Jacobo Muñoz, protagonista de Un Dios prohibido:
Desde que grabó la película Un Dios prohibido, sobre el martirio de los cincuenta y un claretianos de Barbastro en 1936, uno de los actores protagonistas, Jacobo Muñoz, no deja de preguntarse cómo es posible que se pueda perseguir hasta el martirio a las personas por causa de su fe. Sus grandes ojos azules se le iluminan todavía más cuando habla de los miles de cristianos que sufren, a día de hoy, marginación y persecución en todo el mundo
Jacobo Muñoz, en una instantánea de Un Dios prohibido
Durante los años 30 en España, más de 7.000 sacerdotes y religiosos fueron asesinados. No se conoce ni un solo caso de apostasía, ninguno renegó de su fe. La mayoría msurió perdonando. En 1992, el Beato Juan Pablo II beatificó a 51 mártires claretianos de Barbastro. Sus últimos días en vida y su martirio están narrados en la película Un Dios prohibido. El actor Jacobo Muñoz interpreta a Eugenio Sopena, líder de la CNT en Barbastro. Este miliciano abandonó su puesto de poder porque su conciencia no le permitió aprobar el fusilamiento de los padres claretianos.
¿Qué ha aprendido de esta película que narra unos hechos que han sucedido en 1936?
He aprendido mucho. Lamentablemente, hechos como éstos siguen ocurriendo hoy en día en muchas partes del mundo. Esta película me ha dejado tocada el alma, porque yo soy actor, he participado en una ficción..., pero hechos así siguen sucediendo aunque no salgan en los periódicos ni en los informativos de televisión. No dejo de preguntarme ¿qué más puedo hacer yo por los perseguidos? Pertenezco a la Fundación Ayuda a la Iglesia Necesitada, colaboro con ella y me llegan sus informaciones de que las persecuciones siguen pasando hoy, ahora mismo, igual que en Barbastro, en muchas otras partes del mundo. Cuando rodaba la película, me imaginaba que podría haber ahora, por ejemplo, 51 cristianos nigerianos encerrados en un teatro esperando en cualquier momento su muerte.
¿Qué aporta una cinta con este mensaje a la sociedad española de
Espero que esta película sirva para mucho. En primer lugar, para quitar el odio. No es una película partidista en absoluto. En ella sólo se habla del perdón y del amor de Dios. Es la historia de un grupo de chavales que creen en Dios y que aman a los demás, es una historia muy sencilla, no hay nada de política. Un Dios prohibido tendría que servir ahora en España para aprender a perdonar, a amar y a construir de nuevo todos juntos. Esto es lo que nos enseñaron los mártires. Si además esta película sirviese para que se dejara de ver a la Iglesia como un enemigo..., ¡sería la bomba! Ojalá sirva para que se vea a los cristianos como amigos, que es gente que sólo vela para que tu vida vaya mejor, nada más.
El actor durante uno de los pases de la película
En la cinta usted encarna a Eugenio Sopena, un miliciano que abandonó Barbastro porque discrepaba de la ola radical que cada vez se imponía más, y que no quiso asesinar a los claretianos...
Él era un moderado y los moderados son los primeros que caen en una guerra; siempre ganan los radicales. En una guerra, alguien moderado es un problema, porque es la voz de tu conciencia, te dice que hay cosas mal hechas. Sopena fue un valiente. Yo tengo hacia su figura mucho respeto y aprecio y me consta que los claretianos también.
Ahora que conoce bien la historia del martirio de los claretianos, ¿por qué destaca usted tanto que murieran perdonando?
Creo que esta película nos ha dejado huella a todos los que hemos participado: guionistas, actores... A todos les sorprendió el guión, que hubiera gente que muriera así, perdonando. Muchos actores tuvieron que trabajar a fondo su papel y meterse en la piel de los seminaristas, vivir y reproducir lo que ellos vivieron... Y lo más sorprendente fue trabajar su perdón. Lo más fuerte del martirio creo que no es la muerte, sino que se muera perdonando, sin responder y sin desafiar a quien te está apuntando y te puede dar un tiro. Los mártires dijeron: Te perdono, haz lo que tengas que hacer. Existe una gran, pero sutil, diferencia entre el buenismo y la santidad. Es el amor y el perdón verdadero. Hay gente que, gracias a Dios, perdona y es bueno con los demás... Que eso suceda en el momento de morir se nos escapa. Así les pasó a estos 51 claretianos e, insisto, sigue pasando ahora mismo en muchas partes del mundo: en Iraq, Nigeria o Siria, por ejemplo.
Raquel Martín
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