Existen libros que recopilan frases célebres. Uno de mis triunfos en esta vida ha sido inventarme frases ingeniosas de diferentes personalidades, atribuírselas y verlas impresas años más tarde con el objetivo cumplido. Domino a Churchill, a Chesterton, a Wodehouse y a Mingote, aunque también le he regalado frases a Cánovas y al duque de Edimburgo, que me cae muy bien por su exquisita y elegantísima mala educación. Entre el público que asiste a las conferencias siempre hay un recopilador de frases célebres, que apunta toda suerte de referencias. «Como dijo Churchill, nada más peligroso que un tonto feo». Y al cabo de los años, en una enciclopedia o empujado por la ignorancia de «Google» o «Youtube», se busca Churchill y se lee: «Nada más peligroso que un tonto feo». Y fluye una hemorragia de acariciadora satisfacción.
En LA RAZÓN, desde hace años –cumplimos los 15 en noviembre y 65 nuestro presidente el próximo 7 de mayo, felicidades Mauricio–, se publica una sección con «Las Frases del Día». No la perdono. Sus protagonistas acostumbran a ser políticos de la actualidad. Y son frases o pensamientos auténticos, no inventados, aunque en ocasiones lo parezcan. Hasta la fecha no se ha publicado la frase de Belén Esteban «Ortega y Gasset es sólo una calle», entre otros motivos, porque es apócrifa. Pero hoy, cuando escribo, mañana del primero de mayo, y después de leer en la portada con grandes titulares que el paro bajará el 14,9% en 2019 –una noticia de impacto que nos ha tranquilizado a muchos por la inmediatez de sus beneficios–, he reparado en dos frases que no tienen desperdicio. La primera es de Guindos, ministro de Economía y Competitividad, aunque lo segundo sobra: «Yo nunca he visto en mi vida un billete de 500 euros». La segunda frase corresponde a un profundo pensamiento del presidente de Bolivia, Evo Morales, pronunciada desde la sinceridad: «Yo tengo ese problema. No me gusta leer». Le ha faltado un revuelo de capotillo, un colofón para que la frase pase a formar parte de la «Antología de los Burros». No la ha rematado. «Yo tengo ese problema. No me gusta leer, y se nota».
Pero la de Guindos es confesión pasmosa. Desde el 1 de enero del año 2001 hasta la fecha, el señor ministro no ha visto ni un solo billete de 500 euros. Me considero un privilegiado, por cuanto sin ser ministro de nada, sí los he tenido y admirado, y en algunas ocasiones me los han dado en el banco con toda naturalidad. Me complace informarle al señor ministro de las características del billete de 500 euros. Son morados, más cercanos a los tonos violetas que a los de alivio de luto, y asabanados, bastante grandes. Si se paga en un restaurante la factura con un billete de 500 euros, produce una enorme ilusión contemplar el dinero de la vuelta. Por lo normal, cuando se paga con 500 euros, en la bandeja de la devolución suele refulgir el amarillo fuerte de un billete de 200 euros, que es el más brillante de la gama, y que estoy plenamente seguro de que ese billete sí lo ha visto en alguna ocasión el señor ministro, por alto que sea su valor facial. Porque 200 euros son algo más de 33.000 pesetas, y no puedo poner en duda de que en alguna ocasión en su vida, el señor Guindos ha llevado en el bolsillo 33.000 pesetas,que es lo que costaban antaño dos corbatas de «Hermés».
Sincera y dolorosamente lo afirmo. O tenemos de ministro a un monje de clausura, o nos la ha metido doblada con premeditación y alevosía.
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