Hay muchas cosas que están mal y son muy evidentes: la corrupción, cuando se descubre; la degradación del Medio Ambiente, cuando no se exagera; el Tercer Mundo, pasto de especuladores y demagogos; el paro, que se asume demasiado pronto; etc. Pero lo más sutil y sulfúrico de nuestro tiempo es el desprecio a los niños del futuro.
Edmund Burke lo vería lógico, porque una sociedad que ha vuelto la espalda a sus muertos y sus tradiciones ha roto el equilibrio de compromisos que los vivos han de mantener con los que vivieron y con los que vivirán. Si se rompe por un cabo, se rompe por otro, y nos quedamos los que estamos, solitarios y egoístas.
Más acá de las teorías del pensador irlandés, en el ácido presente hay un tridente que apunta con muy malas ideas contra los niños futuros. Está el aborto, considerado como un intocable derecho social. Luego, esa obsesión fiscal contra la herencia que termina asfixiando el soporte del sucederse de las generaciones. El tercer diente es el endeudamiento de los Estados. Mientras nosotros vivamos de lujo, ¿qué importa que las generaciones futuras tengan que hacer frente a una deuda astronómica? Si pensamos cómo se fue nacionalizando el patrimonio industrial de la nación o el inmaterial, sobre todo, y ahora en la deuda, podríamos decir que los políticos nos están poniendo en práctica el viejo sueño del niño-pera: "Vivir de nuestros padres hasta que podamos vivir de nuestros hijos".
Lo maléfico es que sus consecuencias son confortables y, por tanto, prácticamente invisibles. Pero aquí están. Tenemos una manifestación evidente en la escasa preocupación que despierta de verdad el problema de las pensiones y el desfondamiento de la Seguridad Social. Si no pensásemos que las van a pagar las nuevas generaciones o, en su caso, los inmigrantes, no estaríamos tan panchos desde los políticos a los ciudadanos.
Hay tanta tranquilidad porque la pirámide poblacional es un problema económico y social, pero una ventaja democrática para los que seremos entonces mayores. Ganaremos todas las elecciones: siempre triunfarán los partidos que prometan mantener las pensiones e imputarlas a nuevos impuestos o a la siempre creciente bola de la deuda. Podría ser al revés: muchos problemas se solucionarían si sintiésemos amor o, como mínimo, un compromiso moral con las próximas generaciones. Al menos tendríamos -eso es seguro- una voluntad de solucionárselos.
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