Con los tres años de pena al rapero de marras, se ha vuelto a desatar el debate sobre la libertad de expresión y la censura. Pero el Código Penal español no es el de Hammurabi y peca, si de algo, de liviano y garantista. Si un tribunal considera que ciertas expresiones entran en lo delictivo, es obligado que imponga la pena correspondiente. Y es lógico que determinados extremos están tipificados, porque el Derecho tiene la obligación de velar por la convivencia y el respeto mínimo de las libertades de unos a los derechos de otros.
Con lo que sí estoy de acuerdo, no obstante, es con lo que explican, muy sensibilizados, todos los progresistas. El Código Penal tendría que ser la ultima ratio. De un tiempo a esta parte, hay demasiados casos alrededor de la libertad de expresión que acaban en los tribunales.
Ahora bien, suele echarse la culpa de esto a los tribunales, pero ellos cumplen y hacen cumplir la ley, y hemos de agradecérselo. Quizá el problema no esté en la ultima ratio, sino en que no haya otras antes y, por tanto, la ultima devenga la única. En otros tiempos, hubo una censura moral ejercida por la sociedad civil, cuya sanción era nada más que la reprobación comunitaria a los que sobrepasaban las fronteras del buen gusto y del respeto. Nada más y nada menos. Eso -que no era de derechas ni de izquierdas, sino transversal- ha desaparecido del mapa.
Siempre nos quedará o debería quedarnos la más férrea censura dantesca, que es personal e intransferible. En dos ocasiones en la Divina Comedia se insta a no preocuparse de las almas menos dignas y a no entretenerse en atender conversaciones innobles: "no hablemos de ellos, sino mira y pasa" (Inf. III, 51) y "querer oír lo vil es vil deseo" (Inf. XXX, 148). Más censura dantesca, esto es, más indiferencia desdeñosa no sería inútil.
Ahora nos entretenemos demasiado echando pestes de programas de televisión (que vemos), con enredos de famosos (que seguimos), con sucesos morbosos (que glosamos hasta la saciedad más sucia) o con provocaciones rentables de artistas espabilados (que nos movilizan como si importasen). El Código Penal hace muy bien en salvaguardar la convivencia, pero cada uno de nosotros haría bastante mejor en ignorar por libre muchas cosas. Quizá el desprecio ayudaría a prevenirlas, quitándoles el picante del escándalo y la publicidad consiguiente. Haciendo que no merezcan la pena sin necesidad de penas.
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