A las 10:38 AM, por Luis Santamaría
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La Fundación BBVA ha presentado recientemente un interesante estudio tituladoValues and worldviews (valores y cosmovisiones, en adelante VW), resultado de una encuesta realizada a 15.000 adultos de diez países europeos (en concreto Alemania, Dinamarca, España, Francia, Italia, Países Bajos, Polonia, Reino Unido, República Checa y Suecia). Para ser más exactos, la reciente presentación ha tenido como protagonista a la segunda parte del estudio, ya que la primera vio la luz el pasado mes de abril. Y aquí planteo, antes de entrar en los detalles, una cuestión que considero importante, al ver la orientación del trabajo sociológico. Porque la primera parte de VW se refiere a la esfera pública y abarca de esta forma los campos de la política y la economía. Mientras que la segunda, dedicada a la esfera privada, incluye “aspectos fundamentales de la vida personal, como la visión sobre la familia, el trabajo, los estilos de vida, las creencias y la religiosidad”, tal como se presenta oficialmente el estudio.
Si bien es verdad que se trata de las opiniones y percepciones personales de la gente en torno a todo esto, dudo mucho que podamos hablar de temas como el trabajo, la familia, la religión y la ética como algo limitado a la “esfera privada”. ¿No son determinantes en la vida pública estos elementos fundamentales del ser humano? ¿No influyen en la política y en la economía –lo único considerado “público” en VW– la forma que una sociedad tiene de afrontar el mundo laboral o la práctica y la tolerancia (o intolerancia) de la corrupción? ¿No son importantes las creencias de los individuos que, sobre todo si están asociados en confesiones religiosas, se plasman en unas instituciones, prácticas, ritos y formas de intervención en la sociedad? ¿Da igual que la mayoría de los ciudadanos de un país sean musulmanes, cristianos o ateos? Desde mi humilde opinión, y sin haber estudiado mucha sociología… creo que no da igual. La última cita que he visto sobre el tema: “cultura y religión no son la misma cosa, pero no son separables”. Y no lo ha escrito ningún teólogo u obispo, sino Mario Vargas Llosa.
Una vez señalado lo desafortunado de esa distribución del estudio –me quedo así más tranquilo–, he consultado los datos publicados por la Fundación BBVA buscando, en la segunda parte del estudio, la información que pueda explicar la permanencia y el estado actual de la religiosidad alternativa y del fenómeno sectario en nuestro mundo occidental. O, dicho de otra manera, datos que permitan contestar a la tan manida pregunta que hacen analistas y periodistas con mucha frecuencia: ¿es nuestra sociedad actual, afectada dramáticamente por una situación de crisis global en tantos niveles, un campo más abonado para las sectas? La simple observación de la realidad me hace contestar afirmativamente. Incluso aporto algunos elementos que justifican mi respuesta. Sin embargo, siempre será bueno fijarse en los números que nos dan estudios como éste, realizado tras preguntar a tantos miles de europeos (una tarea que ha hecho la compañía Ipsos durante tres meses, entrevistando al personal cara a cara).
Antes de entrar a analizar los datos relativos a lo estrictamente religioso, creo interesante repasar algunos números que ofrecen un retrato aproximado del alma del europeo actual. En primer lugar, vemos que el nivel de satisfacción de los ciudadanos con su vida personal es de 6,9 puntos sobre 10, disminuyendo sólo dos décimas en España. Por lo que queda casi un tercio de insatisfacción por ahí suelta, un hueco nada desdeñable que pueden aprovechar los representantes de espiritualidades alternativas y afines. Dicen los responsables de VW que la satisfacción con la vida“sólo aumenta ligeramente en el grupo con un mayor nivel de estudios, los jóvenes y los que pertenecen a una religión”. Junto a esto es curioso observar lo que los autores consideran “una elevada sensación de libertad y de control sobre la manera en que se desarrolla su vida” (la de los europeos), y que francamente yo no acierto a ver en los 6,7 puntos sobre 10 –tanto en el promedio general como en el caso español– que se le da a esta percepción de libertad. Poca libertad de elección me parece a mí… y una razón más para que se busque esa libertad en cosas que no sólo no la dan, sino que acaban sometiendo al individuo a los dictados de otra persona u otra doctrina, como pasa con frecuencia en las sectas.
¿Qué es lo más importante para los europeos? Como si estuviéramos tarareando una popular canción, “la familia y la salud son lo más importante para los ciudadanos”, con 9 puntos sobre 10. En la media española, esto sube incluso algunas décimas, y encontramos la religión y la participación en la vida política con 4,3 y 3,3 puntos respectivamente, algo por debajo del promedio continental. Y ojo al dato siguiente: entre los factores que se señalan como influyentes en el nivel de vida que puede alcanzar una persona, no sólo están el propio esfuerzo y la preparación, los contactos personales y las circunstancias políticas y económicas… sino también“la suerte”, que influiría mucho para el 23 % de los españoles, y bastante para el 38 %. Creo importante detenernos en estos números, que no carecen de importancia para nuestra reflexión: está extendida una forma de ver la vida en la que se depende en cierta manera de algo que está fuera de nuestro control, algo impersonal y azaroso. ¿No es éste un buen caldo de cultivo para que crezcan prácticas supersticiosas, mágicas y ocultistas?
