Llegan en seguida las vacaciones estivales con el merecido descanso. En ellas solemos olvidarnos de muchas cosas. Hay una que no quisiera que la pasásemos al olvido. Se trata de la beatificación, en Tarragona, el próximo octubre, de varios centenares de mártires de la persecución religiosa acaecida en España el pasado siglo. No debe pasarnos desapercibido que fue también Tarragona el lugar de los primeros mártires de la Hispania Romana, en el siglo II: San Fructuoso y San Augurio. Todo un signo para esta beatificación
La sangre martirial constituye como la tierra cultivada, en que ahonda sus raíces y da frutos de caridad y vida nueva el viejo árbol de nuestra Iglesia; su memoria revitaliza la savia del Espíritu Santo y la hace crecer con renovado vigor. Nuestra moderna sociedad, permisiva y pluralista, tiende a hacer obsoleto el martirio, y a despojarle de su significación, porque olvida a Dios, vive sin Dios, está sin Dios, se cierra a la esperanza; y así interpreta el martirio en claves ajenas a la verdad con categorías culturales, sociales o políticas. Los cristianos, tal vez, llevados por la secularización dominante, hemos perdido disponibilidad para el martirio, para la confesión pública de la fe, para la vida nueva de los mandamientos de Dios y del amor a los otros, abierta y basada en la fe en Dios y en la esperanza. Son muchos, no obstante, los que hoy también en muchas partes del mundo están sufriendo el martirio por la fe cristiana; pero reconozcamos que falta en nuestro mundo occidental fe confesante, testimonio de cristianos, que se gloríen del nombre de cristiano, dispuestos a dar su vida hasta el extremo. El mundo necesita de testigos del Dios vivo, católicos que en todo, en sus obras y en sus palabras den testimonio vivo y real de la fe en Jesucristo. El mundo de hoy necesita de cristianos que estén prestos a confesar a Cristo públicamente, y en todo lugar y circunstancia, delante de los hombres o en la soledad, y a seguirle por el camino de la Cruz. Necesitamos que Dios siga concediendo a su Iglesia el don y la gracia del testimonio martirial que siempre ha acompañado y acompaña su vida y su historia, como muestra esa pléyade inmensa de mártires del pasado siglo XX que en octubre serán beatificados, como otros ya lo han sido y otros muchos que vendrán después. Que ellos nos ayuden, su plegaria, su intercesión y su sangre derramada son garantía de un grande futuro para la Iglesia en España.
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