Había lloviznado pocas horas antes. Las calles de Santiago estaban aún algo húmedas y las nubes rojizas merodeaban la collación sin peligro alguno. Los hombres de Martín Gómez Moreno –ausente por motivos laborales; delegó en sus auxiliares– escuchaban atentos en el interior de la parroquia las indicaciones de Martín Gómez Garrido mientras los hermanos de la Sacramental de Santiago se organizaban partiendo de la capilla de la Virgen de la Paz, a lo largo de la nave de la Epístola.
Dejar el Miércoles de Ceniza puede haber dejado más pros que contras en este piadoso acto, pues pese a haber perdido una cita realmente interesante para la jornada inicial de la Cuaresma, el fin último del mismo parece haberse cumplido con cotas no conocidas anteriormente por la corporación sacramental.
La jornada favoreció, sin duda, al nutrido cortejo que precedía al Cristo de las Almas, así como a la cantidad de personas que se acercaban a rezar el Vía Crucis junto a la imagen atribuida a Diego Roldán.
Así, pudiéramos hablar de un éxito a priori sobrevenido. Nada más lejos de una realidad que demuestra año tras año la progresión constante de este necesario Vía Crucis público.
Alejandro Melero
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