Carmelo López-Arias
De las 193 diócesis que hay en Estados Unidos, la de Lincoln (Nebraska) es la 141ª por población, la 131ª por número de católicos, la 102ª por porcentaje de católicos. Pero es la número 1 del país en proporción de seminaristas por católico: 39 seminaristas para 96.000 católicos.
En los últimos dos años se han ordenado 17 sacerdotes, un número similar a la archidiócesis de Los Ángeles, con más de cuatro millones de católicos. Los números cantan: en términos de proporción, en ese rincón en pleno centro de la América profunda se ordenan 42 veces más sacerdotes que en la megaurbe californiana.
Buscando las causas de ese éxito vocacional, Nicholas LaBanca ha entrevistado en The Catholic World Report al obispo James D. Conley, de 62 años, siete como titular de la diócesis, adonde llegó desde Denver, donde era obispo auxiliar. Se ordenó sacerdote en 1985, diez años después de su conversión al catolicismo. En 2012, al tomar posesión de su nueva cátedra, se convirtió en el primer obispo que plantaba cara al mandato abortista de Barack Obama nada más ser reelegido.
De sus detalladas respuestas pueden extraerse siete claves por las cuales las cosas parecen marchar en su casa de modo diverso a la generalidad de las diócesis occidentales. Y que, si se miran bien, coinciden con las que pueden apreciarse en la diócesis francesa de Fréjus-Toulon, casi dos décadas después de que se hiciese cargo de ella monseñor Dominique Rey.
Monseñor Conley no cae, eso sí, ni en el triunfalismo ni en el engreimiento: "Es resultado de un liderazgo que yo he heredado. No me lo atribuyo, solo quiero no estropearlo. Quiero que continúe. He sido el beneficiario del gran liderazgo de dos grandes obispos".
1. Continuidad de obispos fieles y con autoridad
“Hemos tenido cuarenta años de buenos obispos", abunda Conley: "Dos de mis más inmediatos predecesores me vienen a la mente: el obispo Fabian Bruskewitz, quien fue obispo de Lincoln durante veinte años, y el obispo Glennon Flavin, quien fue obispo durante 22 años, desde 1967. En los turbulentos años postconciliares posteriores al final del Concilio Vaticano II, nuestra diócesis fue gobernada por obispos que eran realmente muy claros en su enseñanza y muy fieles al Magisterio y al patrimonio de la Iglesia en lo que concierne a la doctrina. Y también a la liturgia. La revolución tras el Conciio Vaticano II adquirió muchos perfiles y formas. Estaba la revolución sexual, pero también la revolución litúrgica, la revolución doctrinal, todo era un cajón de sastre.
»En Lincoln llevaron un rumbo firme y nunca hubo aberraciones litúrgicas. A los sacerdotes se les decía muy claramente que debían seguir y celebrar la misa en la forma en la que la Iglesia quiere que sea celebrada, y no se hacían excepciones. En lo que concierne a la enseñanza, los colegios y los sacerdotes enseñaban doctrina muy fiable".
2. Clero joven para atraer gente joven
La consecuencia de lo anterior: vocaciones. Y la consecuencia de las vocaciones: baja edad del clero. "Tenemos 146 sacerdotes activos en la diócesis y la media de edad es de 41 años. Es decir, veinte años menos que yo. Soy el viejo de la diócesis. Y cuando tienes todos esos sacerdotes jóvenes en las parroquias, en los colegios y en la universidad, la gente joven ve ejemplos de vida religiosa".
La media actual de edad del clero estadounidense es de 60 años (relativamente joven para los patrones europeos). En 1970 era de 45 años. Es como si por Lincoln no hubiese pasado el invierno postconciliar.
3. Buenas religiosas de la enseñanza
"Con el obispo Flavin nació una comunidad de religiosas de la enseñanza que dan clase en nuestros colegios, las Hermanas Escolares de Cristo Rey. Yo me limité a elevarlas al nivel de derecho diocesano. Cuatro de ellas son directoras de nuestras escuelas primarias y enseñan en ellas.
Las Hermanas Escolares de Cristo Rey de Lincoln: clave en la formación católica de los niños y jóvenes, semillero de vocaciones. Ellas mismas abundan en ellas.
»Tenemos 37 religiosas que llevan hábito enseñando en nuestros colegios, y 48 sacerdotes que son directores o profesores. Esa educación católica ha tenido mucho que ver en el éxito de la diócesis de Lincoln".
4. Dar Trascendencia al pueblo, que la pide
“Liturgia y culto”, resume monseñor Conley: “Que la gente sienta que cuando vienen a misa están en contacto con la Trascendencia. Por eso creo que la Sagrada Liturgia es tan importante”.
Y añade: “¿Qué se supone que hace la Sagrada Liturgia? Se supone que la Sagrada Liturgia nos pone en contacto con el Dios trascendente. Se supone que experimentamos algo santo. Eso es el Santo Sacrificio de la Misa. Por eso dijo el Señor: 'Haced esto en memoria mía'. Y la belleza de esa experiencia, la belleza de la música, la belleza del culto y la reverencia y la piedad elevan a la gente respecto al día a día, de la mundanidad en la que viven, de muchos sufrimientos y privaciones. Y durante un rato entran en contacto con lo santo. Ésa es la clave. Hay que alimentar a la gente. Nuestras almas desean contactar con lo santo. Si se nos priva de ello, nos marchitamos, así que es necesario".
