martes, 23 de enero de 2018

MAESTROS; POR ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ



En una de mis frecuentes visitas al Infierno, he vuelto a encontrarme con el maestro Brunetto Latini. Maestro, lo fue de Dante, que le dedica el canto XV. A cualquier alumno revoltoso, que además fuese lector, le parecería que Dante hizo muy bien en poner en el Infierno a su profesor; pero ese chiste le pega más a Quevedo. Dante no lo pone allí, sino la naturaleza de su pecado, que Dante, delicado, ni le mienta. El gran poeta católico inclina la cabeza, con reverencia y lo llama, con toda intención, padre suyo, con un respeto inmenso.

Haciendo una ligera salvedad del lugar en el que se encuentra, Brunetto Latini podría ser el patrón (por lo civil) de los profesores. Dante, a través de él, nos hace una magistral exposición de lo que es un maestro. 

Su nombre habla de la relativa oscuridad del oficio, donde brillar, brillar, han de brillar los discípulos. Su apellido ya es una declaración de intenciones a favor de las lenguas clásicas. Pero sobre todo está su actitud. El hombre anda en un auténtico infierno, no en lo que los sindicalistas dicen que son nuestros institutos, que alcanzan, en el peor de los casos, la condición de purgatorio. Le cae una lluvia de fuego y no puede pararse ni un momento porque sería peor: tendría que estar cien años (sin jubilación que valga) sin sacudirse el fuego que le abrasa. Está quemado, en efecto, pero más que cualquier profesor. Y lo primero que dice, sin embargo, es "¡Qué maravilla!". Como oyen. Un maestro auténtico tiene que tener esa capacidad de asombro y admiración, incluso en la peor de las circunstancias.

Enseguida se interesa por su alumno. "¿Qué destino te ha traído aquí y quién te guía?". Después, lo motiva y reafirma en su vocación: "Si tú sigues a tu estrella/ no dejarás de hallar glorioso puerto". Sin dejar de advertirle seriamente de los peligros y enemigos.

Por último, le da una gran lección: le enseña algunas cosas, pero le recuerda que muchas otras no merecen la pena. Saber descartarse, también en el conocimiento, es esencial: "El tiempo es corto". A cambio de tanto, sólo ruega a su discípulo que recuerde su lección, recogida en un manual.

¿Tuvo suerte Brunetto con el discípulo que le tocó o él supo hacerse el discípulo que se merecía? "Mientras yo viva, mi lengua no dejará de reconocerlo", proclamó Dante, pensando que el afortunado era él. A nosotros, profesores, Dante nos deja un modelo sublime al que aspirar.

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