XIII Domingo del Tiempo ordinario
Misión de los Apóstoles. Dibujo de Trento Longaretti
Cuando se cumple el tiempo, Jesús decide subir a Jerusalén. En realidad, es la decisión de Jesús la que lleva el tiempo a cumplimiento. Subir a Jerusalén significa abrazar la voluntad del Padre. Jesucristo quiere humanamente lo que divinamente decide con el Padre y el Espíritu Santo. En la decisión de Jesús está el quicio de la Redención. La desobediencia de Adán queda vencida por la obediencia de Cristo, el nuevo Adán. En la armonía de las voluntades humana y divina de Jesucristo reconocemos la obediencia que nos salva y el camino de nuestra santificación. La subida a Jerusalén es el camino de la obediencia redentora: querer lo que el Padre quiere, por nosotros los hombres y por nuestra salvación. Jerusalén no es sólo el término geográfico del camino, es principalmente la meta de la misión, lugar en el que comenzará el nuevo y definitivo inicio. Quien acompaña a Jesús hacia Jerusalén, recibe de Él enseñanzas de vida y orientaciones para abrazar la voluntad del Padre. En este mundo, nuestra felicidad depende en gran medida de asumir gozosamente que en el cumplimiento de la voluntad de Dios se funda de nuestra libertad. Cuando la Iglesia nos recuerda que,para vivir en libertad, Cristo nos ha liberado, Jesucristo sale a nuestro paso en el Evangelio de este domingo y nos regala consignas para el camino.
La primera tiene que ver con el rechazo y el modo de reaccionar ante él. Apenas ha tomado la decisión de ir a Jerusalén, Jesús experimenta la repulsa de unos samaritanos; ya ha hecho signos en Samaria, pero un judío que peregrina a la Ciudad Santa no merece hospitalidad. Jesucristo padece y carga sobre sí la herida del enfrentamiento entre pueblos. Los discípulos quieren agrandar la herida, pero Jesús regaña a quienes desean defenderle equivocadamente y evita la confrontación con quienes le desprecian. La subida a Jerusalén también es en favor de éstos. Consigna importante: cumplir la voluntad del Padre conlleva devolver amor a los que nos odian y sembrar paz donde otros ponen discordia. Las consignas siguientes se refieren al seguimiento de Cristo, ayudan a evitar equívocos y muestran lo importante: no se sigue a Jesús para conquistar seguridades en este mundo, o un lugar donde reclinar la cabeza; no se puede posponer la respuesta a la llamada de Jesús, aunque reclamen obligaciones familiares de gran importancia; no es posible seguir a Jesús y mantener el corazón en la vida anterior. Superados los equívocos, resplandecen los rasgos del auténtico seguimiento: quien sigue a Jesús, tiene en Él su morada y toda su riqueza; la llamada de Jesús es más fuerte que los vínculos de la sangre; los lazos familiares adquieren nuevo vigor cuando la respuesta a Cristo es lo primero. A los que quieren retrasar el seguimiento, Jesús les recuerda que el anuncio del Reino es prioritario y exige no volver la vista atrás. Avanza en el camino hacia Jerusalén quien concibe su vida como seguimiento del Señor y descubre que en la comunión con Él está el principio, el medio y el fin del camino de la obediencia que nos salva. El mismo Jesús que nos invita a seguirle para subir a Jerusalén, nos llama a acudir a Él. En la escuela de su Corazón aprendemos las consignas que nos orientan en el camino de la vida.
+ José Rico Pavés
obispo auxiliar de Getafe
Evangelio
Cuando se completaron los días en que iba a ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de caminar a Jerusalén. Y envió mensajeros delante de Él. Puestos en camino, entraron en una aldea de samaritanos para hacer los preparativos. Pero no lo recibieron, porque su aspecto era el de uno que caminaba hacia Jerusalén. Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le dijeron: «Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo que acabe con ellos?» Él se volvió y los regañó. Y se encaminaron hacia otra aldea.
Mientras iban de camino, le dijo uno: «Te seguiré adondequiera que vayas». Jesús le respondió: «Las zorras tienen madrigueras, y los pájaros del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza». A otro le dijo: «Sígueme». Él respondió: «Señor, déjame primero ir a enterrar a mi padre». Le contestó: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú, vete a anunciar el reino de Dios». Otro le dijo: «Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de los de mi casa». Jesús le contestó: «Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás vale para el reino de Dios».
Lucas 9, 51-62
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