Junto a esto, es interesante observar los datos relativos al “uso de canales no convencionales” en temas de salud. El 11 % de la población europea (el 7,1 % en España) ha acudido a especialistas en medicina alternativa en el último año. El 11,4 % (en España baja al 7,7 %) practica habitualmente actividades de relajación como el yoga. Estos números se reducen considerablemente cuando hablamos de los europeos que han ido “a que le lean las manos, las cartas o a consultar a un vidente en los últimos dos años”, que son un 4,4 % del total (un 2,8 % de los españoles). Todos estos datos contrastan, ciertamente, con los que saldrían resultantes de preguntar no por la práctica, sino por la creencia. Algunas estadísticas serias nos lo dicen así. Hay, pues, un porcentaje reducido pero fijo de ciudadanos abierto a las propuestas del campo de lo terapéutico alternativo y de lo esotérico, un ambiente impregnado de la religiosidad de la Nueva Era (New Age).
Otros datos darían mucha materia de conversación, sobre todo si nos fijamos en los relativos a España: la tercera parte de la población no lee el periódico casi nunca, estamos casi en la cola en lo que se refiere a la realización de trabajos sociales y voluntariado –con menos de la décima parte del personal encuestado–, y lo mismo nos pasa en las actividades artísticas, ya sean plásticas, musicales, teatrales, etc., y en la asistencia a eventos culturales y recreativos. En España solamente se salva el deporte de estas cifras bajas de participación en casi todo. Unas cifras que suelen coincidir en todos los países, no casualmente, con la mayor o menor implicación en actividades de la vida pública.
Y pasando a lo más religioso en VW, observamos en los resultados que la mayoría de la población dice pertenecer a una religión: el 65,6 % a nivel europeo y algo más, el 71,4 %, en España. Sin embargo, el índice de religiosidad declarado por los encuestados es más bajo: 4,6 puntos sobre 10 (el 0 significa que uno no es nada religioso, y el 10 que es muy religioso), cifra que en nuestro país baja a 4,4. Es curioso que pertenencia institucional e identificación espiritual lleven caminos tan separados, pero ya es algo normal en nuestras sociedades, debido a la privatización de lo religioso, que cada uno vive a su manera. De hecho, indica el estudio, a pesar de este bajo nivel de religiosidad “predomina en casi todos los países la intención de continuar celebrando ceremonias religiosas alrededor de hitos vitales centrales como el nacimiento o el matrimonio”, un fenómeno que puede responder a diversos factores, pero que indudablemente denota el peso de una tradición que quizás se haya vaciado de contenido y sentido, pasando a ser una simple ritualidad. Como señala VW, “la mayoría de la población declara asistir a ritos religiosos más por costumbre social que por su significado religioso, con la excepción de los polacos”.
Otro dato de interés es la consideración que la población hace de la Biblia: los datos nacionales dicen que el 37 % de los españoles creen que “la Biblia está inspirada en la palabra de Dios pero no debe tomarse literalmente” (una afirmación que es sostenida sobre todo en países con un peso católico mayor como Italia y Polonia), mientras que afirman “que es un libro antiguo de fábulas, leyendas e historias escrito por los seres humanos” (postura muy seguida en lugares como Dinamarca y Suecia)… ¡un 43,8 % de los habitantes de este país! La cuestión es que a esta gente es a la que se acercan –y a veces convencen– grupos, como los testigos de Jehová, que van más allá de estas opiniones sobre la Sagrada Escritura, considerándola un verdadero manual de vida que hay que tomar al pie de la letra según la interpretación de la organización.
Otro dato que me ha llamado la atención es el que asegura que “tanto los españoles, como los europeos en general, creen que las personas con creencias religiosas hacen frente con más serenidad a la muerte, pero se sitúan entre quienes menos perciben un vínculo entre las creencias religiosas y rasgos como la solidaridad, tolerancia, felicidad u honradez”. Esto último debería ser preocupante al menos para los dirigentes e integrantes de las confesiones religiosas, ya que si en algo se debe notar la religiosidad de una persona es en su comportamiento ético o, empleando palabras del mismo Jesús, “por sus frutos los conoceréis”. Y junto a esto, es impresionante constatar que “los europeos en la mayoría de los países contemplados coinciden en la percepción de que la religión no da respuesta a las grandes cuestiones de la vida de las personas en la actualidad”. No sólo se piensa que lo religioso es ajeno a los planteamientos morales, sino que se ve como algo alejado de lo que verdaderamente importa al ser humano. Es normal, por tanto, que entre las cosas que se pueden inculcar a los niños en el hogar, cuando se pregunta por la más importante, se conteste sobre todo que “la tolerancia y el respeto a los demás” (el 68,6 % de los europeos y el 74,7 % de los españoles), quedando “la fe religiosa” para el penúltimo lugar (el 10,4 % de los europeos y el 6,5 % de los españoles).
Éste es el panorama que tenemos. ¿Hay mucha gente “captable” directamente por las sectas? Estos datos parecen responder negativamente, pero hemos de tener en cuenta que hay aspectos importantes que no han quedado reflejados: la buena o mala salud de la familia –más allá de la opinión o percepción que se tenga de la misma–, los problemas afectivos de la población, etc. Pero sí podemos decir que hay algunos rasgos de nuestra sociedad que explican la pervivencia de las sectas y de la nueva religiosidad y que invalidan cualquier intento de “echar las culpas” solamente a la acción más o menos manipuladora de los propios grupos. Además de la crisis global que vivimos y de las crisis personales que puedan darse, hay una percepción cultural y vivencia peculiar de lo espiritual que favorece que luego pase lo que pasa.
Luis Santamaría del Río
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