5. Adoración eucarística
“Estoy promoviendo la Adoración eucarística en tantas parroquias como sea posible. Cuando venimos ante nuestro Señor y su rostro eucarístico (el sacramento de la divina amistad, como a veces es llamado), el corazón de Nuestro Señor habla a nuestros corazones. Necesitamos esos momentos. Quedan hoy muy pocos lugares donde uno puede estar relativamente seguro de no ser interrumpido. Y una capilla de la Adoración eucarística (si apagas el teléfono móvil) es uno de los últimos oasis de silencio. La gente lo necesita”.
Adoración eucarística juvenil en la diócesis de Getafe (España).
Y le transmiten al obispo el resultado: “Nos dicen que cuando realmente escuchan al Señor hablarles al corazón es en los momentos callados de la Adoración eucarística. En las parroquias, personas que están destrozadas, cuyos matrimonios se están desmoronando, dejan que el Señor les hable y les sane. Allí sucede todo. Por eso la Adoración eucarística es tan importante”.
6. Celebración Ad Orientem
“La experimenté yo mismo como sacerdote. Años atrás, en los 90, era capellán en la Wichita State University. Un año, durante el Adviento, empecé a celebrar ad Orientem, hacia el Este, con la idea de Adviento de mirar al Este y a la estrella y todo eso. Seguí haciéndolo… e hice catequesis con ello y expliqué a todos por qué esta tradición se impuso en la Iglesia hasta tiempos recientes, y cómo así todos rendimos culto juntos. Todos nos volvemos a Dios juntos y el sacerdote nos conduce hasta la Nueva Jerusalén, hasta el Cielo”.
Cuando llegó a Lincoln como obispo, Conley transmitió esta experiencia a sus sacerdotes: “La introduje en la catedral en Adviento y animé a los sacerdotes. Les dije: ‘Si creéis que esto puede ayudaros a vosotros y a vuestra gente, hacedlo por encima de todo, haced catequesis con ello y explicadlo a la gente’… Varios párrocos lo hacen, yo lo hago cada vez que celebro misa en la catedral, en el Centro Newman, en nuestro seminario y en nuestra casa de retiros. No obligo a ello… Y la gente realmente está respondiendo. Los sacerdotes creemos que va a ser realmente chocante para los fieles, y no lo es. La gente dice: ‘Vale, padre’.”
La orientación del sacerdote hacia el Señor (versus Orientem) no es una peculiaridad de la misa tradicional. Forma parte también, subraya el cardenal Sarah, de las rúbricas de la misa postconciliar.
En realidad, celebrar ad Orientem en algunos momentos, tal como ha pedido el cardenal Robert Sarah, prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, no implica hacerlo toda la misa. El obispo Conley lo ha medido: “Tres quintos del tiempo estás cara al pueblo, dos quintos del tiempo estás cara al altar”.
Y tiene una ventaja para el sacerdote, explica: “Es muy útil para el sacerdote, porque se distrae menos. Se centra en lo más importante que está haciendo (lo más importante que hará jamás), que es ofrecer el Santo Sacrificio. Y cuando te centras en el acto de la misa y eso es todo lo que ves (la Hostia y la Preciosísima Sangre), entonces estás más en sintonía que cuando estás mirando a todos los congregados. No es que de la otra forma no puedas centrarte. Puedes. Pero es más difícil. Tienes que concentrarte más".
7. La misa tradicional como reclamo para sacerdotes y fieles jóvenes
Monseñor Conley evoca un hecho reciente: “Hace un par de semanas, durante el Adviento, uno de nuestros sacerdotes celebró una misa Rorate Caeli. Era un sábado a las seis de la mañana, en la oscuridad, solo a la luz de las candelas, en la forma extraordinaria. Fue una misa solemne y había coro. Acudieron cuatrocientos cincuenta alumnos universitarios. Fue impresionante. Yo pensaba que a las seis de la mañana no iba a ir ninguno. Pero se corrió la voz en Facebook y Twitter, y fueron todos. Dijeron que les impresionó el bellísimo coro cantando polifonía sagrada. Les encantó. Vivieron una gran experiencia de lo trascendente y de lo sagrado”.
Una misa a las 6.30 de la mañana que se difundió por redes sociales y atrajo casi quinientos estudiantes universitarios.
En su opinión, la misa tradicional no es un obstáculo con la juventud, es justo al revés: “Creo que para los sacerdotes es duro en ocasiones abrirse a algunas de las grandes tradiciones litúrgicas que piensan que la Iglesia ha abandonado. Pero le voy a decir algo: eso no es así para la generación más joven de sacerdotes, los ordenados en los últimos diez años. Es mi generación la que no es abierta. La generación joven sí lo es. Y eso significa que los obispos jóvenes son abiertos. Porque lo que son los sacerdotes, son los obispos. Va a llegar toda una nueva generación de obispos que servirán a la Iglesia como pastores en los próximos diez años mucho más abiertos a este gran patrimonio litúrgico, y que no han vivido las guerras litúrgicas que vivió mi generación”.
Así que da este consejo a quienes desean celebrar o asistir a esa misa: “Sed pacientes, sed amables, sed caritativos… pero sed persistentes”.
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