domingo, 28 de enero de 2018

SABER GANAR; POR ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ



Hay una inercia de la agenda política y la opinión pública que no es inocua. Todavía hay gentes y dirigentes que dan a Podemos una importancia que ya no tiene. Iglesias está dando sus últimos coletazos, pero aún me piden algunos que en mis artículos me meta más con él, pobrecito. Hace unos años, cuando la ola de la izquierda extrema parecía que lo iba a engullir todo, se entendía la obsesión, pero ahora se pierde la oportunidad de pasar la página del estupor y preguntarse con seriedad por qué hay una bolsa estanca de voto antisistema y por qué la derecha no termina de ser capaz de lanzar un mensaje positivo más allá de agitar los diversos espantajos del miedo. Algo parecido está empezando a pasar con el nacionalismo catalán.

Se habla mucho de que hay que saber perder, aunque a eso nos enseña la vida con insistencia de maestro de primaria. Más práctico es aprender a ganar: por no desperdiciar la oportunidad si acaso se presenta. Al nacionalismo catalán, a estas alturas, se le ha ganado: la ley, titubeos aparte, se ha impuesto, la nación española, liderada por el Rey, ha respondido a este test de estrés y, sobre todo, los catalanes no nacionalistas han dicho "aquí estamos nosotros". Ahora toca saber ganar, esto es, pasar la página del enfrentamiento frontal, y plantearse reformas estructurales y educativas. Si no, se les transmitirá la idea de que no han sido derrotados y volverán a crecerse.

Buscaré mejoSr una imagen menos beligerante. Cuando se adelanta en la carretera, hay un momento clave. El coche que acelera, cuando sobrepasa al otro unos centímetros, unos segundos, ha de poner las luces largas, y el otro las cortas. Estamos en ese momento con el nacionalismo. Los partidarios de la unidad de España hemos de cambiar las luces. Eso da cierto vértigo, porque hasta ahora ha sido mucho más fácil conducir en la noche de la política con las luces rojas por delante del automóvil nacionalista, que llevaba la iniciativa y nos señalaba las curvas.

Hay que dejar de meterse con Puigdemont, que ya es ensañamiento. Sería conducir mirando por el espejo retrovisor, con la nostalgia de la cómoda conducción al rebufo o, en los casos más audaces, del adelantamiento apurado. Toca adentrarse en la carretera a oscuras con el volante firme. ¿Cómo se hace?, es la pregunta que nuestros políticos no se harán. Mañana hablaremos de la "Declaración de París" para poner las luces largas.

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