miércoles, 28 de febrero de 2018

MINISTRO DE PARA-QUÉ; POR ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ



Entiendo mejor que nadie (en carne propia) que de algo hemos de escribir y hablar los columnistas y tertulianos. Ahora uno de los temas es cuándo, cómo, quién, por qué, dónde y qué será el nuevo ministro de Economía, si Rajoy tiene a bien nombrarlo pronto, como le suplica De Guindos, deseando liberarse del Gobierno.
Sólo se ha filtrado que el presidente quiere que hable inglés, que es un requisito bastante básico y que vale lo mismo para ministro de Economía que para cajero de banco.
Si yo estuviese entre los ministrables o algún pariente o amigo, entendería aún el nerviosismo. El ascenso siempre da gustito y el poder tiene su erótica y, a lo mejor, se puede ganar peso dentro de los aparatos del partido y hasta colocar a alguien o, al menos, invitarlo a cenar a alguna inauguración.
Ahora bien, para el resto de los mortales, ¿tiene alguna importancia quién sea el ministro de Economía? No es una pregunta retórica, sino dubitativa de corazón. Me pega a mí que no. El que venga, ¿podrá cambiar alguna política, impulsar una reforma, introducir mejoras en alguna parte? Yo veo a los ministros bastante petrificados, a imitación de su jefe. Rafael Catalá no fue capaz de salirse del acto en que estaban insultando a nuestro Estado de Derecho. Sí lo hicieron los jueces y fiscales, con más poderío y dignidad, por tanto. Catalá quedó clavado en su silla, no fuese Rajoy a afearle el menor movimiento. Tampoco la vicepresidente se menea mucho. La aplicación aplicada del 155 está muy aplacada, si no directamente placada. ¿Qué ministro (fuera aparte de Montoro, naturalmente) demuestra iniciativa propia o ni propia: iniciativa? Gallardón quiso hacer un cuarto y mitad de lo prometido en el programa electoral del PP a favor de la vida, y los suyos le dieron el finiquito. Demasiada proactividad.
¿Qué huella ha dejado algún ministro? Rememoro y apenas si recuerdo a Moscoso, de feliz memoria, que dio su nombre a los días propios para los funcionarios. Eran otros tiempos. Luego, menos felices, están la ley Corcuera y la ley Aído, ay. Pero poco más.
Hablemos del nuevo ministro o ministra y barajemos nombres y motivos y fechas y currículums y consecuencias, pero confesemos que lo hacemos por puro horror vacui. Luego será un vacuo y apenas hará nada (por nosotros, digo, él sí ejercerá de excelentísimo, muy lleno de sí mismo, claro). Vamos a hablar de él antes del nombramiento más que después.

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