En la quinta meditación de los Ejercicios espirituales que imparte el sacerdote portugués José Tolentino de Mendonça – en los que participa el Santo Padre y la Curia romana en la localidad de Ariccia – el predicador abordó el tema de “La sed de Jesús”
María Fernanda Bernasconi – Ciudad del Vaticano
Prosiguiendo con sus reflexiones sobre “la ciencia de la sed”, por la tarde de la tercera jornada de Ejercicios el predicador comenzó recordando que Jesús, sabiendo que ya todo se había cumplido, a fin de que la Escritura se cumpliera, dijo: “Tengo sed”. Y puesto que allí había un vaso lleno de vinagre, le acercaron a la boca una esponja. De manera que el Señor, tras haber tomado el vinagre dijo: “Se ha cumplido”, e inclinando su cabeza entregó su espíritu, tal como relata el Evangelio de Juan.
De este relato el predicador destacó que es interesante notar que los Padres de la Iglesia no valoraran tanto el inmediato sentido alegórico contenido en la declaración de sed de Jesús, cuanto la interpretación prevalente como sed corporal, puesto que estaban motivados a subrayar de modo especial el aspecto físico y psicológico de los sufrimientos del Hijo de Dios. Y en este contexto, consideraban que la sed era importante, sobre todo, como prueba de su encarnación y como signo del realismo de su muerte.
Tras hacer algunas disquisiciones sobre los diversos modos de pensar, el predicador afirmó que cada época se identifica con una palabra o busca la gramática precisa que mejor ilumine esto que nos hace pensar. Y es – agregó – muy revelador también, que los lectores de hoy nos anclemos al tema de la sed de Jesús relacionándolo con la escasez y el grito que habitan dentro de nosotros.
Para una hermenéutica de la sed
En el este segundo punto, el Padre Tolentino destacó que a lo largo del Evangelio Juan emplea tres veces el verbo “dipsan”, que significa “tener sed”. En efecto, lo propone en la escena con la mujer samaritana, donde Jesús le dice “quien beba de esta agua tendrá de nuevo sed, per el que beba del agua que yo le daré, ya no tendrá más sed; puesto que el agua que yo le daré será fuente de agua para la vida eterna”. O cuando la mujer le pide: “Señor, dame de esta agua, para que yo ya no tenga más sed y no siga viniendo aquí para tomar el agua”; o cuando en la auto-declaración del pan de vida Jesús dice: “Yo soy el pan de vida; quien viene a mí no tendrá hambre y quien cree en mí jamás tendrá sed”.
La sed de la samaritana y la sed de Jesús
En este tercer punto de su meditación, el predicador destacó que en el encuentro con la samaritana se produce un cambio de papeles que no debe pasar inobservado. Sí, porque Jesús pide beber, pero es Él quien da de beber. Naturalmente la samaritana no entiende inmediatamente las palabras del Señor que le promete agua viva, pero está claro – dijo el Padre Tolentino – que Jesús aludía a un sentido espiritual. Que su deseo apuntaba siempre “a otra sed”, como Él mismo le explicó a la mujer: “Si tú conocieras el don de Dios y quién es el que te dice ‘dame de beber’, tú se la habrías pedido a Él y Él te habría dado el agua viva”.
El que tanga sed, que venga a mí
En este cuarto punto el predicador se refirió a “la sed de los creyentes” de la que habla Jesús, es decir de “nuestra sed”. Y dijo que podemos concluir que la sed de Jesús es sed de dar agua viva, la sed de conceder a la Iglesia el don del agua viva. A la vez que para los creyentes – dijo – “la sed de agua viva es una sed de profundización de la fe”, es sed de “penetrar en el misterio de Jesús”, es “sed del Espíritu”. Y para Jesús, “la sed es el deseo de dar a todos estos dones”.
La sed de Jesús revela la sed humana
En el quinto punto de su predicación, el Padre Tolentino se preguntó: “¿Por qué Jesús dice a la Iglesia que tiene sed?” Y explicó que esta sed de Jesús en la cruz tiene una dimensión reveladora, que nos permite comprender la elección que alberga en el corazón humano y nos dispone a servirla, puesto que la sed de Jesús “ilumina y responde a la sed de Dios, a la carencia de sentido y de verdad, al deseo que subsiste en cada ser humano de ser salvado, incluso si se trata de un deseo oculto o sepultado bajo los detritos existenciales”. Por esta razón aquella palabra de Jesús – “¡Tengo sed!” – constituye una efectiva serie de deberes para la Iglesia de todos los tiempos, y de modo especial para los nuestros.
Acoger al Espíritu, don de la sed
En este último punto de su meditación vespertina el predicador afirmó que el Espíritu sigue haciéndonos oír la voz de Jesús que dice: “¡Tengo sed!”. Sí, porque es el Espíritu de la Verdad, el Consolador, el Re-creador, Aquel que dentro de nosotros defiende la Buena Nueva liberadora y resplandeciente del Evangelio.
Y destacó que el Espíritu activa en nosotros la capacidad de creer, de esperar y de seguir siendo fieles al Amor mismo. Porque cada cristiano – dijo al concluir – es una consecuencia del Espíritu Santo. Y nosotros profesamos el símbolo de nuestra fe porque el Espíritu Santo está en nosotros.
De ahí la necesidad de redescubrir al Espíritu Santo; puesto que sin Él la Iglesia es sólo memoria, mientras es el Espíritu el que dice “el cristianismo es también presente y futuro. Y hoy nosotros estamos llamados a vivir con alegría también el sufrimiento, la persecución, la enfermedad, el luto y la muerte. Estamos llamados a vivir en la esperanza toda situación de la vida, “porque el Espíritu Santo, la fuerza de Dios, el viento, el soplo, el aliento, el respiro, está en nosotros, que no hemos perdido el principio vital”.
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