Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo 4, 6-8. 17-18
Querido hermano: Yo estoy a punto de ser sacrificado, y el momento de mi partida es inminente. He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el Señor, juez justo, me premiará en aquel día; y no sólo a mí, sino a todos los que tienen amor a su venida. El Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran todos los gentiles. Él me libró de la boca del león. El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.Lectura del santo evangelio según san Mateo 16, 13-19
En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: -«¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?» Ellos contestaron: -«Unos que Juan Bautista, otros que Ellas, otros que Jeremías o uno de los profetas.» Él les preguntó: -«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro tomó la palabra y dijo: -«Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.» Jesús le respondió: -«¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.»II. Compartimos la Palabra
La misión de los Apóstoles es dar testimonio fiel y sincero de Cristo, aun implicando ello la persecución y la muerte. Se actualizan las palabras de Jesús que dicen: «bienaventurados vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.» (Lc. 6, 22-23)
Date prisa, levántate
La primera parte del libro de los Hechos de los Apóstoles finaliza con la muerte de Santiago y la encarcelación de Pedro. El evangelista Lucas, ahora redactor de las primeras vivencias de los Apóstoles, explica que el mandato misionero de Jesús se extiende hasta la entrega de la propia vida. El verdadero testigo del Resucitado no puede quedarse con un pie en las seguridades humanas y el otro pie en las confianzas divinas; el verdadero testigo es el que, desde el principio, es consciente de que su vida, si dice sí a Dios, está depositada en la confianza en Él. Ahora bien, ¿quién dijo que era fácil? ¿Acaso no se acrisola el oro para potenciar más sus nobles atributos? El fuego al que se somete el cristiano, el testigo de Cristo, es la incomprensión humana, la cual conlleva odio, exclusión, injuria, calumnia… tanto ayer como hoy y mañana. Esa incomprensión no es tanto debida a que no expliquemos bien el mensaje -aunque haya veces que sí lo empañemos- como a que nuestra vida es escándalo para unos y necedad para otros. Sin embargo, mientras que el oro se acrisola solo, el cristiano no; lo contemplamos en Santiago y Pedro que están acompañados en todo momento por la comunidad de creyentes, la Iglesia, en insistente oración -¡poderoso medio de gracias!- y de Dios mismo que acampa a través de su ?γγελος -mensajero- en torno a sus fieles y los protege.
Ahora me aguarda la corona merecida
Por otro lado, Pablo, en las palabras que al final de su cautiverio dirige a Timoteo, nos ofrece su testamento. Recordando las palabras que hemos escrito en el párrafo anterior, el Apóstol de los gentiles es consciente de que ha conseguido aquello por lo que ha corrido hasta la meta: si entregas tu vida mantenida por la fe a la predicación del Evangelio, el Señor te ayuda a ser su mensajero y a obtener tu premio. Mas, ¿qué tipo de premio es aquel que se asemeja con la muerte? Las palabras de Pablo -«ahora me aguarda la corona merecida»- tienen un sentido cultual y escatológico. Cultual en cuanto a que sabe que su testimonio va a culminar con el sacrificio; escatológico, su corona la pospone a «aquel día», sabiendo que el premio que el Señor nos tiene reservado es comunitario. Dios premia a toda su Iglesia reunida en el cielo, como bienaventurada amada.
Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia
Y es que los testigos del Hijo de Dios somos las piedras en la edificación de la Iglesia al igual que Simón. Jesús nos lo explica a través de una imagen aplicada al hijo de Jonás y empleando símbolos fáciles de comprender en aquella época y contexto y que, quizá, nosotros necesitemos analizar. Así, con el cambio de nombre de Simón, Jesús está anunciándole que le encomienda una nueva misión como es la construcción de una nueva comunidad de creyentes. Kephas -piedra en arameo- se convierte en el cimiento de todos los cristianos, en prototipo del discípulo de Jesús, ocupando un lugar fundamental pues, a la vez, le hace único poseedor de las llaves del Reino de los Cielos y le da la facultad de atar y desatar en el cielo y en la tierra. La entrega de las llaves nos recuerdan las palabras del profeta Isaías -«Pongo sobre sus hombros la llave del palacio de David: abrirá y nadie cerrará; cerrará y nadie abrirá.» (Is. 22, 22)-, mientras que el poder atar y desatar es una imagen semítica que implica tener autoridad doctrinal y ser garante de la interpretación de las enseñanzas del Rabí -atribuida por la tradición católica posteriormente al primado del Papa-. Simón supo ser Pedro, aunque puede que no desde aquel mismo instante, sino algún tiempo después, y que no sería grata su presencia y su palabra ante los dirigentes políticos y religiosos judíos; de ahí que con el pasar del tiempo, finalmente, fuera apresado y encarcelado por anunciar el Nombre de Jesús.
Hoy, Pedro y Pablo, reflejo de cómo vivieron nuestros primeros hermanos en la fe, siguen comunicando que la vida del testigo está perdida sin el anuncio íntegro; que la vida del testigo es una carrera sostenida por la fe; que la vida del testigo es firme y fuerte como roca bien cimentada; que la vida del testigo es contemplar al Señor, el cual hace radiar nuestro rostro y sosegar nuestras ansias y angustias en los momentos de duda y aflicción porque quien a Él consulta, encuentra respuesta.
D. Juan Jesús Pérez Marcos O.P.
Fraternidad Laical Dulce Nombre de Jesús de Jaén
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