algunos ayuntamientos se deslizan por pendientes peligrosas. Como cuando dicen tener preferencia los trabajadores de la población, frente a otras, en las contrataciones públicas. Recuerdo que lo hicieron en Chiclana, cuyos empresarios invertían en otras localidades sin restricción alguna. Y que sus trabajadores, cuya buena fama salía de sus fronteras, habían encontrado trabajo en otras localidades. Parece una auténtica locura pero en esas estamos desde hace tiempo. Nos cerramos como sociedad. Cada uno para su rincón. El de aquí, aquí y el de allí, allí. Así el grito de las tripas de la diputada nacionalista catalana contra Inés Arrimadas: Vete para Jerez. Ya, siendo de España, no eres de cualquier sitio de España, no, eres de donde eres. O de donde eras. Y esto ocurre en una Europa que se ha unido tras todas las guerras de siglos, de nación contra nación, que ha hecho pensar a algunos grandes estadistas que el nacionalismo es la guerra. Lo de las lenguas es un modo sutil, no bajuno, de lo mismo. Ser de aquí como impedimento para trabajar allí ya no lo es tanto porque hay otro procedimiento subterráneo, hiriente y eficaz: hablar la lengua, la otra lengua, del territorio. Con el objeto de que no nos una la lengua que nos une, aunque la hablen 500 millones de personas en todo el mundo. Se trata de lo mismo, de esa protección para el vernáculo frente al foráneo. Y obtener la desigualdad que se persigue. Porque poseer el dominio de dos lenguas te da más derechos y consagra el principio de que los españoles tenemos que ser desiguales ante la Ley.
Messi es la excepción que confirma la regla. Porque una disposición por la cual sólo puedan jugar en equipos mallorquines o catalanes los futbolistas que acrediten el dominio de lengua catalana, o hayan nacido en las Baleares o en Cataluña, beneficiaría a los locales pero haría inviable la llegada de un Messi. ¿Los médicos? ¿Los maestros y profesores? ¿Los funcionarios? Da lo mismo. En silencio, los que así cuentan con más "derechos" aplaudirán con las orejas. Y votarán a los propulsores de la locura. Porque se trata de eso, ser distintos es tener más derechos. Salvo que tras la linde se diga que no bebamos Freixenet ni compremos Tous, el dueño de ese cava, y el joyero, no jurarán por su muertos que son tan españoles como el que más.
Quizá esta locura ha sobrepasado lo permisible y el Estado deba defender la igualdad de derechos de los ciudadanos. Reasumiendo competencias, actuando con la autoridad de la Ley. Por medio del gobierno de la Nación, por supuesto.
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