Un feo, a veces, es lo mejor que nos pueden hacer. Es como en las matemáticas: que dos negativos se suman, no se restan. Si el feo nos lo hace un feo, queda guapo, diríamos en cheli. Los desaires a Felipe VI por parte de los independentistas, le honran como Rey de España.
Además, esos feos dobles le justifican como Jefe de Estado, que es algo todavía más importante que la honra, me temo, en los tiempos que corren. Una buena porción de la legitimidad poliédrica de Juan Carlos I vino por su oposición al golpe de Estado de 1981. Por supuesto, tuvo su mérito, aunque nadie negará que aquel fue un episodio algo tenebroso, con poco recorrido y, sobre todo, bastante puntual. Felipe VI ha defendido el mismo orden constitucional que su padre, pero contra un golpe de Estado más sistemático, más sistémico y más sostenido.
Además, al ser un golpe a cámara lenta y en cámara autonómica (otro doble), el Rey podría haberse escabullido hieráticamente, dejando a Rajoy frente a su responsabilidad histórica. No lo ha hecho, y su mérito su multiplica. El discurso del 3 de octubre fue memorable.
Mientras que el golpismo militar se disipó como una nube en el viento, el del independentismo tiene más apoyos sociales y, entre la inacción de unos (ay) y la obstinación de otros (uf), doble doblez, parece dispuesto a seguir dando guerra (en sentido metafórico, se entiende). Eso hace que el papel del Rey se engrandezca en la medida en que sigue siendo necesario. No agota su actuación con un día y un discurso. Sumando todo lo dicho, su representación de la unidad de España, su peso como garante del orden constitucional y su apuesta por la igualdad entre todos los españoles se torna imprescindible en el día a día de nuestra nación. Tampoco parece que vaya nadie a tomarle el relevo de esa defensa y esa representatividad.
Es importante tener todo esto en cuenta, para poner en contexto los insultos que ha recibido el Rey en su visita a Barcelona a participar (y a defender, ojo) el Mobile World Congress, que está a punto de quedarse sin batería o de perder la cobertura, con los nacionalistas empeñados en desconectarlo todo. Por supuesto, la virtualidad de la Monarquía no se agota en su disposición a responder al desafío independentista, pero está claro que ahora se ha hecho más evidente a los ojos de casi todos los españoles, que lo agradecen. Como la problemática va para largo, hay Rey para rato.
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