Lectura del santo evangelio según san Mateo 7,21-29:
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el reino de cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Aquel día muchos dirán: “Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre, y en tu nombre echado demonios, y no hemos hecho en tu nombre muchos milagros?” Yo entonces les declararé: “Nunca os he conocido. Alejaos de mí, malvados.” El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, salieron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió porque estaba cimentada sobre roca. El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se hundió totalmente.»Al terminar Jesús este discurso, la gente estaba admirada de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad, y no como los escribas.
II. Compartimos la Palabra
El Señor ha escuchado tu aflicción
Es comprensible la tensión creciente de Abrahán por no disponer de heredero; las leyes mesopotámicas permitían la decisión que aquí se adopta de tener descendencia por medio de la esclava, si bien una vez lograda la deseada descendencia la madre torna a la esclavitud. Más allá de la alusión a los orígenes del pueblo árabe (ismaelitas) y del costumbrismo que rezuma el texto del Génesis, destaca la promesa del ángel del Señor, similar a la que, tres capítulos antes, hizo Yahvé a Abrahán, promesa que nos habla con elocuencia providente de la amable escucha y pronta respuesta que tiene Dios con su pueblo y con el interés que manifiesta de que se cumplan sus planes como expresión de su expansiva.
Les enseñaba con autoridad
El Sermón del Monte suena muy bien a los discípulos y es comprensible el entusiasmo con el que acogen las palabras del Maestro, quien cierra su discurso con una invitación a poner en práctica lo que acaba de transmitirles, extremo, al parecer, no difícil en principio, pues les habla con convicción, con autoridad. Sin embargo, lo determinante no es sólo reconocer la elocuente fuerza con la que Jesús ejerce su autorizad magisterial, sino traducir en retazos de vida las actitudes que Jesús ha puesto de relieve; éstas no dejan neutral a nadie que las haya aceptado, piden dar un paso adelante, un compromiso, no cabe eludir el reto por alguna imposible vía media. Decir y hacer, teoría y práctica, afirmar que sabemos el evangelio y empeñarse en vivir el evangelio. La casa que construimos sobre roca o sobre arena manifiesta la sabiduría y/o sagacidad del que se afana en vivir en la clave del Reino con la guía de la Palabra salvadora, o la necedad del que se cree autosuficiente y le basta con invocar a un Dios desconectado del propio corazón. Los que escuchan al Maestro se asombran porque no les habla desde la tradición, lo dejá vu, sino desde la búsqueda de la luz, desde la creativa novedad de la vida, el lugar teológico donde un Dios de vivos se explaya como Padre cercano y clemente; la doctrina oficial de los escribas y fariseos no resiste la comparación con la radical novedad de la buena noticia, de la alegría de Jesús. Acoger la Palabra nos habilita para abordar los proyectos personales y comunitarios más audaces y decisivos; este abordaje no estará exento de dificultades y resistencias, pero el dinamismo de la gracia y la fuerza del evangelio (la confianza en la Palabra viva) realimentarán la fidelidad y la esperanza, pues éstas no se improvisan. Dios-mi Roca, cimiento sobre el que construimos nuestra existencia con la guía del diseño revelado en Jesús de Nazaret.
Fr. Jesús Duque O.P.
Convento de San Jacinto (Sevilla)
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