lunes, 29 de enero de 2018

EVANGELIO DEL DÍA Y MEDITACIÓN

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Primera lectura

Lectura del segundo libro de Samuel 15,13-14.30;16,5-13ª

En aquellos días, uno llevó esta noticia a David: "Los israelitas se han puesto de parte de Absalón." Entonces David dijo a los cortesanos que estaban con él en Jerusalén: "¡Ea, huyamos! Que, si se presenta Absalón, no nos dejará escapar. Salgamos a toda prisa, no sea que él se adelante, nos alcance y precipite la ruina sobre nosotros, y pase a cuchillo la población." David subió la Cuesta de los Olivos; la subió llorando, la cabeza cubierta y los pies descalzos. Y todos sus compañeros llevaban cubierta la cabeza y subían llorando. Al llegar el rey David a Bajurín, salió de allí uno de la familia de Saúl, llamado Semeí, hijo de Guerá, insultándolo según venía. Y empezó a tirar piedras a David y a sus cortesanos -toda la gente y los militares iban a derecha e izquierda del rey-, y le maldecía: "¡Vete, vete, asesino, canalla! El Señor te paga la matanza de la familia de Saúl, cuyo trono has usurpado. El Señor ha entregado el reino a tu hijo Absalón, mientras tú has caído en desgracia, porque eres un asesino." 
Abisay, hijo de Seruyá, dijo al rey: "Ese perro muerto, ¿se pone a maldecir a mi señor? ¡Déjame ir allá, y le corto la cabeza!" Pero el rey dijo: "¡No os metáis en mis asuntos, hijos de Seruyá! Déjale que maldiga, que, si el Señor le ha mandado que maldiga a David, ¿quién va a pedirle cuentas?" Luego dijo David a Abisay y a todos sus cortesanos: "Ya veis. Un hijo mío, salido de mis entrañas, intenta matarme, ¡y os extraña ese benjaminita! Dejadlo que me maldiga, porque se lo ha mandado el Señor. Quizás el Señor se fije en mi humillación y me pague con bendiciones estas maldiciones de hoy." David y los suyos siguieron su camino.

Salmo

Sal 3,2-3.4-5.6-7 R/. Levántate, Señor, sálvame

Señor, cuántos son mis enemigos,
cuántos se levantan contra mí;
cuántos dicen de mí:
"Ya no lo protege Dios." R.

Pero tú, Señor, eres mi escudo y mi gloria,
tú mantienes alta mi cabeza.
Si grito, invocando al Señor,
él me escucha desde su monte santo. R.

Puedo acostarme y dormir y despertar:
el Señor me sostiene.
No temeré al pueblo innumerable
que acampa a mi alrededor. R.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Marcos 5,1-20

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron a la orilla del lago, en la región de los gerasenos. Apenas desembarcó, le salió al encuentro, desde el cementerio, donde vivía en los sepulcros, un hombre poseído de espíritu inmundo; ni con cadenas podía ya nadie sujetarlo; muchas veces lo habían sujetado con cepos y cadenas, pero él rompía las cadenas y destrozaba los cepos, y nadie tenía fuerza para domarlo. Se pasaba el día y la noche en los sepulcros y en los montes, gritando e hiriéndose con piedras. Viendo de lejos a Jesús, echó a correr, se postró ante él y gritó a voz en cuello: "¿Qué tienes que ver conmigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Por Dios te lo pido, no me atormentes." Porque Jesús le estaba diciendo: "Espíritu inmundo, sal de este hombre." Jesús le preguntó: "¿Cómo te llamas?" Él respondió: "Me llamo Legión, porque somos muchos." Y le rogaba con insistencia que no los expulsara de aquella comarca. 
Había cerca una gran piara de cerdos hozando en la falda del monte. Los espíritus le rogaron: "Déjanos ir y meternos en los cerdos." Él se lo permitió. Los espíritus inmundos salieron del hombre y se metieron en los cerdos; y la piara, unos dos mil, se abalanzó acantilado abajo al lago y se ahogó en el lago. Los porquerizos echaron a correr y dieron la noticia en el pueblo y en los cortijos. Y la gente fue a ver qué había pasado. Se acercaron a Jesús y vieron al endemoniado que había tenido la legión, sentado, vestido y en su juicio. Se quedaron espantados. Los que lo habían visto les contaron lo que había pasado al endemoniado y a los cerdos. Ellos le rogaban que se marchase de su país. 
Mientras se embarcaba, el endemoniado le pidió que lo admitiese en su compañía. Pero no se lo permitió, sino que le dijo: "Vete a casa con los tuyos y anúnciales lo que el Señor ha hecho contigo por su misericordia." El hombre se marchó y empezó a proclamar por la Decápolis lo que Jesús había hecho con él; todos se admiraban.

