Es un guerrero. Infatigable y manso. Donde pone el ojo, pone la cámara. Así lleva toda su vida, larga y fecunda, llevándonos hasta esas variadas y apasionantes periferias que son los pueblos de Dios. A él le gusta que le reconozcan como el cura de Yela, el hijo del herrero, el que transita, sencillo, entre la Misa y la mesa, el que recita poemas y el que consigue que el Verbo se haga imagen. Es el cura de la tele, pero huye del selfi, del foco y de la vanagloria. No lo hace por falsa modestia, sino para no quitar un minuto a los pobres (de toda condición) que protagonizan el programa que dirige, y para poder dedicarse en cuerpo (y sobre todo en alma), a la gente que trabaja en TVE y que, a veces necesita que alguien les saque del gris en el que andan metidos. Es Julián del Olmo. Los obispos le acaban de dar un Premio ¡Bravo!. Si todavía no saben por qué, vean La 2 de TVE los domingos a las once y media de la mañana.
Isidro Catela
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