lunes, 5 de febrero de 2018

GOYA RELOADED; POR ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ



Todos los años llega, inexorablemente, la 'galla' de los goyas. Su cacareo mediático: la crítica más letal, la involuntaria, la subconsciente, es hablar del "glamour de su alfombra roja"; luego, están los que critican las intervenciones y los chistes y las proclamas; y después, de remate, los que critican a los que critican. Yo, en principio, sería de los últimos, que es mi sino, ser de los últimos siempre. Si tanto les espanta el cine español, en general, y su apoteosis goyesca, en particular, ¿para qué la ven, y nos la cuentan tan minuciosamente? Pero esta vez no tengo razón ni en esto. Hay que tener una veneración acrítica por los críticos.

Cumplen un papel esencial. No se puede entender de nada sin pasar por el trance de aguantar a fondo, criticándola, su parte oscura. Es mi problema más serio para conseguir mi sueño de ser un buen crítico literario. Me encanta hablar de los buenos libros, explicarlos y ponderarlos, pero me cuesta muchísimo hojear los malos, siento una aversión profunda, que psicomatizo con picores o somnolencia, según. Y así no hay manera. Se necesita el contraste de la zona oscura, de los laberintos sin salida, de las cabezadas contra el muro, para ser capaz de valorar la luz, las grandes avenidas, los gráciles pasos y, sobre todo, los claroscuros, los atajos y las meritorias escaladas. Sin muchísima atención a lo peor, no hay manera de entender ni lo excelente ni lo medio bueno. 

Pasa en todo. El buen aficionado a los toros no busca sólo las tardes de figuras en su momento dulce con ganaderías ad hoc. Va siempre y valora el trabajo del más discreto de los subalternos. El profesor vocacional no ignora a sus alumnos más lentos, sino que, sin dejar de valorar y alentar a los mejores, sabe que, en las distancias cortas, es donde un maestro se la juega.

La importancia de los Goya, además, no es sólo cinematográfica, sino social y cultural. El cine configura el imaginario colectivo de lo ideológico a lo idiomático. Hay detalles pasmosos: una película puede poner de moda un lugar (hasta atestarlo de turistas), un tipo de ropa, una música, etc. Esa prestidigitación la hace, mayormente, el cine americano, pero el español es el que tenemos. Por eso, que haya una gran leva de voluntarios todos los años para repetir de nuevo "No es esto; no es esto" o "bueno, eso sí, tal vez" es algo que, aunque yo no me siento capaz, admiro y agradezco. Desde lejos.

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