Reflexión del Evangelio de hoy

Hasta mi propio hijo, intenta matarme

La lectura llega a un punto donde la historia de David se ensombrece. En el reino del Norte le siguen considerando un «usurpador» en contra de la familia de Saúl. Hasta su propio hijo Absalón -quizá por haberse visto postergado por Salomón, el hijo de Betsabé-, se rebela contra su padre y se hace coronar rey, siguiéndole gran parte del pueblo.
La escena en este punto es dramática. David huye, descalzo, la cabeza cubierta, sube llorando la cuesta del Monte de los Olivos, va huyendo de su propio hijo, teme por su vida y la de sus seguidores. En su huida  soporta también  las maldiciones de Semeí, uno de los seguidores de la dinastía de Saúl, que aprovecha  para desahogarse y soltar improperios, en esta escena, le hace ver, como el Señor  está castigando su pecado. Estos libros históricos interpretan siempre las desgracias y fracasos como consecuencia del pecado. David también la vivencia así  pero confía en Dios y llega a exclamar: “Tal vez el Señor vea mi dolor y cambie en bendición esta maldición de hoy”
La grandeza de una persona, como aquí la de David, se ve sobre todo en el modo de reaccionar ante las adversidades y la contradicción. Lo que nunca hemos de perder es la confianza en Dios, Él nos conoce.  También a través de los fracasos humanos, y del pecado, sigue escribiendo Dios su historia de salvación. Sin embargo debemos estar atentas,  preguntándonos por las actitudes en nuestra vida ante tales acontecimientos que ocurren, ¿no les vivenciamos a veces, como que Dios nos está castigando?  Nuestras promesas y oraciones, ¿no llevan “esa carga” de conseguir que Dios cambie su actuar?
La imagen que nos presenta la narración sobre David  nos recuerda que mil años después, precisamente en este mismo lugar, en el Huerto de los Olivos,  irá a refugiarse Jesús, huyendo también del odio de sus enemigos.  Jesús ha cargado con todo el sufrimiento humano... para transformarlo en esperanza de resurrección.  También Él  tuvo que soportar el abandono,  la traición, la negación de los suyos y el “silencio” del Padre. Al igual que David, Jesús pondrá su confianza en Dios-Padre, y perdonará a los que le hacen daño: "Perdónales, no saben lo que hacen".  He aquí la diferencia, la actitud modifica todo: “Si es posible pase de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad…”

Cuéntales todo lo que el Señor ha hecho contigo

Este relato es uno de los más extensos de los sinópticos,  cada evangelista le imprime su sello particular. Mc ofrece un gran número de detalles que no recogen  Mt y Lc.  Él señala con fuerza  su objetivo: poner de relieve la fuerza de Jesús desde el principio.
Jesús se encuentra de improviso, nada más pisar tierra pagana, con un personaje nada tranquilizador, vino corriendo hacia ellos desde las tumbas un hombre endemoniado, completamente descontrolado, desnudo, herido,  gritando, postrándose ante El. Nadie tenía fuerzas para dominarle. Esto nos muestra la profunda angustia y tormento interior que aquel hombre sentía mientras deambulaba en la noche y entre los muertos. ¡La muerte mata a la vida! Por eso Jesús, que es Señor de la Vida, va a comprometerse con este hombre, su acción  siempre está a favor de lo que libera al ser humano.
El texto no señala ninguna petición por parte del endemoniado, solo su actitud demuestra un sometimiento ante Alguien que puede sanarle. Las fuerzas demoniacas retroceden ante el poder del Hijo de Dios, se precipitan en el abismo. ¡El príncipe de este mundo es derrotado y expulsado a las tinieblas!. El hombre recobra la paz interior, el dominio de si mismo y su dignidad de hombre (V 15)
 Esta liberación contrasta con la petición expresada por la gente del pueblo: “le suplicaban que se alejara del territorio”. ¿Cómo podemos entender esto? Hay aquí un principio fundamental: El Señor no se queda donde no es bienvenido. El no obliga a nadie a tener fe en él o a amarle, nunca se impone por la fuerza.
Al finalizar la pericopa se nos ofrece la verdadera misión otorgada a este hombre; él se ofrece,  pide  que le lleve con Él, Jesús no acepta. En este hecho podemos distinguir bien entre “ser llamado” o “ser enviado”. Esta vocación es la que recibe el hombre sanado: “Vete a tu casa con los tuyos, y cuéntales todo lo que el Señor ha hecho contigo y cómo ha tenido compasión de ti”
Cuando comenzamos esta historia nos encontramos al endemoniado viviendo solo en los sepulcros y en la noche, lo que Cristo desea es restaurar a este hombre social y familiarmente por eso le da la 1ª misión: El hogar debe ser el primer lugar donde el creyente vive su vida cristiana. Para todos-as nosotras, la verdadera actividad misionera comienza en la casa. Animémonos a vivirlo con alegría.
Hna. Virgilia León Garrido O.P.
Congregación Romana de Santo Domingo

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