Hoy, 30 de junio, veinticinco años atrás, nos abandonó Santiago Amón. Castellano alto nacido en Baracaldo, humanista clamoroso, la voz profunda, los andares rencos, la inteligencia infinita, la memoria enciclopédica, y lo más importante, la bondad serena y llana como los paisajes de su tierra. Hace veinticinco años, el 30 de junio amaneció frío y ventoso. Estaba escrito. Santiago se retrasó para no embarcar en el helicóptero de su muerte. Pero lo esperaron. Las nubes ocultaron la primera sierra hacia el norte, y entre Colmenar y La Cabrera se pulverizó la vida de aquel genio incomprendido, independiente, honesto y magistral. Porque fue el profesor, el maestro elegido de muchos y por muchos. No sólo de Latín y de Griego, sino de literatura, poesía, teatro, cine, toros, pintura, ética y estética y sobre todo, del deambular por la vida con la cabeza alta, la conciencia clara y la libertad asumida. Santiago Amón formaba parte de aquella izquierda que ya no existe, que pensaba, trabajaba, abrazaba y ningún resentimiento permitía aflorar. Desde Picasso a Lorca pasando por Alberti, mucho le deben. Y más que ningún otro Juan de Yepes, San Juan de la Cruz, a quien recitaba sin descanso y en los lugares menos favorecedores. «Siempre a mano, en tu despacho o en la mesilla de noche, el "Cántico Espiritual". Cada nueva lectura, una luz nueva». Y así lo he cumplido. «Tras un amoroso lance/ y no de esperanza falto,/ volé tan alto, tan alto/ que le di a la caza alcance». Santiago Amón se sabía de memoria esa letra de más que no está impresa en los libros, y ese polvo de biblioteca al que nadie, excepto él, tenía acceso. Cercano a la Compañía de Jesús, amigo de mi también inolvidable e inolvidado padre Ramón Ceñal, traductor de Kant y asiduo a «Las Conversaciones de Gredos» de Alfonso Querejazu, con Juan Lladó, Antonio Garrigues y José Antonio Muñoz Rojas, entre otros. Nada le torturó más que la estupidez numerosa y ajena, la mala educación y dejar el tabaco. En los años sesenta, convocó elecciones en la clase de «Preuniversitario Letras» del Colegio Alameda de Osuna para votar a quien había de presidir el aula. Anunció solemnemente el resultado: «Manuel Azaña, un voto; Francisco Franco, cuatro votos; Don Juan De Borbón, diez votos». Y Don Juan presidió la clase, lo que dio lugar a una irascible reacción del profesor de Formación del Espíritu Nacional, que se quejó ante el Director del colegio y el Ministerio de Educación. Con el Director no hubo problema porque se trataba de don José Garrido, monárquico hasta las cachas. Pero el Ministerio obligó a retirar la fotografía de Don Juan y sustituirla por la de Franco. «Señores, han atentado contra su primer impulso democrático».
Fue feliz en Antena-3 de Radio, con Manolo Martín Ferrand, Antonio Herrero, Luis Herrero y compañía. Fue Antonio Herrero el primero en llegar a los restos calcinados del helicóptero de su muerte. Hace veinticinco años. Los mismos que llevo por la vida huérfano de mi prodigioso maestro, de mi amigo Santiago
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