domingo, 28 de enero de 2018

AÑOS DE PALABRAS; POR ENRIQUE MONTIEL



Mi padre fue al Liceo por mí, en su moto. Estaba eufórico. Mi madre había tenido a mi hermana Milagrosa. Para que llegara la primera hija, tuvo que recibir a tres varones antes, y llegó con niño también, mi hermano Rafael, el mellizo de Pilar, que lo volvió loco de alegría. Pilar era el nombre de su madre, que mi padre adoraba y que murió muy joven. Nunca se recuperó de esa pérdida. Por eso el nombre estuvo desde el primer embarazo, si era niña, Pilar. Mila fue la segunda, el número seis de una familia bien numerosa. Este recuerdo de mi padre eufórico, feliz a más no poder, recogiéndome en la puerta del Liceo, cuando yo tendría cinco años, quizás seis, es el fragmento de la película de mi vida que recuerdo siempre en technicolor. Porque de aquella Isla, aquella España, me llegan a menudo recuerdos y películas en blanco y negro. En verdad, mi vida era el verano, el largo verano de la infancia que empezaba por mayo, cuyas mañanitas son muy dulces de dormir, y se allegaba hasta octubre, o más, que venían las primeras lluvias y los primeros fríos. En el verano iba a la huerta de Manolo a bañarme en el agua verde y fría de la alberca, a pelar las mazorcas de maíz con todos y a montarme en un jaca lenta y segura. Manolo era un gigante ante mis ojos y el hombre que fue bueno de verdad hasta el último día de su vida. Me querían como de la familia y yo pensaba que éramos de la familia porque a mi padre le llamaban padrino. Luego del verano solían llegarme las anginas, las inyecciones, los días en cama y el temor de mi madre porque siempre crecía más y no me llegaba la ropa. Empezaba el colegio, llegábamos a casa y no sé cómo, enseguida nos daban la cena y nos acostábamos. Porque muy temprano íbamos a la misa diaria y a las clases. Íbamos y veníamos andando, a remolque yo de mis hermanos mayores, quiero pensar. Pues ellos me cuidaban la larga caminata desde la calle Rosario a la plaza del Carmen. Recuerdo vivamente las huertas, los manchones, los desfiles militares y los conciertos de la Banda de Música de la Infantería de Marina. Y la Semana Santa, que era como un rayo de luz entre las nubes del invierno lúgubre que empezaba cuando se guardaba la cabalgata de los Reyes Magos. La nostalgia es lo que siempre ha sido, el cajón de sastre de todos los recuerdos. Fueron muchos años así, hasta que me llevaron al Patronato en cuarto de bachillerato. Empezaría allí la segunda de todas las partes que está siendo mi vida. No tengo espacio para contarlo, quizá escriba otro libro. Todo me viene de la noticia del fallecimiento de María Adela Gayoso Cancela, la señorita Gayoso. Estuvo allí, en ese Patronato en el que los muchachos, sobre todo, estudiamos el bachillerato. Junto a los otros profesores y profesoras que llenaron de recuerdos nuestras vidas… Serán recuerdos siempre, esa será nuestra gratitud, el pago a sus desvelos por nosotros, su inmortalidad.

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